Si hubiera… Si no hubiera… -parte II-

Parte I: Si hubiera… Si no hubiera… -parte I-

Si Francis Ford Coppola no hubiera sido tan persistente… si su relación con Mario Puzo no hubiera sido tan buena y si hubiera pensado más en su propio futuro dentro de la Paramount Pictures, “El Padrino” no hubiera llegado a ser una de las mejores (si no la mejor) película de la historia.

  “¡Marlon Brando jamás actuará en esta película!”, le dijeron taxativamente los productores de la Paramount a Coppola. Pero Coppola veía en Brando a Vito Corleone en persona, así que… Brando adentro, y a aguantársela.  ¡Ah! En la película, Coppola se tomó una pequeña vendetta, solo detectable por los involucrados: “¡Johnny Fontaine jamás actuará en esta película!” es la frase (la misma, eh) que Coppola le hace decir a Jack Woltz, el personaje del productor de cine de Hollywood que interpreta John Marley, a Tom Hagen (personaje que interpreta Robert Duvall), cuando éste le pide en nombre del Don que le otorgue a Fontaine, amigo de la familia, el papel principal en su película… Como sabemos, el hombre termina cambiando de opinión la mañana siguiente, al encontrarse en su cama con la cabeza ensangrentada de su mejor caballo pura sangre.

     La elección del actor para interpretar a Michael Corleone fue otro punto de tensión, que duró inclusive hasta bien avanzada la filmación. La Paramount quería que James Caan hiciera el papel de Michael, pero Coppola quería a Al Pacino para el papel e insistió hasta el hartazgo; si le hubiera hecho caso a la Paramount, Al Pacino no hubiera actuado en “El Padrino”.

Francis Ford Coppola, Marlon Brando, Al Pacino

     Si Fulgencio Batista no hubiera amnistiado a Fidel Castro en 1955… quizá Fidel nunca hubiera gobernado Cuba.

  El primer ataque de Fidel Castro contra el dictador cubano Fulgencio Batista, el 26 de julio de 1953, había fracasado. El asalto al cuartel de Moncada, en el cual Fidel en persona estaba al frente, había sido desbaratado por imprevistos, por impericias propias y por una severísima represión arengada por Batista. Detenido y juzgado, Castro pronunció las famosas palabras “la historia me absolverá”.     

     Pero el exceso de poder lleva a creerse indestructible y Batista amnistió a Fidel y su gente en mayo de 1955. Una vez en libertad, Castro se trasladó a México y comenzó a planear el derrocamiento de Batista. Cuando regresó a Cuba, en total clandestinidad, creó la organización político-militar “Movimiento 26 de Julio”. Así las cosas, se dispuso a organizar una guerra de guerrillas: “Cuba para los cubanos” se convirtió en el lema de su revolución.

     En diciembre de 1956 un grupo de 82 guerrilleros con Fidel al frente se embarcó en México en el yate Granma para desembarcar en la Playa de las Coloradas, en el oriente cubano. Tras un mal comienzo con numerosas bajas, el Ejército Rebelde consiguió instalar una base guerrillera en la Sierra Maestra. Esta fue su base de operaciones y desde allí fue el comienzo una revolución que terminó derrocando a la dictadura cubana.

Playa de las Coloradas – 1956

     Si el campeón soviético Boris Spassky se hubiera amparado estrictamente al reglamento…  no hubiera perdido el título mundial de ajedrez en manos del inmanejable Bobby Fischer en 1972.

   En 1972, en plena Guerra Fría, la Unión Soviética y los Estados Unidos  buscaban instalar su modelo en el planeta. En ese contexto se disputó un match de ajedrez que enfrentó a dos figuras sobresalientes identificadas con signos contrarios: Boris Spassky, soviético y campeón mundial, y Robert James Fischer, norteamericano y retador al título.

     Con el match 2-0 a favor de Spassky y Fischer empacado y exigiendo cosas difíciles de aceptar para continuar jugando el extenso match de 24 partidas, sobrevolaba la sensación de que el match no continuaría. Spassky, en contra del consejo unánime de todos sus asesores, aceptó jugar la tercera partida en un lugar diferente al acordado: Fischer quería jugar en un salón sin público ni cámaras en el subsuelo del Teatro Nacional de Islandia (Thjodleikhusid, en Reykjavik) y no en el escenario principal, tal cual lo pactado. La situación se resolvió sólo por la extrema buena voluntad de Spassky; si no hubiera aceptado jugar la tercera partida en esas condiciones (a lo que tenía derecho), Fischer se hubiera retirado del match, éste se habría dado por terminado y Spassky hubiera conservado el título mundial. Pero Spassky aceptó jugar, cediendo ante los caprichos de Fischer.    

