Horatio Nelson, Cosme Damián Churruca o Jorge Juan. Existen nombres que, inevitablemente, han quedado asociados a la valentía y la victoria a lo largo de la Historia. Sin embargo, no es el caso de Villeneuve, el almirante francés cuya incompetencia llevó a la armada franco-española a sucumbir ante la Royal Navy en Trafalgar el 21 de octubre de 1.805.
Pierre Charles Jean Baptiste Silvestre de Villeneuve vino al mundo en 1.763 en el sur de Francia (concretamente, en Provence). Gracias a que provenía de una familia aristocrática, pronto pudo hacer realidad su sueño de surcar los mares y océanos como guardiamarina (aprendiz) y, en 1.978 -cuando contaba escasamente con una quincena de años a sus espaldas- dio el mosquetazo de salida a su carrera naval.
Durante esa tierna edad, Villeneuve probó en multitud de ocasiones su valor y su capacidad para desenvolverse dentro de un navío de guerra. De hecho, protagonizó varios actos de intrepidez a las órdenes del famoso almirante Suffren, el hombre que, durante varios años, mantuvo en jaque a la flota inglesa en el océano Índico a pesar de contar con un menor número de navíos.
Eran, sin duda, buenos tiempos para Francia y para el joven Pierre. Pero su suerte cambió radicalmente con el estallido de la Revolución. Y es que, la llegada de una nueva forma de pensamiento al ejército provocó que muchos de los oficiales de la armada decidieran exiliarse antes que servir a la «nouvelle France».
«Por el contrario, Silvestre (…) no sólo se apuntó al tumulto, sino que hizo desaparecer de su D.N.I de entonces el aristocrático “de” de su apellido para parecer más revolucionario. Primer síntoma de vulgar chaquetero y trepador. Naturalmente, subió en el escalafón como las balas y en 1.796 fue promovido a contralmirante» afirma Luis Rodríguez Vázquez en su obra «La historia encadenada».
Aboukir, la vergüenza de Villeneuve
Sin embargo, la capacidad de Villeneuve comenzó a quedar en entredicho en 1.798, año en que soplaban vientos de guerra entre franceses e ingleses. Era una época difícil y, por ello, los galos decidieron dar un golpe de mano a la «Pérfida Albión». Su plan era sencillo: una flota viajaría hasta Egipto con intención de desembarcar y amenazar las posesiones británicas en la zona.
Así pues, una armada formada por 13 navíos de línea y 4 fragatas navegó hasta Aboukir, en Alejandría, donde dispusieron sus buques para el desembarco. En uno de ellos, el «Guillaume Tell» -de 80 cañones-, lucía flamante como capitán Villeneuve. A su vez, nuestro protagonista tenía bajo su mando varios de los barcos de la flota. No obstante, y una vez posicionados, los franceses recibieron una sorpresa muy desagradable cuando, a través del horizonte, vieron aparecer a la armada inglesa al mando del Contralmirante Nelson.
Velozmente, los galos formaron tres compactas líneas de batalla para tratar de repeler al experimentado marino británico. Villeneuve, por su parte, recibió órdenes de dirigir la retaguardia. Era, sin duda, un gran momento para demostrar sus dotes para el mando, pero no iba a ser aprovechado por el aún joven Pierre. Durante la noche, Nelson se lanzó al combate y, haciendo gala de una gran capacidad estratégica, destrozó las primeras líneas francesas a base de cañón y espada. En pocas horas, la operación de los franceses se fue al traste.
«El resultado: once buques apresados o hundidos, dos fragatas idem y sólo dos navíos franceses, el “Guillaume Tell” y el “Genereux” con las fragatas “Diana” y “Justine” lograron escapar, huyendo sin hacer el más mínimo intento de socorrer a los suyos, los cuatro de la retaguardia que mandaba Villeneuve», completa el experto. Tras este desastre, Pierre se ganó el odio de la mayoría de sus compañeros aunque, curiosamente, no de Napoleón, quien afirmó que era un hombre con suerte.
