Thomas Cromwell, el hombre detrás de los divorcios de Enrique VIII

Enrique VIII de Inglaterra pasó a la historia por sus seis esposas… pero no hizo solo el trabajo. Todos los héroes y los villanos necesitan un secundón, un lacayo servil o alguien con quien compartir dudas, opiniones o planes. Son pocos los que escriben la historia solos…

Y en la vida de Enrique VIII existió esa persona que planeó cada paso de los que el monarca dio en esos años que lo llevaron a la inmortalidad (inmortalidad discutida, pero inmortalidad al fin) y ese alguien se llamó Thomas Cromwell (lejano ancestro de Oliver Cromwell, el Protector, el mismo que ordenaría dos siglos más tarde la ejecución de Carlos II).

Hombre de origen humilde, gracias a su habilidad como comerciante pudo labrarse una posición y estudiar derecho. De esa unión entre la universidad de la vida y la académica nació el político. Fue ascendiendo escaños hasta participar del llamado Parlamento de la Reforma convocado por el monarca para anular su matrimonio con Catalina de Aragón. En estas circunstancias, Cromwell conoció a Enrique quien quedó impresionado por su habilidad y conocimientos. Poco después fue nombrado canciller del reino.

Su primera medida como canciller fue suprimir el óbolo papal y transfirió la legislación eclesiástica al rey. Cromwell estaba dando el primer paso para que Inglaterra se liberase de la jurisdicción de Roma.

En el plano “sentimental”, el canciller favoreció el enlace con Ana Bolena con Enrique… y también asistió al arresto y ejecución de la reina. Después de la muerte de Juana Seymour por fiebre puerperal, el ministro instó a un nuevo matrimonio del monarca con Ana de Cleves para fortalecer las relaciones entre Inglaterra y otras naciones protestantes. El retrato de Ana pintado por Hans Holbein, ayudó a entusiasmar a Enrique, quien personalmente fue a buscar a la princesa. Cual no sería su desilusión al verla ya que le dijo a su ministro “No me gusta”, afirmación contundente que dejó a Cromwell preocupado, muy preocupado.

Retrato de Ana de Cleves, por Hans Holbein el Joven, 1539. Pergamino montado sobre lienzo, Louvre, París.

¿Por qué este rechazo a primera vista de la princesa? Nunca se sabrá porqué. Las crónicas describían a la princesa como una persona encantadora, y aunque los retratos oficiales suelen ser engañosos, al parecer Holbein honró su belleza. Quizás se podría decir que no hubo química con Ana, pero sí recriminaciones hacia Cromwell, que se deshacía en disculpas. Como la palabra estaba empeñada, no hubo otro remedio que celebrar la ceremonia, que se llevó a cabo en enero de 1540. Cromwell solo podía rogar que la opinión de Enrique cambiase después de consumado el matrimonio… cosa que no ocurrió.

“Antes no me gustaba”, afirmó Enrique al día siguiente del supuesto himeneo, “y ahora menos…”.

 El rey fue muy claro al respecto, “la he dejado tan intacta como me la han entregado”, le dijo a quien quisiera escucharlo.

Después de aseveración tan contundente, todo el mundo sabía que la princesa seguía siendo tan virgen como antes de casarse aunque, al parecer, ella no se había enterado, ya que nadie se había tomado la molestia de explicarle algunos detalles de la vida conyugal…

En su inocencia, Ana pensaba que el matrimonio se había consumado, cosa que debieron explicarle en forma más explícita: un beso y unas buenas noches no eran suficientes para concretar la relación conyugal.

Poco después de esta fallida noches de bodas, Enrique comenzó, una vez más, los tramites de divorcio, en este caso argumentando la falta de consumación. Ana accedió rápidamente a disolver el vínculo marital (seguramente le contaron el triste final de Ana Bolena por no acceder al divorcio).

El matrimonio se disolvió y el rey supo compensar con creces está amable desvinculación. De allí en más se refirió a ella como “una buena hermana”.

Quien no corrió la misma suerte fue Thomas Cromwell quien, al perder el favor real, fue víctima de los muchos enemigos que había sabido acumular a lo largo de los años en los que había ejercido el poder.

Fue encarcelado en la Torre de Londres acusado de herejía, un concepto muy amplio y peligroso que entonces se utilizaba con inusitada frecuencia para eliminar enemigos molestos.

Apenas tres semanas después de firmada el acta de anulación matrimonial, Cromwell fue ejecutado y su cabeza expuesta sobre el puente de Londres, a pesar de haber sido el consejero y canciller más leal que tuvo Enrique VIII, aunque el rey no lo haya visto de esta forma.

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