“El cielo cura y el médico cobra honorarios” decía Benjamín Franklin. Algo parecido sostenía un gran neuroanatomista Santiago Ramón y Cajal, “Solo el médico y el dramaturgo gozan del raro privilegio de cobrar las desazones que nos dan”. Ambos se inspiran en la frase de Molièresobre los galenos: “Su misión es recetar y cobrar, el curarse o no es cuenta del enfermo”. También decía el comediante que los médicos eran hombres de suerte, “sus éxitos brillan al sol y sus errores los cubre la tierra”. El que no tuvo tanta suerte fue el mismo Molière quien murió sobre el escenario, representando El enfermo imaginario. Como a la gente le encanta criticar, hubo quien sostuvo que está muerte en público resultó sobreactuada…
El Dr. José de Letamendi y Manjarrés usaba una frase refiriéndose a sus colegas, aunque esta sea válida para todas las profesiones: “El que solo sabe de medicina, ni medicina sabe”.
Quevedo afirmaba que la medicina solo era “sangrar ayer, purgar hoy…” y el Arcipreste de Hita llamaba a todos los médicos ignorantes, como lo han hecho varios autores clásicos, los escritores del Siglo de Oro, los del Siglo de las Luces, los románticos y hasta los más modernos escritores de nuestros días… como si los médicos se equivocasen más que los abogados, políticos, ingenieros o economistas (elija usted a quien más le parezca).
Pero en este Día de la Alergia nos toca hablar de alergistas, nuevos especialistas de viejos problemas, porque estornudos y escozores siempre hubo y siempre habrá a pesar de los esfuerzos de nuestros colegas que se pasan horas y días y meses estudiando las causas de estos incomodos síntomas.
Sobre esta pesquisa metódica versa el texto de Ramón Gómez de la Serna, El doctor inverosímil. Sus páginas dan vida al Dr. Vivar, especialista en gramíneas y pólenes que conoce por su nombre científico. Con estos conocimientos buscaba las esquivas etiologías que desencadenan las alergias. Gracias a su capacidad de observación pudo describir “la urticaria del beso de la novia”, afección que se resiste a los más complejos e intrincados tratamientos porque “el amor es la única alergia a que se sobrepone el hombre. Comienza por una indefensión y acaba por ser la vida del indefenso”.
“El amor es como la salud”, decía Fernando de Rojas en su célebre obra, La Celestina, “gran parte de su encanto está en desearla “.
A todos los autores les encanta hacer sufrir a sus protagonistas y lo hacen con males de amores o con crisis de asma (también con otras maldades, desde ya, pero las crisis asmáticas se prestan más al drama teatral). En el caso del coronel que no tenía quien le escribiera (obra de Gabriel García Márquez), éste tenía una esposa víctima del asma, quien caminaba por la casa “buscando el aire por encima del silbido de sus pulmones”. La conyugue del coronel confesaba que lo de ella, no era una enfermedad, sino una “agonía”, prolongada, espasmódica, de aparición incierta y final inevitable.
También de la pluma y las memorias del colombiano brota el obispo don Toribio, “corrido por un asma maligno que ponía a prueba sus creencias”.
Pero no podemos hablar de alergias y libros sin referirnos a Marcel Proust, quien en sus recuerdos de esos tiempos perdidos rescata al asma que lo convirtió en un enfermo crónico y prisionero de sus libros, cárcel de la que escapaba con sus escritos de tiempos idos. “El ruido de mis estertores cubre el de mi pluma”, le confiesa a su amada madre en una carta escrita un 31 de agosto de 1901, texto que obra como una especie de testamento literario.
Obviamente no fue Proust el único escritor sometidos a la lenta agonía de la disnea, esa sed de aire que le hace apreciar cada momento vivido en su mínimo detalle como las madeleines que lo retrotraían a su infancia, pero quizás sea quien mejor refleja esa refinada añoranza de tiempos idos.
Dickens, Wharton, Bishop y Dylan Thomas fueron otros autores abatidos por estos espasmos bronquiales que vuelcan conscientes o inconscientemente en sus textos.
Las alergias, esas confusiones de la inmunidad que traicionan al propio cuerpo, esos soldados de nuestras defensas, seguirán hostigando a niños y adultos, con puritos, ronchas, conjuntivitis y crisis asmáticas. El 20% de los habitantes de este mundo de pólenes, semillas, compuestos químicos diversos, pelos y ácaros, sufren algunas de esas manifestaciones por un descontrol de mastocitos, histamina e inmunoglobulinas, entre otras sustancias que algún momento estaban allí para defendernos de sustancias toxicas y al final atormentan a millones de individuos por una reacción diferente (de allí su nombre) por una confusión de la naturaleza.