     Fischer ni siquiera agradeció personalmente el gesto de Spassky, y este nuevo capricho consentido le dio un enorme estímulo. Ganó la tercera partida y pasó a dominar completamente la batalla psicológica entre ambos. La cuarta partida fue tablas. Luego de arduas negociaciones, Bobby Fischer, ya dominante, aceptó volver a jugar en la sala principal, y en la quinta volvió a ganar. Fischer se había recuperado en el score y pasó a dominar psicológicamente el juego, el entorno y a su rival, hasta ganar el match, que finalmente duró 21 partidas (Fischer sacó una ventaja irremontable de 12,5 a 8,5).

Boris Spassky, de espaldas, defiende su título ante Bobby Fischer, en 1972

     Si Constantino no hubiera vencido a sus enemigos… posiblemente la historia del cristianismo hubiera sido muy diferente. Y la de uno de sus dogmas principales (la Santísima Trinidad) también.

     Constantino (272-337), que entró victorioso en Roma en 312, había hecho grabar en los escudos de sus soldados la palabra “Cristo”. Entre sus primeras medidas decide disolver la guardia pretoriana, ofrecer al papa el palacio de Letrán, condenar el libertinaje sexual, prohibir el divorcio y prohibir las luchas de gladiadores.

   Más allá de las leyendas (un sueño antes de la batalla a orillas del Tíber, en el que se le apareció una cruz luminosa en el cielo y las palabras “con este signo vencerás”), la victoria de Constantino hizo que se proclamara emperador único e indiscutido del Imperio Romano. Al atribuir su victoria al Dios cristiano, Constantino puso fin a la persecución de los cristianos y legalizó el cristianismo.

  Constantino asume a conciencia el papel de emperador de la nueva religión y se dedica a aplastar las antiguas creencias, aplicando para ello todo el poder y la ley (él tenía las dos cosas) contra los no-cristianos. En el proceso de desalojo del politeísmo romano para dar lugar al monoteísmo cristiano, comenzaron las persecuciones a los ahora nuevos infieles, la confiscación de  bienes, los exilios, las torturas, las muertes del otro bando.  Las creencias que durante más de nueve siglos habían sido parte de la vida de los romanos pasaron a la clandestinidad; sus bases y sus tradiciones se conservaron allí donde era más difícil que llegaran las fuerzas de la ciudad: las aldeas, los bosques, los pueblos. En otras palabras, los pagos: el lugar natural de los paganos, como serían llamados en adelante.

   Pero el nuevo emperador apenas entendía su nueva fe, aunque sí consideraba ventajoso desde el punto de vista político adoptar una religión monoteísta: “un solo Dios, un solo emperador”, era su idea. Así que fue una sorpresa para Constantino descubrir que muchos de los cristianos tenían creencias y posturas diferentes. Los eclesiásticos decían que Jesús era Dios, los ebionitas decían que Jesús era hombre, otros decían que Jesús era un profeta que hacía milagros pero no era divino, otros que Jesús había sido “adoptado” por Dios como hijo, etc.

     Constantino era militar y estas discrepancias lo ponían nervioso, así que exigió, desde su autoridad, una respuesta firme y definitiva al problema de la naturaleza de Jesús y de la relación entre “el Padre” y “el Hijo”; para presentarse ante una población dividida como el único líder verdadero del Imperio, necesitaba (más bien, pretendía) un acuerdo sobre la esencia del único “líder verdadero del cielo”.

     Para eso, Constantino convocó a los líderes de la Iglesia a un concilio en la ciudad de Nicea (Asia Menor, hoy Turquía) para zanjar el tema de una vez por todas. Dejó entrever, además, que no toleraría ningún resultado que contradijera la unidad de Dios. Los patriarcas de la Iglesia, por su parte, no estaban dispuestos a aceptar ninguna teoría que negara la divinidad de Cristo. Así que… ¿cómo conciliar esas dos posturas? No resultaba fácil. Había que encontrar alguna doctrina que uniera los conceptos de “único e indivisible” pero sin “dejar afuera” a nadie. El proceso fue largo, pero el resumen es que de ese concilio salió, consensuado y explicado de manera bastante particular, el concepto de “la Santísima Trinidad”, uno de los dogmas principales de la iglesia católica.

Constantino

     Si el Reino Unido hubiera tenido más en cuenta el fracaso de Winston Churchill en Gallipoli… posiblemente éste no hubiera sido quien llevara sobre sus hombros los destinos de las tropas británicas en la Segunda Guerra Mundial.  

