La historia de una nación se basa en anécdotas, gestos y retratos… Es necesario visualizar a nuestros próceres para tener una iconografía fundacional. ¿Qué seriamos sin el retrato de Francois Casimir Carbonnier de Belgrano, reflejando su figura elegante y refinada? ¿Cómo podrían los uruguayos construir su historia sin la imagen de un cincuentón bien plantado como lo retrató Juan Manuel Blanes a Artigas y no como un anciano decrépito y casi sin dientes como fuera retratado hacia 1820?
San Martín recogió varias ilustraciones a lo largo de su existencia, desde los retratos de Gil Castro –pintor para quien posó en Perú–, hasta la figura que dibujó Mauricio Moritz Rugendas o el retrato más canónico atribuido a Juan Bautista Madou pintado durante su exilio. Todos ellos nos permiten visualizar al hombre.
Nos cuesta imaginar una Argentina sin los retratos de sus próceres y, sin embargo, hubo uno que nunca fue retratado en vida …nos referimos a Martín Miguel de Güemes.
Si bien, la imagen de Güemes es bien conocida, de gallarda figura y luciendo el uniforme húsar de la patria, el general gaucho nunca posó para un artista. Fuera porque pasó su infancia en el campo salteño, su juventud en Buenos Aires y su madurez peleando contra los realistas, lo cierto es que no hay retrato del hombre pintado en vida. Para él, que había pasado su vida huyendo de los godos, era mejor que no lo conociesen… Sin su uniforme pasaba como uno de sus gauchos.
Dicen que era de cuerpo esbelto y desarrollado, alto y erguido, esa cabellera y barba de león le daba un aspecto imponente. Era de piel blanca y ojos pardos con una cicatriz en un parpado que le había dejado una caída cuando niño. Su barba, densa y renegrida, enmarcaba su rostro otorgándole una expresión agradable y bondadosa. El cabello negro y abundante lo llevaba largo y peinado hacia atrás como sus gauchos. Un hombre de vida tan destacada, el único general argentino muerto en acción a los 36 años era merecedor de una iconografía que lo homenajease.
Fue Juan María Gutiérrez quien, casi medio siglo después de la muerte de Güemes, propuso un retrato reconstructivo del prócer cuando aun existían hombres que lo habían frecuentado y tenía una familia que había documentado con precisión su biografía (entre ellos se destacaba su nieto, célebre médico y político). A instancia del Dr. Juan Martín Leguizamón Giocoechea se empezó a forzar el retrato del general, guiando los trazos del pintor francés Ernest Charton. A este artista le debemos también los retratos póstumos de Marco Avellaneda –el mártir de Metán– y Esteban Echeverría.
Charton se inspiró en los descendientes para retratar al héroe. Sus hijos, Martín del Milagro y don José Luis Güemes Puch eran la viva imagen del general gaucho, aunque también recurrieron a Carlos María Figueroa, su sobrino nieto como nos cuenta Rogelio Wenceslao Saravia Toledo.
A su vez, usaron descripciones literarias como la que hizo Juana Manuela Gorriti en sus “Recuerdos de la infancia” (1853) o la escrita por Dionisio Puch en una carta.
Si bien algunos propusieron retratarlo con atuendo gaucho, fue el mismo Leguizamón y el Dr. Ángel Justiniano Carranza quienes sugirieron vestirlo con el uniforme blanco con alamares y pelliza color bronce para resaltar su condición militar.
El artista salteño Casiano Hoyos también tomó de modelo a Carlos María para un boceto a lápiz que sirvió de inspiración a otros artistas, como Schiaffino, Latorre, Alice, Manuel Prieto y Antonio Estruch quienes se valieron de estás imágenes para resaltar la gesta del general. “Yo no pretendo ni glorias ni homenajes” dijo este hombre que murió defendiendo su terruño, “yo solo trabajo por la libertad de la patria”.