Cuando en 1795 Napoleón conoció a la que sería su esposa, era apenas un general ventiañero, muy serio y solitario, delgado y mal vestido. Ella, en cambio, era hermosa, solía vestir a la última moda, era seductora y estaba bien relacionada con la aristocracia parisina.
Josefina había nacido en Martinica, hija de un noble que llegó en busca de fortuna a esa isla caribeña. Los huracanes que hostigaban a Martinica y la adicción de su padre al juego conspiraron contra las ansias de enriquecerse.
La familia arregló el matrimonio de la joven con el vizconde de Beauharnais. Codearse con la sociedad parisina, más las clases que tomó de literatura y ética, refinaron a la niña. En 1781 Josefina dio a luz un varón, pero Beauharnais poco tiempo estuvo con su cónyuge e hijo. Sus frecuentes viajes de negocios lo tenían apartado de su familia. Las desavenencias no tardaron en llegar por las infidelidades del marido. Cuando Beauharnais fue a Martinica como asistente del gobernador, Josefina eligió quedarse en Paris.
Vuelto a Francia, la relación entre los cónyugues se hizo insostenible por las mutuas acusaciones de infidelidad. Finalmente, Josefina fue expulsada del hogar y los hijos del matrimonio (Eugenio de Beauharnais y Hortensia de Beauharnais) enviados a una abadía. El tramite de divorcio fue largo y complejo. Cuando llegaron a un arreglo económico satisfactorio, Josefina decidió volver a Martinica a atender los negocios familiares, pero una revuelta de esclavos la obligó a volver a Francia sin equipaje ni dinero.
Mientras tanto, Beaurnahais abrazaba la causa republicana y llegó a ser nominado para ocupar el Ministerio de Guerra, cargo que no aceptó.
Los cambios políticos se precipitaron y Beaurnahais perdió la confianza de los jacobinos, razón por la cual ambos cónyuges terminaron encarcelados, hasta que él fue guillotinado el 23 de julio de 1794. Josefina permaneció en la Prison des Carmes hasta el 27 de julio, fecha en la que Robespierre fue ejecutado y el terror llego a su fin.
Una vez libre, Josefina trató de rehabilitar la figura de Beaurnahais y resolver las dificultades económicas en la que había caído, mientras mantenía una relación íntima y secreta con el general Lazare Hoche. Fue en estos meses que Napoleón conoció a la que sería el amor de su vida. El romance entre la bella caribeña, seis años mayor que el joven general, y Napoleón, prosperó hasta el matrimonio. Pocos días después de las nupcias, Napoleón partió a conquistar a Italia y Josefina aprovechó su ausencia para frecuentar a sus amantes entre los que se contaba el director Barras, que ayudó a catapultar la carrera de Bonaparte.
Desde Italia, Napoleón le escribía apasionadas cartas de amor . “Adiós, mujer, tormento, felicidad…a la que amo, a la que temo…”. Entretenida como estaba con su ajetreada vida social, no siempre contestaban estas misivas de un amor arrebatado, propio del romanticismo de la época, plena de expresiones “tan volcánicas como el trueno”. Enceguecido por este amor, Napoleón no quería ver lo que era evidente para sus amigos; las infidelidades de Josefina. Era un amor no correspondido, Josefina llegó a fingir un embarazo para no tener que visitarlo mientras estaba en campaña.
A medida que la carrera de Bonaparte le permitía acceder a puestos de poder, también comenzó a mantener una sucesión de conquistas amorosas, entre las que se destacó Pauline Foures, llamada la “Cleopatra de Napoleón”. Sin embargo permaneció unido a Josefina, a la que consagró emperatriz de los franceses.
Los conflictos se sucedieron a punto de llegar a la ruptura cuando Josefina encontró a su marido en el cuarto de una de sus empleadas. Sin embargo, la razón que pesó en la separación, fue el hecho de que ella no podía darle un heredero.
Para demostrar (y demostrarse) que él no era el culpable de esta falta de descendencia, Napoleón tuvo dos hijos con Louise Eléonore Denuelle de la Plaigne y otro con la aristócrata polaca Maria Walewska (este hijo fue representante diplomático de Francia en el Río dela Plata durante los tiempos del bloqueo anglo francés).
Finalmente, el divorcio se firmó el 14 de diciembre de 1809. Napoleón necesitaba forzosamente un heredero que buscó en un vientre mas joven: María Luisa de Austria. (sobrina de María Antonieta)
A pesar de las frecuentes peleas que caracterizaron su matrimonio, Napoleón y Josefina mantuvieron una extensa relación epistolar después del divorcio. Parecían estar ligados de una extraña manera que se prolongó hasta la muerte de la emperatriz: “Adiós, mi querida Josefina”, le escribió entonces, “resignaos como yo, y no dejes nunca de recordar al que jamás os olvidó y jamás os olvidará”.
Años después, durante su destierro Napoleón confesó, “Verdaderamente la amé… pero no la respeté”. Sus últimas palabras antes de morir en Santa Elena honraron su promesa de no olvidarla: “Dios mío… el ejército… Josefina”.