El fascismo es un sistema político que trata de imponer un criterio unitario de pensamiento, una homogeneidad ideológica promoviendo la movilización de las masas por medio de la identificación de las reivindicaciones sociales con las reivindicaciones nacionales. Los regímenes fascistas intentan imponer sus criterios a través de un gobierno autoritario y un Estado omnipresente. “La concepción fascista del Estado es totalmente incluyente”, así lo definió Benito Mussolini en su ensayo Doctrina del fascismo (La Dottrina del Fascismo, 1932 –texto atribuido a Mussolini, pero probablemente escrito por Giovanni Gentile). Para imponer sus ideas reivindicatorias necesita que los medios de difusión les sean funcionales. El mismo Benito fue periodista y escritor y de esta forma logró su dominio de las masas. Hitler sin Joseph Goebbels como asesor, difícilmente hubiese llegado a tener la penetración que le permitió no solo llegar al poder sino conducir una nación hacia una conflagración mundial.
Al cumplirse 77 años del fin de la guerra, nos resulta difícil entender como hubo medios importantes que aun subsisten y apoyaron a estos regímenes sin denunciar las persecuciones raciales o minimizándolas.
En el contexto histórico de la década del 30, con una compleja situación económica social, con las secuelas y odios no extintos de la guerra, la usurpación de la zona industrial del Ruhr y las cuantiosas compensaciones de guerra, Alemania era un gigante caído que necesitaba explicar su compleja decadencia con simplezas para un masa disconforme y desorientada. Así es que los nazis quisieron explicar la derrota con el concepto de la “puñalada por la espalda” (Dolchstoßlegende) y apuntaron a un grupo en especial, los judíos. No era difícil buscar un chivo expiatorio en un país con una larga tradición antisemita, personajes como Wagner y Chamberlain eran conocidos por estas inclinaciones que nutrieron a la cultura alemana en general y, especialmente, al floreciente Partido Nacionalsocialista.
Por un lado, en 1918, las huelgas ocasionadas por los comunistas habían frenado a las fabricas alemanas que abastecían de armas y proyectiles a esta “guerra industrial” que se llevaba a cabo en las trincheras. La mayor parte de los conductores del Partido Comunista eran judíos, como la célebre Rosa de Luxemburgo.
Por otro lado, la misma teoría de la “puñalada por la espalda” sostenía que la sinarquía internacional sionista que le había quitado el apoyo financiero al Káiser, quien se vio forzado a renunciar.
Esta derrota en la retaguardia, cuando en el frente el dominio alemán era evidente, fue un duro golpe en el orgullo germano. La derrota trajo secuelas sociales –desocupación, hiperinflación– que debían ser reivindicadas como una causa nacional. Y allí aparecen los nazis dispuestos a imponer un orden pseudomilitar.
Cuando Hitler asume al poder gracias a una coalición política con la que logra el 44% de los votos, en pocos días impuso violentamente el orden en las calles, puso presos a los líderes comunistas, sindicales y anarquistas, y también impuso las Leyes Raciales.
Muchos miembros de la prensa extrajera como la alemana creyeron que esta era una extravagancia transitoria, un precio que debía pagarse para la prosperidad de Alemania que se convirtió en un polo de inversiones, especialmente norteamericanas.
Muchos magnates norteamericanos como Henry Ford eran admiradores de las políticas nazis, del orden impuesto y hasta compartían sus ideas raciales y eugenistas.
Fueron las inversiones norteamericanas las que hicieron posible el engrandecimiento del poder nazi para mantener la “tranquilidad social” a fuerza de tener presos a agitadores y otros “indeseables”. Con esta bonanza económica, más los bienes incautados a los judíos alemanes (que si bien eran el 1% del país, tenían el 10% de las propiedades en Alemania), Hitler pudo hacer real sus sueños de conquista.
Para eso contó con una prensa adicta tanto en el plano nacional como internacional. No solo valía la letra impresa, durante su gobierno se repartieron millones de radios para que los alemanes escuchasen los vibrantes discursos del Führer. En el plano internacional los medios norteamericanos apoyaron la gesta del nazismo. Ya en 1922 el New York Times comentaba que el antisemitismo de Hitler no era “tan peligroso”. A lo largo de la década del 30 fue 2 veces tapa del Times como el hombre del año y llegaron a postularlo al Premio Nobel de la Paz…
El fascismo, al imponerse en Italia y aplastar la efervescencia opositora, también fue acompañado de una bonanza económica y orden social. “Los trenes eran puntuales” señaló alguna vez Silvio Berlusconi en una elíptica añoranza de esos años ya idos.
Medios como Associated Press pactaron con el nazismo para evitar la difusión de imágenes o publicaciones que pudiesen ser vistas negativamente desde el exterior. Estas conductas transigentes pueden verse como intereses publicitarios de los medios que deben venderse y por esa vieja consigna “Publish or Perish” –“Publicar o Perecer”– que no solo mueve a la prensa sino a la actividad científica.
Los medios tienen la obligación de comunicar pero es casi imposible que ante la descripción de un hecho uno no pueda volcar su opinión o sus inclinaciones políticas (de hecho, los estoy haciendo en este momento). Es una parte de nuestra condición humana.
Olvidar la historia es un castigo por nuestra perseverante tendencia a repetir errores.