En la línea del Metro de París, existe una estación llamada Argentine. No siempre se llamó así, antes de 1948 era conocida como “Obligado” porque para los franceses Vuelta de Obligado había sido una victoria ¿pírrica? de su flota que merecía ser recordada.
Napoleón III le dio el nombre de “Obligado” a una calle de París para honrar esa victoria y, a su vez, al general Lucio N. Mansilla, comandante de las escasas fuerzas que habían sido enviadas para evitar que la flota anglo francesa remontase al Paraná.
Mansilla, después de la batalla de Caseros (1852), prefirió irse a Europa con sus hijos para alejarse de los conflictos argentinos. Viajó en el mismo buque que llevaba a Sarmiento lejos del país después de enemistarse con Urquiza. En esa nave surgió un vínculo entre el hijo del general, Lucio Victorio, y el sanjuanino. Años más tarde, Lucio, por entonces mayor del ejército argentino y amigo de Dominguito (hijo adoptivo del sanjuanino) apoyaría la candidatura presidencial de Sarmiento.
El general Mansilla, hombre de fortuna, inició una activa vida social en París donde conoció a la española Eugenia de Montijo, condesa de Teba y futura emperatriz de los franceses. Mansilla tuvo trato fluido con la condesa y con el sobrino de Bonaparte. En honor a Mansilla y a la heroica defensa que había llevado a cabo, fue que Napoleón llamó a esta calle parisina, Obligado.
Este enfrentamiento tuvo lugar en un momento en que las potencias europeas llevaban adelante una actitud imperialista para imponer la “civilización” y también su expansión comercial en el resto del mundo “incivilizado”. Fue así como varias excolonias españolas, como Méjico, Venezuela, Perú, etc., sufrieron agresiones por deudas impagas.
Montevideo se había convertido en un “puerto hanseático” siguiendo la idea de Lord Ponsonby de conservar un fondeadero independiente de Argentina y Brasil, que le sirviese a Inglaterra como lugar de aprovisionamiento y base de su flota en el Atlántico Sur.
Los conflictos entre Manuel Oribe y Fructuoso Rivera habían dividido a la Banda Oriental. Montevideo estaba sitiada por Oribe quien contaba con la ayuda de Juan Manuel de Rosas. La llamada Troya del Plata, para hacerse de fondos, había vendido en 1844 sus derechos portuarios a una sociedad manejada por los hermanos Lafone. Esta sociedad solo tenía el 24% de sus acciones en manos de orientales y el resto pertenecía a ingleses, españoles y alemanes. El bloqueo del puerto de Buenos Aires aumentaba los ingresos de los Lafone quienes, además, tenían problemas personales con Rosas.
Desde Montevideo querían llevar sus productos a distintas cuidades de la Confederación Argentina y Paraguay. Para lograr este cometido era necesario remontar el río Paraná. El tema era que, si lo hacían libremente, no pasarían estas mercaderías por Buenos Aires y los porteños no recibirían las tasas aduaneras, que eran la principal fuente de ingresos de la provincia.
El puerto de Buenos Aires y la repartición de sus ganancias ha sido (y sigue siendo) un tema de disputas y motor de más de un enfrentamiento armado a lo largo del siglo XIX.
En Montevideo vivían bajo la protección de Fructuoso Rivera los disidentes con el régimen de Rosas, no solo unitarios sino federales resentidos con la conducción del Restaurador, los llamados “lomos negros”. Allí se congregó una serie de pensadores que conducirían los destinos de la Argentina después de Caseros. Mitre, los hermanos Varela, Miguel Cané (padre), José Mármol, Manuel Albertdi, Gutiérrez, etc.etc., adherían al romanticismo y al liberalismo económico. Muchos de ellos eran masones, “amigos de la concordia y hermandad universal” y enemigos de un régimen que consideraban conservador, retrogrado, personalista y brutal.
“Nada cura tanto al hombre de las estrechas preocupaciones de localidad que el vulgo llamado patriotismo, como la vista y el estudio práctico de otros hombres y otros pueblos”, sostenía Florencio Varela quien, poco tiempo después, moriría asesinado en las calles de Montevideo. En los muelles de esta ciudad había 90 buques mercantes, no solo ingleses y franceses, sino de Dinamarca, Hamburgo, Cerdeña y Estados Unidos, con mercaderías valuadas en 150.000 libras de esa época (unos 6.000.000 dólares actuales).
Para asegurarse el tráfico por el estuario, la flota de Montevideo al mando del legendario Giuseppe Garibaldi, ya había tomado la isla Martín García, Salto, Colonia y Gualeguaychú.
A fin de proteger a los barcos mercantes, los franceses e ingleses habían dispuesto 20 buques de guerra, tres de ellos a vapor.
Para hostigarlos, Rosas envió a su cuñado Lucio N. Mansilla con 20 cañones, 220 artilleros y 2000 fusileros. Éstos se ubicaron en el lugar conocido como Vuelta de Obligado, donde colocaron 3 cadenas para obstaculizar la navegación del convoy que remontaba al Paraná.
¿Era todo el material que podía poner a disposición Buenos Aires para contener una moderna flota de las armadas más poderosas del mundo?