   En el otoño de 1914 Winston Churchill era primer lord del Almirantazgo británico, o sea el máximo responsable de la Marina británica. Rusia, enfrentada a los ejércitos de Alemania, Austria-Hungría y Turquía, pidió ayuda a los británicos; quería expulsar a los turcos del Cáucaso. Churchill pergeñó un desembarco de tropas griegas en la península de Gallipoli y otro desembarco (en este caso franco-británico) del lado de enfrente (el lado asiático). Ambos desembarcos estarían protegidos por una flota británica que sostendría el peso de la operación. Las tropas turcas, sin embargo, derrotaron dolorosamente a las fuerzas aliadas. La batalla de Gallipoli duró diez meses, costó 46.500 muertos a los aliados, 87.000 a los turcos y un número cercano al medio millón de heridos, enfermos y desaparecidos. En el Imperio Otomano la campaña se percibió como una victoria, mientras que para Gran Bretaña se trató de una dura derrota. Aunque el informe de la Comisión de los Dardanelos lo eximió en parte de la responsabilidad, Churchill aparecía como el culpable de la derrota.

Winston Churchill en 1914 en uniforme como Lord del Almirantazgo. Gallipoli sería su gran fracaso en la Primera Guerra Mundial.
Desembarco en Galípoli, en abril de 1915.

     Si no se hubiera incendiado el casino de Montreux en 1971… Deep Purple no hubiera creado “Smoke on the water”, una de las canciones más famosas de la historia del rock.  

     Ian Gillan, el cantante de Deep Purple, se recuperaba de un problema de salud y su médico le había recomendado reposo. Gillan no le hizo caso, se reunió con el resto la banda y decidieron grabar un álbum antes de que el cantante quedara “fuera de combate” (textual del grupo). El lugar que eligieron para hacerlo fue Montreux, Suiza. Planearon grabar el disco en el estudio móvil de los Rolling Stones (que era una especie de enorme vehículo, como un camión de exteriores de televisión gigante) que trasladaron a uno de los varios edificios que conformaban el Casino de Montreaux.

    Frank Zappa & The Mothers of Invention dieron un concierto en el Casino el 4 de diciembre; durante el concierto, a un imbécil del público se le ocurrió lanzar una bengala al techo del Casino. Las llamas se hicieron imponentes en pocos segundos y, desde su hotel, a metros de allí, los Deep Purple fueron testigos del espectacular incendio del Casino de Montreaux. En unos minutos el Casino entero estaba en llamas; el fuego y el humo se reflejaban en el agua del lago Leman (Lago de Ginebra). Roger Glover, el bajista de Deep Purple, escribió sobre un papel “Smoke on the water”, mientras observaban lo que ocurría desde la ventana de su hotel. El desastre fue total, pero increíblemente no hubo ni una sola víctima.

Casino de Montreux

     Luego de varias peripecias por conseguir otro lugar para grabar su disco, el mismo estaba casi terminado; sólo una canción no los convencía del todo: una canción del guitarrista Richie Blackmore con un tremendo riff inicial a la que llamaron “Tittle Nº1”. Blackmore convenció al tecladista Jon Lord para que, dados sus conocimientos de música clásica, lo ayudara a trabajar sobre ella; una versión dice que le dijo que se había inspirado para el riff improvisando con la inversión de las notas de la 5ta Sinfonía de Beethoven. El hecho es que Richie convenció a Lord y la melodía terminó gustándole al resto del grupo.

     Roger Glover se acordó de aquella imagen de “smoke on the water” (diría luego que desde el incendio esa imagen rondaba su cabeza en sueños) y convenció al cantante Ian Gillian para que escribiera la letra basada en eso. Gillan la fue componiendo con referencias a todo lo que habían vivido en aquellos 15 días. Así, “Tittle Nº1” se transformó en “Smoke on the water”. Finalmente terminaron de grabar el álbum, que titularon “Machine Head” y que se transformó en un ícono indiscutible de la historia del rock.

    Si Lord Byron, Percy Shelley, Mary Godwin, Claire Clairmont y John Polidori no se hubieran reunido en la Villa Diodati… una mansión cerca del lago Leman, durante tres días fríos y oscuros en junio de 1816… Si esos días no hubieran estado signados por sus propios demonios y sus propias angustias, si no hubieran tenido prolongadas charlas y discusiones literarias, científicas y metafísicas, si no hubieran bebido y experimentado con sustancias, si no se hubieran propuesto escribir cada uno un relato terrorífico para compartir con los demás, si las noches de pesadilla no hubieran atormentado a Mary (que a fines del mismo año adoptó el apellido Shelley al casarse con Percy)… seguramente no hubiera escrito su obra maestra: “Frankenstein” (o “El  moderno Prometeo”).       

