Giuseppe Verdi, uno de los músicos más grandes de la historia y símbolo de la unidad italiana, estaba por abandonar la música cuando compuso Nabucco, la ópera que lo consagró como artista y lo convirtió en un símbolo libertario.
Durante las campañas napoleónicas, la aldea de Le Roncole pertenecía a Francia luego de haber sido anexada a esa nación. Verdi, al nacer en 1813, fue inscrito en el registro civil como ciudadano francés bajo el nombre Joseph Fortunin François. Años más tarde y gracias a su talento innato se le abrió las puertas a una educación superior a la que su padre, un humilde posadero, podía costearle.
Finalizado sus estudios y ya con una carrera en auge, hacia 1840, una serie de acontecimientos llevan a Verdi a atravesar un momento crítico con la muerte de su esposa y sus dos hijos. En ese momento, Verdi, se encontraba escribiendo su segunda ópera “Un giorno di regno” que se estrenó unos meses después de los acontecimientos y fue un rotundo fracaso y no sabía cómo habría de continuar su existencia.
El éxito vino acompañado de suerte cuando el empresario Bartolomeo Merelli le entregó el libreto de un drama bíblico escrito por Temistocle Solera, sobre un texto de Anicete Bourgeois y Francis Cornue. Era la historia de la conquista de Israel por Nabucodonosor y su violenta tiranía.
Verdi contaba que al momento de recibir el libreto, llegó a su casa “y con un gesto casi violento tiré el manuscrito en la mesa… el libro se abrió al caer” y fue entonces que leyó la frase que, tiempo después, todo Italia cantaría como un himno, “Va, pensiero, sull’ali dorate” (“Vuela el pensamiento con alas doradas”). Esa noche leyó el libreto no una sino tres veces; casi lo podía recitar de memoria .
Nabucco era el relato de la locura de los tiranos que restringen las libertades de los individuos. La analogía con Italia sometida al dominio austriaco, era evidente y, de una forma u otra, impregnó la creación del artista, cuidándose de extralimitarse en su mensaje independentista porque la dominación austriaca acechaba con una censura feroz.
Sin embargo, la sutileza del mensaje en un relato bíblico fue aceptado por el órgano censor de los austriacos y Nabucco se estrenó el 9 de marzo de 1842 en Milán. Cabe imaginarnos los nervios del artista después de dos años de intenso trabajo, los detalles, los ensayos, correcciones, etc. Eran muchas cosas las que estaban en juego esa noche.
El estreno fue en La Scala de Milán y el papel de la perversa Abigaille fue cantado por la soprano más conocida de su tiempo, Giuseppina Strepponi –quien, con los años, será la esposa de Verdi–.
La Scala vibraba en tenso silencio con el desarrollo de la obra, especialmente mientras el coro de los esclavos judíos entonaba el “Va pensiero” durante el tercer acto. Finalmente cayó el telón y el público estalló en una ovación. Nabucco era la ópera que todos esperaban, el canto que encendió el fervor patriótico. El pueblo de Israel era Italia, esa “patria bella y perdida”. En los muros de Milán brotaron los “Viva Verdi”, un grito de libertad secreta, el sueño del “risorgimiento”, el deseo de reunificación de la patria escondido tras el acrónimo Verdi como Victor Emanuele Re d’Italia.
Los austríacos no sabían como reaccionar frente a esta efervescencia popular, esta consagración de un músico hasta ayer desconocido quien, de acá en más, estará en boca de todo el mundo. Por 65 noches el teatro estallaba de aplausos cuando se alzaban las alas doradas de libertad.
Después de Nabucco nada fue igual para Verdi. Era un ídolo popular pero los austriacos revisaban sus obras, lo vigilaban de cerca. En 1843, la obra en la que venía trabajando, “I Lombrdi alla prima croaciata” fue censurada. El cardenal Gaetano Gaisruck exigió que se cambiaran partes de la obra, a lo que Verdi se opuso firmemente. “Se hará así o no se dará”, sostuvo el compositor seguro que su prestigio avalaría su posición. El cardenal aceptó la imposición y la obra se ejecutó en su forma original.
Es así cómo se formó un movimiento alrededor de su persona, representando los ideales de unidad en los movimientos populares. Se encendió en obras que ahondaban en su filosofía política como en Simón Boccanegra o Don Carlo, pero también surgen para defender a su amada Giuseppina de las habladurías hipócritas que criticaban a la soprano, acusada de haber llevado una vida aireada en su juventud y que, junto al maestro, estuvieron años conviviendo sin casarse (lo harán años más tarde en secreto). A ellos, a esos hipócritas burgueses los desafía Verdi con La traviata (La perdida), la historia de una cortesana –Violetta Valery– quien demuestra ser una auténtica heroína, más digna y leal que los miembros de esa sociedad pacata que la rodea. Verdi alzó un monumento musical a su compañera como antaño lo hiciera por la libertad de Italia.
Su lucha política fue reconocida por el mismo hombre cuyo nombre ocultaba: Victor Emanuele, al asumir como monarca en 1874, le concedió el título de senador vitalicio. Era el reconocimiento a su lucha, a su perseverancia patriótica. Pero el compositor, decepcionado por la política, se refugia en su pueblo, en su casa natal. En esta casa, hoy convertida en museo, se atesoran aún los billetes del tren hacia el senado de Roma, que el compositor jamás llegó a usar, porque su mundo de arpegios y acordes, era más puro y armónico que el de las oscuras relaciones políticas.
Cuando murió, en 1901, el pueblo espontáneamente se reunió frente a su villa para entonar el “Va, pensiero”, convertido en el himno no oficial de Italia, y en el último adiós a un grande.
No acaba acá la historia del coro de los pueblos sometidos, porque al cumplirse 150 años de su estreno, el director Riccardo Muti, después de dirigir el “Va, pensiero” y ante el reclamo de un bis del público, entre los que se encontraba el premier Berlusconi, dijo a los presentes “Hoy siento vergüenza de lo que sucede en mis país… Así vamos a matar la cultura sobre la cual se construyó nuestra historia” y mirando al palco presidencial, declaró, “Yo he callado durante muchos años. Ahora deberíamos darle sentido a este canto”… y a continuación invitó al público a entonar todos juntos este “Va, pensiero”, la libertad en alas doradas de la patria “si bella e perduta”.
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