Disfrazado como se quiera, el desbalance económico fue, como tantas otras veces, lo que precipitó la guerra. El desequilibrio en la balanza comercial entre China y el Reino Unido se produjo por el endurecimiento de las medidas chinas respecto del tráfico de opio, algo que se produjo dentro de las crecientes medidas proteccionistas de China en relación al comercio con Europa. Esto originó el malestar británico y llevó a una escalada de situaciones que terminaron en la declaración de guerra por parte del Reino Unido.
Veamos el contexto de los acontecimientos…
China era una sociedad autosuficiente y tecnológicamente muy avanzada. Para mantener la “contaminación extranjera” en niveles mínimos, el gobierno de la dinastía Qing restringió la actividad comercial de los occidentales a sólo algunos pocos puertos, siendo Cantón el que concentraba casi todo el comercio con Europa. Los comerciantes europeos tenían que pagar en metálico contante y sonante (lo hacían con plata que los británicos importaban de América) si querían productos chinos, principalmente té, seda y porcelana. Por su parte, los chinos eran muy reacios a aceptar artículos europeos de calidad dudosa como muchos de los que traían navegantes de Portugal, Holanda o Inglaterra.
A raíz de esta situación, a largo plazo, China estaba “extrayendo” demasiada moneda fuera de Europa, por lo cual Occidente (bah, Gran Bretaña, digamos) tenía que encontrar algo importante para vender a los chinos y emparejar el intercambio de dinero, que en esos términos era claramente favorable a China. El opio fue la solución perfecta.
Los británicos tenían un suministro permanente de opio procedente de la India, que era colonia británica. Así que para equilibrar la balanza comercial con China, que era claramente deficitaria para los británicos, estos comenzaron a exportar opio a China. Si bien el tráfico de opio era ilegal tanto en China como en el Reino Unido, las autoridades del gobierno británico consentían en el tráfico de opio a China; había que poner las cuentas en orden y eso era más importante que todo, qué nos vamos a andar fijando si es legal o no. Los británicos rápidamente llegaron a exportar casi 1500 toneladas de opio al año a China. El crecimiento del tráfico de opio fue tan grande que la balanza comercial se invirtió a favor del Reino Unido.
Gran Bretaña trasladaba a China el opio producido en India y en menor medida en el territorio del Imperio otomano. También con opio pagaba a su vez las compras de té, seda y porcelana chinos. Trasladados estos productos al Reino Unido y EEUU, con las ganancias obtenidas por las ventas se compraba más opio para llevar a China.
Ahora era China el que tenía dos problemas: el primero, el desequilibrio comercial en contra en la balanza comercial con el Reino Unido, que llevó a una crisis monetaria interna. El segundo, la adicción al opio del pueblo chino, que se volvió una especie de epidemia que amenazó la vida social y los valores tradicionales de la sociedad china. La demanda de narcóticos por parte de China iba creciendo a medida que, de la mano del opio, la avalancha del ideario y la tecnología extranjeras iba penetrando (según las autoridades de gobierno, “socavando”) su estructura social.
Entonces el gobierno chino prohibió totalmente el opio. A menos que fuese acompañado de un apropiado soborno, claro. Al principio esto no fue un problema, ya que los montos de los sobornos solían ser menores que los impuestos de importación que los europeos tenían que pagar para introducir en China legalmente sus otros productos habituales. El opio, ilegal, circulaba en China en forma creciente; la población lo consumía y el gobierno hacía la vista gorda.
Pero entonces resultó que China nombró a un funcionario honrado para que combatiera y eliminara la adicción al opio. A diferencia de sus antecesores, este hombre, llamado Lin Zexu, hizo uso de su autoridad para cumplir con lo que le habían encargado, ni más ni menos que eso; es decir, combatir el tráfico de opio en vez de coimear comerciantes y permitir lo ilegal a cambio de sobornos. Y Lin Zexu empezó por donde tenía que empezar: ordenó destruir diez mil contenedores de opio y clausuró las actividades comerciales de los extranjeros involucrados.
Esto enfureció a los británicos, que declararon la guerra.
A pesar de que China era una civilización muy avanzada, los europeos hacía tiempo que habían superado a los chinos en la tecnología militar. Así, en la Primera Guerra del Opio, la supremacía naval británica fue decisiva: sometió a China y obligó a su rendición. El ejército chino también fue sometido, y los británicos ganaron la guerra casi sin recibir rasguños.
Llegó el consabido tratado de paz (Tratado de Nanking) en 1842, luego del cual China cedió Hong-Kong a los británicos, legalizó el comercio del opio y estableció relaciones diplomáticas con los europeos, permitiéndoles instalar mercados y factorías en los puertos acordados a lo largo de las costas y de los ríos navegables. Junto a los comerciantes llegaron los misioneros cristianos, que se fueron dispersando por toda la geografía de China. Después de llovido, mojado.
China tuvo que pagar a a los británicos 6 millones de dólares de plata en resarcimiento por el opio que había sido confiscado por Lin Zexu, otros 3 millones de dólares en compensación de “deudas comerciales” y otros 12 millones como compensación por los costos de la guerra. Todo ese dinero debía ser pagado en el lapso de tres años, con intereses de un 5% anual. Además, China debía liberar a todos los prisioneros de guerra británicos y amnistiar a aquellos ciudadanos chinos que hubieran colaborado con los británicos durante la guerra. Las tropas británicas permanecieron en Zhoushan y en Gulangyu hasta que el gobierno chino terminó de pagar lo acordado.
La Primera Guerra del Opio marcó el comienzo de la decadencia de la dinastía Qing, que quedó expuesta en lo que fue considerado como una mala gestión del conflicto. Y la cosa no terminaría ahí, ya que en 1856 llegó la Segunda Guerra del Opio.
Otra vez sopa.
Y otra historia.