Cuando William Miller (Guillermo Miller) llegó a Buenos Aires en agosto de 1817 era un capitán de larga trayectoria a pesar de su corta edad. Había peleado junto a Wellington durante la campaña de España en la Batalla de la Victoria y el asalto de Bayona. En 1814 participó en el ataque a New Orleans durante el conflicto entre Inglaterra y Estados Unidos. Volvió a Europa justo a tiempo para combatir junto al Duque de Hierro en Waterloo. Terminadas las guerras napoleónicas el joven capitán, que por entonces tenía 20 años y había pasado los últimos 5 años de su vida peleando, decidió poner sus habilidades de artillero al servicio de la causa emancipadora.
Llegó a Buenos Aires en 1816 y fue destinado al Ejército de los Andes. En Chile asistió al desastre de Cancha Rayada donde, gracias a su sangre fría, logró salvar las piezas de artillería asignadas. Su abnegación le ganó el puesto de Edecán del Libertador. Como infante de marina participó de la captura de Talcahuano y posteriormente acompañó a Cochrane en su primera expedición al Callao, donde sufrió quemaduras a raíz de una explosión. Esta será la primera de las muchas heridas que surcarán su cuerpo. En Pisco y Valdivia recibió 6 heridas de bala al dirigir personalmente sus hombres al ataque. Su coraje indómito llamó la atención del General José de San Martín, quien lo ascendió y lo señaló como segundo al mando del Regimiento 8 de infantería.
Hombre de mar y tierra, jefe de caballería, infantería y artillería, su versatilidad guerrera fue de gran utilidad a la causa americana. Premiado con la Legión al Mérito de Chile y la Orden del Sol en Perú, Miller continuó prestando servicios en la legión peruana durante las guerras de independencia. Fue nombrado General y con ese grado participó en las batallas de Junín y Ayacucho, dónde se selló la libertad americana.
En 1826, Miller volvió a Londres donde fue recibido con honores. De allí viajó a Bruselas para entrevistarse con San Martín, a fin de recabar datos sobre la gesta de la Independencia americana y poder así terminar sus memorias, que por carácter transitivo son, en parte, las del Libertador.
Luego de ese viaje regresó a Perú pero las controversias políticas entre los criollos lo obligaron a desterrarse. Sin embargo, el general Luis Orbegoso lo convocó a su lado, y compensó los esfuerzos de Miller confiriéndole el grado de Gran Mariscal. Los conflictos dentro del ejército y las retaliaciones amargaron al inglés, que partió hacia Ecuador como Ministro plenipotenciario ante el novel país. En 1837 fue nombrado gobernador político del Callao donde, una vez más, demostró sus dotes como administrador. Sin embargo, las habladurías y conspiraciones pudieron más y Miller fue borrado del escalafón militar. Durante años actuó como cónsul británico en Hawaii.
Afectado por sus viejas heridas -especialmente por una bala que había comprometido su hígado- intentó viajar a Inglaterra, pero el antiguo guerrero, el valiente inglés, finalmente murió antes de partir. El mariscal Ramón Castilla repuso sus títulos y honores. Su cuerpo fue enterrado en el cementerio británico de Lima y posteriormente trasladado al Panteón de los próceres de dicha ciudad.
Sus Memorias -Memoirs of general Miller: In the service of the republic of Peru– fueron publicadas en Londres en 1829 y traducidas al castellano por el General español José María Torrijos. La obra recibió críticas por algunas afirmaciones controvertidas en su relato de los acontecimientos. Varios compañeros de armas expresaron sus disensos, entre los que se contaba el coronel O´Brien quien, sintiéndose agraviado, quemó en público las Memorias.
Los originales fueron cedidos por la viuda de Miller al Dr. Ángel Carranza, quien los atesoró en la Biblioteca Nacional de Argentina. Miller fue amigo y confidente del Padre de la Patria, valiente hasta lo temerario, leal defensor de la libertad de los pueblos. Sus imprecisiones como narrador no le restan en absoluto la gloria que supo ganarse en el campo de batalla.