Estamos hechos de tiempo. Y este pasa inexorablemente dejando sus huellas, aunque no las percibimos o no querramos aceptarlas… Somos lo que recordamos que hemos vivido. Somos nuestra memoria.
Sentimos que somos niños, jóvenes o adolescentes y aun suenan en nuestros oídos las palabras de los padres y maestros, esas que nos marcaron en forma sutil o con violencia, esas cicatrices que nunca curan porque están hechas de memoria, una construcción arbitraria escondida en lo profundo de nuestros cerebros.
Las imágenes y sonidos brotan como surgentes, ligadas entre sí por un hilo que no siempre podemos seguir, porque son azarosas, recuerdos que saltan, se pegan y a veces toman forma en nuestros sueños, revelando miedos y desventuras de las que no siempre estamos conscientes.
El Dr. Freud, un médico de pluma exquisita, premio Goethe de literatura, dio una importancia excesiva a la actividad onírica, aun en una época en la que nada se sabía sobre la estructuración de la memoria y las bases fisiológicas que las constituían. Hoy sabemos que los sueños son solo restos del naufragio de la desmemoria.
Tenemos cien mil millones de neuronas y cien billones de interconexiones (sinapsis) entre ellas. Curiosamente sabemos más de la memoria de nuestros celulares que sobre la capacidad de nuestro cerebro. Un buen celular tiene 128 gigabytes (en gigabytes son 10 millones de bytes). Nuestra memoria se estima que tiene entre 1 y 10 terabytes (son diez mil millones de bytes). Para que tengan una idea más tangible, es como tener la capacidad de recordar 10 billones de páginas de una enciclopedia.
La memoria no se acumula en un único lugar. El hipocampo es una parte primitiva del cerebro relacionada con la memoria y el aprendizaje (esta estructura se atrofia en el Alzheimer) pero no es la única, la corteza temporal guarda los recuerdos de nuestra tierna infancia y el significado de las palabras se acumula en la región central del hemisferio derecho (la afección de este lugar da lugar a las afasias). El aprendizaje se encuentra en el córtex parietotemporal.
El psicólogo William James, en 1890, fue el primero en diferenciar entre memoria a corto plazo y la memoria a largo plazo o secundaria.
El primer proceso pasa por la codificación o registro de la memoria mediante estímulos visuales o auditivos.
Hubo personajes históricos que se caracterizaron por su capacidad mnésica extraordinaria (sobre las personas que no se acuerdan de nada, baste citar a varios políticos). Uno de estos se llamaba Solomón Shereshevski, un periodista ruso que vivió en la primera mitad del siglo XX. Jamás tomaba nota de las entrevistas que hacía para después reproducirla con minuciosidad. En las tabernas de Moscú ofrecía un espectáculo donde ostentaba esta extraordinaria capacidad de reproducir lo que veía o escuchaba. Alexander Románovich Lúriya, el fundador de la neurociencia cognitiva y la neuropsicología, lo conoció y frecuentó a lo largo de 30 años. Lúriya actuó como médico durante la Segunda Guerra Mundial y pudo estudiar cientos de traumatismos cerebrales y relacionar estás lesiones con las distintas actividades funcionales alteradas de sus pacientes. Sin embargo fue el caso del Shereshevski el que mejor pudo documentar, ya que puso a prueba su memoria en cientos de oportunidades. Por ejemplo, Shereshevski era capaz de repetir largos poemas en idiomas que desconocía y hasta podía repetirlos al revés.
Shereshevski se ganaba la vida con este espectáculo mnésico pero necesitaba una concentración absoluta. Un ruido podía interrumpir su proceso mental, razón por la cual su espectáculo a veces carecía del brillo que de él se esperaba.
Su hipermnesia estaba asociada a una fuerte sinestesia, es decir que sus sentidos se entremezclaban. Para Shereshevski las palabras tenían color, sabor y peso… Esto era muy bueno para su memoria pero molesto para su vida. El joven no podía mantener una conversación normal porque el acumulo de datos lo estresaba. Como todo lo recordaba, aun el hecho más insignificante, esto le impedía tomar una decisión y lo convertía en un tonto para aquellos que lo conocían sin saber sobre este “don” que pesaba sobre su vida.
El hombre de la memoria prodigiosa terminó siendo un taxista de Moscú que recordaba todas las calles de la ciudad. Murió en 1958. Hoy es solo un recuerdo del recuerdo.
Así que, queridos lectores, sepan que olvidar las llaves o los documentos tiene sus inconvenientes pero también sus ventajas. Olvidar el nombre de su vecino o compañero de trabajo o de esa persona que lo detiene en la calle para saludarlo atentamente, le puede hacer pasar un mal momento, pero saber el nombre de todos sus vecinos, compañeros o gente conocida es muchísimo peor …. De las dos formas pensarán que es un idiota, como lo creían que era Shereshevski, .
Esta tormenta de recuerdos lo mantendrá en una indecisión permanente pero la desmemoria no le impedirá elegir una corbata o un helado o qué comer esta noche.
La desmemoria le permitirá mantener un interesante cambio de opiniones con su conyugue o sus hijos, por si dijo tal cosa en algún momento o si aconteció esto o aquello. Es decir, el olvido le da sal a la vida, la hipermnesia es una sobredosis de pimienta innecesaria.
Recordar minuciosamente no fue bueno para Shereshevski, ni para los demás casos de hipermnesia que se registraron (como Brad Williams, el hombre Google o Marlin Hemner) por eso nos fue concedido el olvido. La mente tiene fusibles que nos protegen. “El camino de la felicidad tal vez incluya el camino del olvido” decía Yasmina Reza en Una desolación, y, como sostenía nuestro Jorge Luis Borges: “el olvido es la única venganza y el único perdón”.