Hacia la conquista de Inglaterra
Con todo, la desconfianza de Napoleón en Villeneuve no disminuyó y, en 1.805, el «pequeño corso» le puso al mando de una flota con unas órdenes de vital importancia para el devenir de Francia. Concretamente, el líder francés pretendía invadir Inglaterra aunque, para ello, necesitaba eliminar a la flota británica que patrullaba el Canal de la Mancha. A continuación, y ya con el camino libre, podría transportar por mar a sus experimentados infantes hasta la «Pérfida Albión».
No hubo más que hablar. Antes del verano, Villeneuve recibió órdenes de dirigirse con una flota francesa apoyada por varios buques de la entonces aliada España hasta las Américas. Una vez allí, debía atacar las posiciones británicas hasta que los ingleses se decidieran a enviar a la Royal Navy en su busca y dejaran libre el Canal de la Mancha.
Esta primera parte del plan fue llevada a cabo a la perfección por el almirante. Sin embargo, los problemas surgieron cuando pretendía volver a Europa para transportar a la Grande Armée hasta las islas británicas, pues fue detenido por una flota enemiga inferior en número en la batalla de Finisterre. Después de esta derrota, Villeneuve no pudo cumplir su misión y, por lo tanto, destrozó el sueño de Napoleón de pisar las islas británicas.
A su vez, Villeneuve siguió aumentando su lista de errores pues, en lugar de seguir las nuevas premisas que llegaron desde Paris, decidió protegerse en la bahía de Cádiz. Esto fue demasiado para el «pequeño corso», quien decidió enviar un sustituto para que, con carácter inmediato, tomara el mando de la flota franco-española anclada en aguas gaditanas.
El 14 de octubre, el contralmirante recibió la amarga noticia de su sustitución y, tan sólo cinco jornadas después, tomó la decisión que le valdría la mayor derrota naval de su vida: ordenó, en contra de lo que opinaban capitanes varios españoles como Escaño y Gravina, izar velas y dirigirse al cabo Trafalgar, donde aguardaba una flota inglesa dirigida por Nelson.
El desastre de Trafalgar
Unas pocas jornadas después, el 21 de octubre de 1.805, Villeneuve dio las órdenes pertinentes para enfrentarse, con 18 navíos franceses y 15 españoles, a los 27 comandados por Nelson. No obstante, su anticuada forma de comprender las batallas navales y sus extrañas maniobras provocaron que la flota aliada se desordenara y fuera presa de la Royal Navy. De nada valió la intrepidez de marinos como Churruca pues, finalmente, la ineptitud del galo llevó a los aliados al desastre.
Una vez que se disipó el humo de los cañones, y tras horas de combate en la que los aguerridos españoles demostraron su fiereza frente a los experimentados marinos ingleses, la situación era dantesca para la flota combinada. La batalla de Trafalgar se saldó con 2.500 heridos y 4.500 muertos para los aliados, una cifra muy por encima de los 1.250 heridos y 450 fallecidos británicos.
Una extraña muerte
A su vez, y además de la estrepitosa derrota, el almirante francés fue capturado por la Royal Navy. No había, sin duda, peor destino para Villeneuve el cual, a pesar de haberse batido valientemente contra los casacas rojas, demostró al mundo su ineptitud en el mando.
Con todo, la suerte quiso que Villeneuve fuese liberado, tras lo cual, decidió partir hacia París para dar explicaciones a Napoleón. No obstante, nunca llegó a su cita pues, el 22 de abril de 1.806, su cuerpo apareció apuñalado en el torso varias veces en un hotel de Rennes. La investigación posterior determinó que había sido un suicidio, pero, como es lógico, las sospechas de asesinato se cernieron sobre el «pequeño corso». Así, en una sucia habitación, y lejos del mar, acabó la historia de este desdichado almirante.