En noviembre de 1952, el primer ministro de Israel, David Ben-Gurión, le escribió una carta a su amigo Abba Eban, jefe de la diplomacia de su gobierno, y le solicitó que se contactara con Albert Einstein para que aceptara la presidencia del Estado de Israel.
Era una forma de jerarquizar al nuevo gobierno que peleaba por su subsistencia. ¿Qué mejor que el científico más conocido del mundo condujese el destino de la nueva nación? Por entonces Einstein era docente de la Universidad de Princeton y un activista por la paz del mundo. En su momento había querido formar una comisión de notables para evitar los conflictos armados y hasta había contactado a Sigmund Freud para integrar dicha comisión, aunque el psiquiatra guardaba un sano escepticismo sobre el éxito de esa tarea.
A pesar de esta postura pacifista, Einstein había tenido un papel decisivo para instar al presidente Franklin D. Roosevelt a desarrollar el Proyecto Manhattan que produjo la primera bomba atómica; pero lo había hecho a sabiendas que los nazis proyectaban la construcción de armamento nuclear y estaban en condiciones de ganar la carrera armamentista con físicos brillantes como Heisenberg.
¿Cómo hubiese terminado la Segunda Guerra de haber contado Hitler con una bomba atómica? Después de las explosiones de Nagasaki e Hiroshima, Einstein se había convencido de los horrores de una guerra nuclear e instaba a evitar la proliferación de estas armas. El mundo gastaba (¡y sigue gastando!) una fortuna para suicidarse.
En opinión de Ben-Gurión, Israel necesitaba la conducción del genio para subsistir y por tal motivo Eban le envió una carta inmediatamente. Einstein contestó a los dos días con una misiva escrita de puño y letra.
Decía así: “Estoy profundamente agradecido y conmovido por la oferta del Estado de Israel pero, al mismo tiempo, triste y avergonzado porque no puedo aceptarla. Toda mi vida he debido lidiar con cosas objetivas, razón por la cual carezco de la habilidad natural y la experiencia de hacer bien a la gente y ejercer actividades oficiales. Solo por estas razones me considero inadecuado para llevar adelante dichas actividades y dada mi edad avanzada, no podré recuperar mis fuerzas para acometer esas tareas.
Me entristecen estas circunstancias ya que mi relación con el pueblo judío se ha convertido en el más fuerte de mis nexos, ya que conozco su precaria situación entre las naciones del mundo”.
En esta amable negativa Einstein reconocía sus limitaciones y su formación inadecuada a fin de asumir un cargo en el gobierno para el que no estaba preparado. Además, y aunque no lo dejó por escrito estaba consciente que le sería casi imposible sostener sus ideas pacifistas por las circunstancias que atravesaba Israel y el conflicto con las naciones vecinas.
La cordura y la humildad de Einstein primaron sobre las ansias de poder y vanidades de los hombres. En su larga existencia había visto como los políticos que repetían viejas fórmulas que ya habían fracasado, pensando obtener distintos resultados… un signo de estupidez perseverante para el viejo sabio .
Las tareas ejecutivas no eran para él y asumía sus limitaciones. Por eso Einstein era Einstein y no uno de nuestros políticos autóctonos que no se cansan repetir los mismos errores.
ESTA NOTA TAMBIÉN FUE PUBLICADA EN CLARÍN