La prolongada autopsia de Beethoven

El genio de Bonn pasó a la historia como un hombre de mal genio. Goethe lo definió como “extremadamente indócil”. Beethoven sabía de su mala fama y por tal razón en su testamento de Heiligenstadt escribió “Hombres que piensan o dicen que soy malévolo, obstinado o misantrópico, ¡cómo se equivocan conmigo! Ustedes desconocen la causa secreta que me hace parecer de tal forma ante vuestros ojos”.

La causa no era tan desconocida, el problema de Beethoven era su hipoacusia, pero a él le costaba admitir ese problema. ¿Cómo es que un músico de su talla tenía tal limitación? Para muchos su capacidad de superación es objeto de admiración pero para Beethoven era casi vergonzoso. Por esta razón fue que en este testamento le pidió a su hermano que “Cuando muera, si el Dr. Schmidt está aún vivo, le pidan en mi nombre que describa mi enfermedad… para que el mundo pueda reconciliarse conmigo después de muerto”. Lamentablemente la desaparición de una parte de su anatomía privó al mundo de saber a ciencia cierta cuál era el mal que aquejaba al compositor.

Beethoven falleció después de una larga y penosa agonía. Se dice que la causa de defunción fue neumonía, aunque no todos estén de acuerdo con ese diagnóstico y sostengan que murió de cirrosis por el líquido acumulado en su abdomen (ascitis). La necropsia se hizo al día siguiente de su muerte y, a falta del Dr. Schmidt, el encargado de describir los restos mortales del músico fue el Dr. Johann Wagner, un patólogo de renombre en Viena. El cuerpo de Beethoven estaba emaciado e hinchado, el bazo era negro, el hígado reducido y los nervios auditivos atrofiados.

Si bien Wagner era un patólogo notable, el día que le tocó analizar los restos del genio, no debe haber estado muy lúcido ya que realizó una apertura del cráneo “poco feliz”. Partes del cráneo se perdieron y entre las piezas extraviadas estaban, nada más y nada menos, que ¡los huesillos del oído medio! O sea que la causa secreta de la hipoacusia del compositor se perdió para siempre. De allí que solo podemos basarnos en especulaciones pero no en pruebas palmarias.

Sin embargo, los restos del genio no fueron dejados en paz. En 1863 su cuerpo fue exhumado y enterrado en un lugar más accesible al público (la misma suerte sufrieron los restos de Franz Schubert). En la oportunidad, el cráneo de Beethoven fue medido y estudiado con detenimiento por la “moda” de la frenología, que postulaba el conocimiento de las características psíquicas de las personas por los accidentes óseos del cráneo.

Los restos del genio fueron exhumados una vez más en 1888, oportunidad en la que se detectó que faltaban fragmentos del accidentado cráneo del músico. ¿Dónde habían ido a parar?

Aquí aparece en escena Romeo Seligmann, conocido galeno vienes, antropólogo, escritor, traductor y el primer profesor de historia de la medicina de la Universidad de Viena, además de médico (y según algunos chismosos, también amante) de Ottilie von Goethe, nuera del famoso autor que había señalado la indocilidad del compositor.

Seligmann era un entusiasta frenólogo que tenía una gran colección de cráneos que su hermano Leopold, miembro de la marina imperial austriaca, le traía de lejanos puntos del planeta. Por esta afición había sido convocado en 1863 a estudiar los restos de Beethoven, del que tomó “prestado” algunos fragmentos óseos. Estos restos del compositor permanecieron “extraviados” hasta 1945, cuando el hijo de Seligmann los halló entre los objetos atesorados por su progenitor. Los huesos reaparecieron en 1990 en California donde los había llevado el bisnieto de Seligmann.

Russell Martin, el autor de El cabello de Beethoven, contactó al dueño de los huesillos para hacer un estudio de ADN y compararlo con el mechón de cabellos del compositor que obraba en su haber. Estos tenían altos niveles de plomo, 42 veces más alto que los normales.

El envenenamiento por plomo podría explicar no solo la hipoacusia del músico sino también su comportamiento errático, sus trastornos gastrointestinales y las cefaleas que lo aquejaban. Este hallazgo podría explicar los pesares que empujaron a Beethoven a escribir su testamento de Heiligenstadt.

Esta carta fue escrita por Beethoven en esta localidad de Heiligenstadt en 1803.

Podría explicar… pero la realidad es más compleja y nuevos estudios del cráneo (hechos en el 2010) muestran que los niveles de plomo eran casi normales. Probablemente lo de los cabellos haya sido una contaminación secundaria por haber sido guardados en un recipiente con plomo, lo que desbarataría la hipótesis del saturnismo, hasta el momento la más plausible de la hipótesis que explicaban no solo la hipoacusia, sino el deterioro físico del compositor .

“Nada resulta más insoportable que tener que admitir  a uno mismo los propios errores” dijo el genio de Bonn y esta afirmación también se aplica a los fragmentos de Beethoven que andan por el mundo esperando que alguien rebele de una vez y para siempre y sin duda alguna, sus secretos.

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