Indiscutible fue la bravura de las tropas argentinas y del mismo Mansilla (herido en acción) que le ganaría la simpatía y el reconocimiento del mismo Napoleón III. Ese día murieron 250 argentinos y 400 resultaron heridos, mientras los miembros de la flota sufrieron 26 bajas y 86 heridos.
La flota mercante llegó a Corrientes, provincia que desde hacía años mantenía una actitud beligerante contra Rosas, justamente por resistirse a las imposiciones porteñas y las restricciones en la navegación. También Lord Hotnham, almirante británico al frente de la flota, comenzó las negociaciones con Carlos López, el hombre fuerte de Paraguay, para que su país integrarse una alianza contra la Confederación Argentina. Pero esa alianza no prosperó y desde el punto de vista comercial la expedición fue un fracaso. Para junio del año 1846 , las naves volvieron a Montevideo con cueros y carne salada,pero con gran parte de la mercadería sin vender y 60 hombres menos, más la pérdida de 7 veleros y varias naves dañadas.
Como Rosas había suspendido el pago de la deuda con Inglaterra, los británicos enviaron a Thomas Samuel Hood a negociar con don Juan Manuel, arreglo que demoró varios meses más para que las potencias reconociesen el “mal negocio” que habían llevado adelante.
Desde entonces Rosas se convirtió en el adalid de la soberanía, aunque no siempre había mantenido una actitud tan decidida como cuando no se vieron afectados los intereses directos de Buenos Aires. Por su inacción se perdió la parte del Alto Perú que pertenecía al virreinato del Río de la Plata durante el conflicto con la Confederación peruano – boliviana, conformada en 1836, y no se mostró muy interesado por la recuperación de las islas Malvinas, que intentó cambiar por la condonación de la deuda con Inglaterra.
En cuanto a la discutida libre navegavilidad de los ríos, que los ingleses no aplicaban en Canadá ni en China, fue declarada por Justo José de Urquiza diez años más tarde con el aplauso de las potencias europeas y que se convirtió en un factor de progreso para la Mesopotamia y el Paraguay.
Este es un ejemplo más de la variabilidad de los criterios económicos entre los que se debate la Argentina: o apertura indiscriminada o el encierro de “vivir con lo nuestro”.
En estos días el gobierno argentino va a entrar en una discusión con el paraguayo porque pretende cobrarle 1.40 dólares por tonelada de soja paraguaya que baje por el Paraná. Es decir, no hay libre navegavilidad de los ríos. Seguimos sin políticos estables ni seguridad jurídica, ni siquiera un proyecto de país. Cada grupo encerrado en intereses mezquinos, con miradas miopes y constantes oscilaciones políticas, impone su perspectiva de las cosas de acuerdo a las necesidades del momento.
En los últimos 100 años, cuando un grupo político accede al poder, rompe lo construido por el anterior sin reconocer lo bueno o rescatable de ese proyecto. Un paso para adelante, otro para atrás.
Hace 60 años Argentina tenía 20.000.000 de habitantes. El 10% de ellos eran pobres. Los ingresos de la producción agroganadera asistían a sostener a una industria nacional que no siempre era competitiva a nivel internacional. Argentina tenía (y tiene) un costo intrínseco alto generado, entre otras cosas, por una estructura estatal que fue creciendo en forma descontrolada. Allí se agrega, después del 2001, el asistencialismo prebendario .
El PBI per cápita viene disminuyendo en los últimos 10 años con algunos años de buenas cosechas que frenan la decadencia. Pasamos de una importación sin freno donde al industrial argentino se lo hizo competir con países desarrollados con una fuerte matriz exportador que, en algunos casos, colindan con el dumping. La mala experiencia de los 90 llevó a políticas de encierro y de “vivir con lo nuestro”, caro y escaso de calidad.
Los dos extremos han fracasado y como en todas las cosas, la respuesta eficiente se encuentra en algún lugar entre los extremos. Hay que comprender que la industria y la creación de puestos de trabajo e innovación, no siempre debe ser “costo efectivo” en el corto plazo. Esa fue la política de China y hoy se ha convertido en el mayor exportador del mundo y va camino a ser un país creador de innovaciones.
Volvamos 177 años atrás, y dándole otra Vuelta a Obligado contemplamos este episodio como una parte del conflicto entre la capital y las provincias que evolucionó hacia la macrocefalia porteña. En Obligado se mezclaron los intereses de las potencias y la ansiedad por ubicar sus productos industriales con la necesidad de algunas provincias de conectarse con el mundo sin la intermediación porteña, como el caso de Corrientes (que hoy se ve obligada a celebrar un “día de la soberanía” en una fecha en la que vio afectado sus intereses).
Obligado se presta para muchas vueltas aunque de una sola cosa estamos seguros, del valor demostrado por Lucio N. Mansilla, Álvaro José se Alzogaray, Eduardo Brown, Juan Bautista Thorne, Tomás Craig, Ramón Rodríguez (jefe de los Patricios) y los 2000 soldados a su cargo que pusieron lo que debían poner para llevar adelante una tarea imposible.
Como escribió poco después del combate el Dr. Sabino O’Donell, “Hoy he visto lo que es un valiente”.
Esos hombres merecen el grato reconocimiento del pueblo argentino, aunque muchos pensemos que fue, como diría Borges, un derroche de “inútil coraje”.