Villa Diodati

     Si Juan Carlos Hurt no hubiera caído como un pajarito ante la provocación de Carlos Bilardo una noche de agosto de 1967… quizá la historia del futbol argentino hubiera sido otra.

     En la semifinal del Torneo Metropolitano, Platense y Estudiantes de La Plata jugaban en La Bombonera. El entrenador de Platense (equipo de buen fútbol y la delantera más goleadora) era Ángel Labruna; el de Estudiantes (equipo aguerrido y solidario) era Osvaldo Zubeldía. Polos opuestos.

     Estudiantes empieza ganando 1-0 pero se queda con un jugador menos por lesión de su capitán, Enry Barale (en esa época no se efectuaban cambios por lesiones). Platense juega mejor, lo da vuelta y termina el primer tiempo ganando 2-1. Labruna les dice en el entretiempo a sus jugadores que muevan la pelota y dejen que el partido decante solo, que reserven energías para la final… Apenas empieza el segundo tiempo, Platense se pone 3-1, y poco después Carlos Pachamé salva el cuarto gol sobre la línea.

     Estudiantes es superado en el juego, pero en un ataque aislado se pone 2-3. Y la cosa no queda ahí: a los 25′, Carlos Bilardo (un número ocho esforzado y hablador que permanentemente entraba en roces físicos y verbales y que no paraba de hablar con los árbitros), la para con la derecha y clava con la zurda un impensadísimo 3-3 desde el borde del área, cuando al partido todavía le quedaba media hora. Justo Bilardo, que no era muy de patear al arco. Fue un zurdazo “que no volví a meter en mi vida”, según reconocería muchos años después.

     Platense todavía mantenía la ventaja deportiva, ya que el empate también lo clasificaba por haber ganado su zona, pero luego del gol del empate se derrumbó mentalmente. Sus jugadores estaban nerviosos como nunca, no soportaron la presión de Estudiantes y de su hinchada. Y entonces, enseguida, sucedió algo tan inesperado como insólito. Absurdo.

   Corner desde la izquierda para Estudiantes. Patea Rubén Bedogni. El arquero de Platense, el altísimo y eficiente Juan Carlos Hurt, descuelga la pelota sin inconvenientes. Cuando intenta ponerla en juego con el pie, se le planta enfrente Carlos Bilardo y empieza a provocarlo. Lo torea. Le dice cosas. Y obtiene lo que busca: el arquero le pega un patadón en el tobillo. Insólito. El Narigón Bilardo cae como muerto. Ni el árbitro Ángel Coerezza lo puede creer, pero sin dudarlo ni un instante cobra penal para Estudiantes (también debería haber expulsado a Hurt, y a Bilardo por provocarlo). Raúl Madero no sintió la presión: pateó magistralmente el penal y puso el partido 4-3 para Estudiantes. Iban 18′ de un electrizante segundo tiempo.

     Estudiantes había dado vuelta un 1-3 en menos de 10 minutos, y con un hombre menos. Faltaba mucho, sí, pero Estudiantes, ya en ventaja, empieza a jugar otro partido, “su” partido, el que meas le gusta: a luchar, a defender, a demorar el juego, a tirarla lejos, a complicar cada tiro libre o pelota detenida demorando la ejecución, a hablar con los rivales todo el tiempo para sacarlos (más aún) del partido. Platense intentó sacar fuerzas de donde no tenía, pero estaba anímicamente derrumbado.

   Tres días después, el Estudiantes de La Plata de Osvaldo Zubeldía se consagraría como el primer “equipo chico” campeón del fútbol argentino, venciendo al Racing de Juan José Pizzuti.

    ¿Qué hubiera pasado de no haber reaccionado Hurt? ¿Platense hubiera derrotado al Racing de José? Si Estudiantes no se hubiera consagrado campeón en el Metropolitano del 67, si aquella noche hubiera perdido el Estudiantes de Zubeldía… ¿hubiera cambiado la historia de nuestro fútbol? ¿Cuál hubiera sido el camino de nuestro fútbol si ese Estudiantes no hubiera ganado títulos? ¿Carlos Bilardo hubiera llegado a ser entrenador del seleccionado nacional? ¿Se le hubiera prestado atención a las ideas futbolísticas de Zubeldía primero y de Bilardo después? ¿Se hubiera ganado el Mundial ’86?

     Imposible saberlo. Pero como “los resultados mandan”, quién sabe…

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