Phineas Barnum (1778-1826) fue el segundo norteamericano en acumular un millón de dólares. El primero había sido Cornelius Vanderbilt (1794-1877) con los ferrocarriles.
Barnum accedió a su fortuna engañando al público. Fue él el artificie del show bussiness, del side-show, los freak shows, el que lucró a expensas de individuos con malformaciones o distorsionando las historias para concitar la atención del público –siempre ávido de nuevas historias, aunque estas sean truculentas y morbosas, o mejor dicho, cuanto más lo sean, más captarán su atención –. “Nadie ha perdido nunca un dólar al subestimar el gusto del público”, afirmaba este creador del circo más grande de su tiempo. En realidad no lo subestimaba, lo despreciaba. “Hay un zoquete que nace a cada minuto”, decía y ese “zoquete” debía hacer una contribución a la causa del show bussiness, donde “todos son engañados y engañan a su vez “
“El dinero es un excelente sirviente pero un terrible patrón”, decía por experiencia propia y a eso agregaba “contar los pollos antes de ponerlos en la bolsa… y es un error que se repite de tiempo inmemorial” en referencia a dar por descontado un éxito. Eso es lo que le pasó con Jenny Lind, el ruiseñor sueco, una exquisita soprano a la que organizó una gira por Estados Unidos, sin el éxito esperado (y sin que la hermosa dama respondiese a las pretensiones del “entrepreneur”).
Sin embargo, Phineas siempre se sobrepuso a la adversidad. “La fortuna siempre favorece a los intrépidos y nunca ayuda a un hombre que no se ayuda a sí mismo”. Con esa “intrepidez” que lo caracterizó presentaba a una esclava que decía ser la nodriza de Washington. De haber sido verdad, cuando la presentó debería haber tenido 130 años, pero a la gente le encantaban sus cuentos sobres las travesuras infantiles de Georgie…
También presentó a una falsa sirena hecha con cola de salmón y cuerpo de mona a la que dio el nombre de Fiji mermaid, ya que hacia poco tiempo se había difundido en los diarios un caso de antropofagia en dicho archipiélago.
Cuando los medios pusieron en duda la legitimidad de esta sirena (para quien esté interesado en verla puede ir al Museo Peabody en Cambridge, Massachusetts), Barnum les contestó “Sin promoción, algo terrible sucede…¡nada!” y a continuación pronunció otra de esas frases que pasan a la historia: “Lo único que espero de la prensa es que escriba bien mi nombre”.
Exhibió enanos como Tom Thumb y gigantes cómo James Murphy, creó el circo más importante de su tiempo (Barnum & Bailey Circus), exhibió al elefante más grande que se haya conocido, e hizo que su nombre, Jumbo, fuese sinónimo de “tamaño desmedido”.
“No hay tal cosa en el mundo como la suerte” afirmaba. “Nunca hubo un hombre que pudiese encontrar una bolsa de oro en la calle cada día. Eso podrá pasar una vez en la vida, pero en lo que se refiere a la mera suerte, se corre el mismo riesgo de perderlo que e de encontrarlo”… “Cada uno debe hacerse que su hijo o hija aprenda un oficio, porque la cambiante fortuna puede hacerlos ricos o pobres de un día al otro. Deben tener algo tangible ante un inesperado giro de la fortuna”.
A pesar de sus medios, Barnum era un hombre discreto. “La verdadera economía consiste en siempre hacer más ingresos que egresos. Use la ropa vieja un poco más, repare el viejo vestido y prescinda del nuevo par de guantes… a menos que ocurra algún accidente imprevisto, así podrá contar con un margen a su favor en tiempos que la suerte no lo acompañe”.
Barnum siempre les pagó puntualmente a sus artistas y a sus freaks. Algunos hicieron fortunas bajo su conducción y pasaron a la historia gracias al ingenioso showman. “Nadie hizo una diferencia por ser igual a todos los demás”, solía repetir, “pero soy un showman por vocación… y el dinero no me convertirá en nada mejor”.
Su único objetico era tener “los bolsillos llenos de dinero” y no hay duda que lo logró.
Cuando vea un espectáculo bizarro, piense en Barnum.