Your sperm’s in the gutter
Your love’s in the sink
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Tu esperma en la basura
Y tus amores en el sumidero
Esta es una de las estrofas iniciales del magistral Thick as a brick de Ian Anderson (1947) lanzado en 1972 por la banda Jethro Tull (el nombre de un agrónomo inglés inventor de una sembradora en el siglo XVIII). Es la historia de un niño prodigio que da su perspectiva de un mundo decadente donde los medios “te pueden hacer sentir pero no pueden hacerte pensar”.
Obviamente estos versos hacen alusión al pecado de Onán, el personaje bíblico que derramaba su semen al mantener relaciones con Tamar (la viuda de su hermano).
Si bien Onán da origen a la palabra onanismo como sinónimo de masturbación (del latín manu stuprare: violar con la mano), algunos sostienen que Onán practicaba un coitus interrupstus.
“Su manera de proceder desagrado al Señor –dice el Génesis– que lo hizo morir”.
Por siglos, en occidente, el onanismo se convirtió en un funesto placer solitario, aunque en las civilizaciones primitivas no era mal visto, de hecho en la mitología sumeria, los ríos Tigris y Éufrates son producto de la masturbación de dios Enki. Algunas religiones como la taoísta no condenan la masturbación.
Si bien los griegos aceptaron la masturbación (hay numerosas imágenes de Sátiros practicándola) consideraron que el placer sexual debía ser controlado ya que creían que la cantidad de semen era limitado y su pérdida excesiva producía enfermedades y debilidad. Para Platón afectaba no sólo al cuerpo sino al alma.
El cristianismo estableció la castidad como una virtud, por una influencia del estoicismo sobre los padres de la Iglesia. Toda actividad sexual que no cumpliera con el mandato de “crecer y multiplicarnos” era y sigue siendo pecado.
El primero en usar la palabra onanismo fue el teólogo calvinista Balthasar Bekker (1634-1698) quien, en 1716, publicó el texto sobre este “atroz pecado de la autocontaminación” relatando todo tipo de desgracias en aquellos que practicasen esta autogratificación: desde impotencia al insomnio pasando por la ceguera y la idiocia. El Dr. Robert James (1796-1853) afirmaba que ningún pecado producía “tantas consecuencias horribles”. El Dr. Samuel A. Tissot (1728-1797) publicó un trabajo exhaustivo sobre las numerosas consecuencias de esta práctica “tan nociva como abominable”. El metódico Immanuel Kant consideraba a esta “gratificación del impulso animal” tan antinatural que no la nombra en sus textos.
Jean Étienne Esquirol (1772-1840), el gran psiquiatra sostenía que esta autogratificación era, indiscutiblemente, generadora de locura. De allí en más todos los profesionales propusieron métodos para evitarlo, desde la circuncisión hasta cinturones de castidad, pasando por camisas de fuerza, castración e ingeniosas máquinas que ocasionaban descargas eléctricas en caso de intentarlo. Fue el sexólogo británico Havelock Ellis (1859-1939) quien señaló lo infundado de estas creencias, aunque tuvo una complicada vida sexual ya que llegó virgen al matrimonio a los 32 años, se casó con una mujer de conocidas inclinaciones lesbianas y su experiencia marital fue tan frustrante que aunque no se divorciaron, Ellis volvió a vivir a su apartamento de soltero… y a escribir sobre sexo.
Le tocó a Freud (1856-1939) abrir esta caja de Pandora de la sexualidad aunque fue su discutido discípulo Wilhelm Reich (1897-1957) quien publicó “Concerning Specific forms of Masturbation” (1922) -Sobre formas específicas de masturbación-, obra que fue prohibida en su momento. Reich murió en una prisión de Estados Unidos.
Alfred C. Kinsey (1894-1956) en su célebre informe sobre la sexualidad en la década del 50, desenmascara los mitos que rodeaban esta práctica, mucho más frecuente de lo que se sospechaba, tanto en hombres como mujeres. Por informes como el de Kinsey se logra que sea dado de baja en los manuales de patología (DSM IV) como generadora de locura y Thomas Szasz (1920-2012), en 1975, es quien la declara como “la principal actividad sexual de la humanidad”.
Como toda discusión sobre la naturaleza humana hay actitudes pendulares y de las restricciones pasamos a la permisividad y viceversa. La Dra. Joycelyn Elders (1933), consejera del presidente Bill Clinton, un 7 de mayo de 1995 (en el contexto de una pandemia de SIDA), aconsejó incluirla en los programas escolares por considerarla “segura y saludable”. El escándalo fue tal que la Dra. Elders se vio obligada a dimitir de su cargo en el gobierno.
Desde las leyes puritanas de New Haven, Connecticut (USA) que condenaba a muerte a los masturbadores a esta nueva complacencia ha pasado mucha agua por el río de la vida. No pasó mucho tiempo hasta que la proliferación de la pornografía digital (más de seis millones de sitios hay en Internet) diera origen a la teledildónica (sexo virtual) con “parejas” imaginarias creadas a imagen y semejanza de los sueños más salvajes de los clientes. La imaginación al poder, y el sexo es poder por su capacidad de gratificación adictiva, por liberación de endorfinas.
La masturbación ha inspirado obras pictóricas de Egon Schiele y Gustav Klimt, muchísimas letras de canciones, desde Chuck Berry (“My Ding a Ling”), pasando por Virus (“Luna de miel en la mano”, aunque solo se la conozca como “Luna de Miel”), “Touch of my hand” de Britney Spears, “So happy I could die” de Lady Gaga –haciendo alusión a la expresión francesa de petit mort propia del orgasmo– y “She Bop” de Cyndi Lauper, que dice haberla grabado desnuda.
La afirmación de la Dra. Elders en el contexto de la pandemia de SIDA –que está lejos de concluir– se ha reflotado en el actual contexto del COVID cuando, en plena cuarentena, desde el gobierno fomentaron la autogratificación sin omitir el lavado de manos. Esta posición muestra un cambio de actitud abismal en apenas medio siglo: de un vicio pasó a ser parte de la solución de una epidemia, o, como dijo el padre de la candidata a la presidencia de Francia, Jean Marie Le Pen, “el mejor método anticonceptivo”.
Más allá de la política, la medicina o la religión, la masturbación es parte de la naturaleza, una herencia ancestral, un proceso adaptativo de las especies que permiten remover el esperma viejo y menos vital por el nuevo con más posibilidades de cumplir con su finalidad reproductiva.
Desde Onán a Cindy Lauper, de Enki a Kinsey, de Sheie a Elders, somos los mismos humanos dominados por nuestras hormonas y la búsqueda del placer, explorando nuestra sexualidad, compartida o en soledad, oculta o exhibida, reprimida o sublimada.
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