El reino de otro mundo: La muerte de Tomás Becket

Becket era descendiente de una familia normada, llegada a Inglaterra en tiempos de Guillermo el conquistador. De joven se educó en Francia hasta que comenzó sus estudios de teología en Inglaterra  que perfeccionó en París y Bolonia. Gracias a sus conocimientos, sagacidad y relaciones, Teobaldo, el arzobispo de Canterbury, lo tomó como secretario y le confió varias misiones en Roma.

A pesar de sus votos, Becket era un hombre de mundo, aficionado a la caza y las diversiones no siempre contemplativas que compartía con su amigo el rey Enrique II. Este monarca inglés seguía las tradiciones absolutistas de sus ancestros normandos. Su principal preocupación era el poderío del clero en Inglaterra mucho mayor al que ostentaban en otras partes de Europa. De allí su constante intromisión en los asuntos eclesiásticos.

La relación entre el rey y Becket era tan estrecha que le confió la educación de su hijo Enrique. Por este vínculo de confianza, el monarca lo nombró Canciller del reino.

Tomás Becket junto a Enrique II.

Cuando Teobaldo muere en 1161, Enrique II impuso a Becket como Arzobispo de Canterbury, creyendo que así tenía resuelta esta disputa con la Iglesia. Sin embargo, Becket, ese joven alegre y disipado, no volvió a ser el mismo cortesano amante de los placeres y la buena vida sino un prelado austero y piadoso, ajeno a las banalidades mundanas. ¿Qué es lo que había acontecido en el interior de Becket? ¿Cuál fibra íntima había tocado este nombramiento para que el otrora amigo de Enrique adoptase una posición de total  intransigencia ante el rey? Nunca se sabrá…

También los tiempos que atravesaba la Iglesia de Roma eran contrariados.

Corrían los años del antipapa afincado en Aviñón y las disputas teológicas sobre el dominio del reino celestial sobre el poder terrenal. Becket eligió el bando del Papa vaticano Alejandro III y trató de liberar a la Iglesia de las limitaciones impuestas por la corona. Si bien el Papa no deseaba un confrontamiento con la monarquía inglesa hacia 1170  apoyó la posición de Becket y amenazó a Enrique II con excomulgarlo. Inquieto ante esta eventualidad, el rey trató de llegar a un acuerdo y permitió el retorno del arzobispo a Canterbury a Inglaterra. Lo primero que Becket hizo fue  sancionar a quienes habían privado a la Iglesia de sus bienes en el tiempo que duró esta disputa.

Representación de Enrique II y Tomás Becket de principios del siglo XIV.

El rey, exasperado por la intransigencia del que otrora fuese su Canciller y confidente, exclamó “¿No habrá nadie capaz de liberarme de este cura turbulento?” Esta declaración, expresada en un momento de furia, fue tomada al pie de la letra por cuatro caballeros anglo-normandos quienes se complotaron para asesinar al arzobispo, magnicidio llevado a cabo después de Navidad de 1170 en el mismo atrio de la Catedral de Canterbury donde Tomás Becket estaba orando. Los cuatro caballeros rodearon al arzobispo y lo ultimaron sin que éste opusiese resistencia. Antes de morir confirmó sus convicciones y reafirmó la fe que lo condujo a este último sacrificio.

La catedral de Canterbury en una imagen de finales del siglo XIX.

El asesinato conmocionó a la cristiandad, desde los tiempos de la persecución de Diocleciano no se veía un espectáculo tan cruel con un miembro de la Iglesia.

Becket se había convertido en un mártir y fue canonizado por el mismo Alejandro lll. Su tumba fue lugar de peregrinación y pronto ganó fama de curadora milagrosa.

El rey Enrique, no tuvo más remedio que reconocer sus culpas y hacer pública penitencia frente a su sepulcro. Descalzo y vestido en andrajos se presentó ante los restos de su otrora amigo y se flageló después de pedir perdón públicamente.

Los cuatro asesinos huyeron a Escocia, fueron excomulgados y obligados a una peregrinación penitencial a Tierra Santa donde se pierden sus rastros.

El culto a Becket, convertido en Santo Tomás de Canterbury, multiplicó las  Iglesias erigidas  en honor al santo, especialmente en España, país donde Leonor de Plantagenet, hija de Enrique II, había sido ungida reina gracias al matrimonio con Alfonso VIII.

Enrique y Leonor. Fragmento de una miniatura en uno de los manuscritos de las Grandes crónicas de Francia, entorno 1332-1350.

La gesta de Tomás Becket fue recogida por Geoffrey Chaucer en sus Cuentos de Canterbury y convertido en fuente de inspiración para distintos autores como T.S. Eliot, Jean Anouilh, Conrad Ferdinand Meyer y Ken Follet, además de ser llevada al cine en una magnifica interpretación de Richard Burton y Peter O’Toole.

¿Por qué el martirio de Tomás Becket sigue siendo de tanta actualidad? ¿Por qué aún persiste esta tensión de poderes, esta sobreactuación de funcionarios que toman las expresiones de sus amos poderosos como órdenes? En el reciente juicio al exjefe de la FBI sobre cómo responder a las “sugerencias” del entonces presidente Trump, James Comey citó las mismas palabras de Enrique II que ocasionaron la muerte de Becket.

“El miedo a la muerte no puede hacernos perder de vista la justicia” fue el lema que guió los días del arzobispo de Canterbury.

Tres siglos más tarde Enrique VIII puso fin a esta disputa de poderes terrenales entre Papas y reyes y se ungió cabeza de la Iglesia de Inglaterra. Su primera orden fue destruir la tumba de Tomás Becket.

Sus restos ya no están pero su ejemplo aún persiste.

Representación del siglo XIX en la que se muestra cómo una espada atraviesa la cabeza de Becket.
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