Una poco edificante historia de omnívoros

Sobre gustos no hay nada escrito. A lo largo de la historia existieron caballeros que no le han hecho asco a nada y, como niños bien educados, se han comido todo: joyas, vaquillonas enteras, mesas con platos y cubiertos, y hasta una avioneta. ¡Sí señor, leyó bien! Michel Lotito, más conocido como Monsieur Mangetout se ufanaba de haber ingerido a lo largo de su vida nueve toneladas de metal. Su mayor hazaña fue deglutir un avión Cessna 150, proeza que le demandó nada más que dos años.

Lotito no fue el único omnívoro (aunque sí el más notable), ya que lo precedieron otros con gustos semejantes. Hacia 1710 existió un caballero de origen alemán que se ufanaba de comerse animales vivos. También hubo un irlandés llamado Thomas Chelling (que al parecer no tenía todas sus neuronas alineadas) que además de exhibirse comiendo vivo a cualquier bicho que caminase, terminaba su show arrojándose a las heladas aguas del Támesis. No gozó de larga vida.

En Francia existió un tal Francis Battaglia, quien contaba que después de naufragar en las costas de Noruega, había adquirido el hábito de comer piedras. Vuelto a la civilización, hizo de esta actividad su forma de vida; es más, junto a su esposa habían montado un espectáculo donde él comía piedras y pedazos de metal mientras su cónyuge tomaba aguafuerte y aceite vitriolo. No me quiero imaginar qué decía cuando llegaba a su casa y preguntaba “Mi amor, ¿qué hay hoy para comer?”.

Otro célebre omnívoro era “Bom Bom Tarrare”, cuyas aventuras y desventuras alguna vez reseñé en estas páginas. Solo basta señalar que lo de Bom Bom venía por la ruidosa digestión del caballero que podía llegar a ingerir varios cerdos con mesa, mantel y cubiertos incluidos.

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CUCHILLOS

Revisando la literatura médica (que es una fuente inagotable de sorpresas por la infinita estulticia humana tanto de médicos como pacientes) encontré la historia de un omnívoro especializado en cuchillos. Lo primero que a uno le viene a la mente es que este joven marinero norteamericano llamado John Cummings tuvo una corta existencia, pero no fue así. Cuentan que en junio de 1799, el entonces marinero de 23 años visitó en Havre de Grace una exhibición itinerante, donde un señor se ganaba la vida como tragasables. Estos individuos pueden pasar una espada por la parte superior del aparato digestivo sin atravesar viseras, es decir un viejo truco circense. Pero Cummings estaba dispuesto a superar las expectativas y esa misma noche (después de varios vinos) ante toda la tripulación se tragó una navaja.

Los miembros de la tripulación no quedaron muy impresionados, a lo que Cummings decidió redoblar la apuesta y declaró “Me voy a tragar todos los cuchillos de a bordo”. Bueno, no fueron todos los cuchillos pero ingirió tres de ellos para el regocijo de sus compañeros.

Como todos sabemos, toda ingesta tiene sus consecuencias y ésta llegó doce horas más tarde cuando expulsó por el otro extremo del aparato digestivo tres de los elementos cortantes ingeridos, sin mayores consecuencias. El cuarto nunca apareció.

La experiencia no debe haber sido muy agradable porque por algunos años el señor Cummings no volvió a ostentar sus habilidades. Hasta que en 1805, estando en Boston y después de un día de abundantes libaciones, el marino volvió a fanfarronear frente a sus compañeros con que podía ingerir cuchillos y demás elementos y sobrevivir a la experiencia.

Pronto se estableció una competencia y corrieron las apuestas hasta que se llegaron a ingerir 14 cuchillos en una tarde. Esta vez la cosa no fue tan fácil y en calamitoso estado Cummings fue conducido al Hospital de Charleston donde durante veinte días expulsó sus ingestas cortantes.

Al tiempo volvió a su actividad marinera pero sirviendo en una nave británica (el HMS Isis). Quizás para destacarse entre sus camaradas o quizás otra vez el alcohol obnubiló sus sentidos, una noche Cumings ingirió cinco cuchillos para asombro y algarabía de la tripulación (los viajes entonces eran muy largos y con algo se debía matar el tiempo).

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Como al día siguiente Cummings seguía vivito y coleando, lo retaron a ingerir otros nueve cuchillos. Los retos se sucedieron y en solo tres días se tragó 35 cuchillos.

Como bien podrá adivinar el perspicaz lector está “vajilla” ya no podía atravesar los intestinos del marino sin dejar alguna consecuencia. El cirujano de a bordo, sin muchas opciones a mano, le administró laxantes pero los cuchillos continuaban en el abdomen del marinero y así se quedaron hasta junio de 1806 cuando Cummings vomitó el mango de un cuchillo cuyo dueño reconoció inmediatamente (no creo que haya pedido que se lo restituya).

Varios meses más tarde, continuaba expulsando fragmentos de cuchillos pero en febrero de 1807 dado su lamentable estado de salud, fue desembarcado en Londres y conducido al Guy”s Hospital, donde fue atendido por el doctor Babington, quién no le creyó ni una palabra de la historia. ¡¿Cuántos cuchillos había ingerido?!

Sin embargo, Cummings volvió a sentirse bien y a lo largo de un año no tuvo otro problema hasta que debió volver al mismo hospital donde lo recibió el doctor Curry quién tampoco le creyó la historia de sus fantásticas ingestas. Como su estado se deterioraba rápidamente fue internado y examinado detenidamente por el doctor Sir Astley-Cooper, quien detectó elementos metálicos tras un examen rectal.

Entonces tomaron la decisión heroica (y errónea) de realizarle enemas con ácido nítrico para disolver el metal. Fue un típico caso donde el remedio fue peor que la enfermedad. Un caso así no debía dejarse sin una autopsia que confirmó la historia del infeliz marinero. En sus intestinos y en su estómago se encontraron varios filos de los cuchillos que había ingerido (para ser más precisos eran cuarenta) y uno de ellos estaba atravesando el colon, produciendo una peritonitis que lo condujo al fin de esta peligrosa práctica.

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