Poco antes de las ocho y media de la mañana del 26 de febrero de 1924, Adolf Hitler hizo su entrada en la sala, en pleno centro de Múnich, donde iba a ser juzgado por alta traición. El acusado vestía un traje de color negro con dos condecoraciones prendidas en la americana: una Cruz de Hierro de primera clase y otra de segunda. Lucía un flequillo peinado hacia la izquierda con gomina y un bigote recortado en forma de cuadradito. El diario berlinés Vossiche Zeitung publicó que su apariencia enjuta “imponía mucho menos” que la proyectada en las imágenes divulgadas por el aparato de propaganda del Partido Nacionalsocialista. Hitler era entonces una figura política relativamente menor, pero el acusado usó el proceso para erigirse en referente nacional.
La descripción de la mezcla de inteligencia, habilidad, oratoria y arrogancia con la que Hitler aprovechó su paso por el banquillo de los acusados para forjar su liderazgo político conforma el grueso de El juicio de Adolf Hitler (Seix Barral), el último libro del historiador y escritor estadounidense David King. En este volumen, que se pone a la venta en España este lunes, el autor indaga en la personalidad atormentada de quien luego propició la devastación del continente europeo, pero también en la atmósfera política -con acopio abundante de datos, personajes y diálogos- que desembocó en el ascenso de los nazis.
El autor, cuyos libros se han traducido a más de una docena de lenguas, desmenuza de forma prolija la asonada ejecutada en la Bürgerbräukeller -una cervecería situada al sur de la capital bávara-, el juicio por alta traición a Hitler y el encarcelamiento posterior de éste. Son 639 páginas cuajadas de rigor, exhaustividad y una prosa seca y brillante que convierte la labor historiográfica en un relato festoneado de alardes literarios.
“El juicio no fue tanto el desencadenante de la llegada de los nazis al poder, pero sí facilitó que ese gatillo se apretara”, sostiene David King. “Las autoridades tenían a Hitler en sus manos. Fue declarado culpable de alta traición. Admitió su culpa y, de hecho, se jactó de ello. La ley estaba del lado de la acusación. Si el tribunal hubiera seguido la ley, habría sido encerrado en prisión y luego deportado del país. En cambio, abandonó la sala como un enemigo mucho más peligroso que cuando entró. El juicio fue una catástrofe”.
Hay que ponerse en la tesitura que atravesaba Alemania en los albores de la década de los años 20 del siglo XX para entender el impacto que generó este proceso. Del polvorín de la República de Weimar, el periodo posterior a la Primera Guerra Mundial que determinó el futuro de Alemania y de Europa entera, surgió una potente creación cultural, fermento de una sociedad en perpetua convulsión política, económica y social. La abdicación del káiser Guillermo dio paso a la proclamación desde el balcón del Reichstag de una república socialdemócrata asaeteada por ataques extremistas de toda índole. Entre 1919 y 1933 Alemania tuvo 14 cancilleres.
Esta inestabilidad vino dada por las inasumibles condiciones de pago de deuda de guerra que impuso el Tratado de Versalles, el colapso económico y la escalada de la inflación: una barra de pan llegó a costar trillones de marcos en 1923. Sin la paz de la vergüenza no se entiende el triunfo nazi. Tampoco la decadencia de Múnich, una metrópolis “efervescente” -tal como la califica King-, que pasó de acoger a Picasso, Thomas Mann y Bertolt Brecht a incubar el movimiento reaccionario y xenófobo que erradicó la vanguardia modernista.
“Versalles -afirma King- fue lo suficientemente duro como para humillar a Alemania, pero no lo suficientemente duro como para neutralizar una amenaza potencial. Hitler aprovecha durante su juicio toda la carga de ira y amargura del pueblo alemán. Su especialidad era prosperar en tiempos de caos”.
Eric Weitz, en su canónico La Alemania de Weimar (Turner), señala los tres acontecimientos que precipitaron el ocaso de Weimar: el asesinato de Walter Rathenau, ministro de Exteriores de origen judío, la invasión franco-belga de la cuenca del Ruhr y la intentona golpista en Múnich. King, que enseñó Historia Europea en la Universidad de Kentucky (EEUU), parte de ésta última para abordar los pormenores de un juicio en el que Hitler se enfrentaba, en caso de ser declarado culpable y en aplicación del artículo 81 del Código Penal alemán del momento, a la pena de cadena perpetua. “No se puede decir con certeza que una sentencia más dura hubiera impedido que los nazis llegaran al poder. Sin embargo, lo que sí se puede sostener es que habría evitado el ascenso de Hitler”.
En el momento de la gestación del putsch, Hitler contaba 34 años y vivía en una pequeña habitación alquilada que daba a un patio interior de un inmueble ubicado en el número 41 de la Thierschstrasse de Múnich. El editor Alfred Rosenberg y Ernst Hanfstaengl, ambos miembros del Partido Nazi, estuvieron en el origen del golpe. También Hermann Göring. El general Ludendorff, héroe alemán de la Gran Guerra, estaba al tanto de la trama. “El momento de la verdad ha llegado”, les dijo Hitler.
Corría el 8 de noviembre de 1923. La tarde-noche de aquel día hubo comida y bebida en abundancia en la cervecería de autos, y un ambiente de camaradería que propiciaba el contacto directo entre la élite política y patriótica de la capital de la cerveza. “En Baviera no hay política sin cerveza”, escribió el legendario periodista catalán Eugenio Xammar, corresponsal de La Veu de Catalunya en la Alemania de entreguerras. Más de un centenar de efectivos de las tropas de asalto de Göring asaltaron el local. Hitler disparó su pistola al aire y desafió a los mandatarios de Berlín, a quienes definió como “unos criminales que están destruyendo Alemania”. Un reportero del periódico suizo Neue Zürcher Zeitung calificó su discurso de “vulgar, tosco y escandaloso”.
La asonada estuvo a punto de provocar una crisis internacional, en la medida que el intento de derrocamiento del gobierno de Berlín violaba el Tratado de Versalles. Pero si pudo llevarse a cabo se debió a la ventaja considerable que el Partido Nazi llevaba a sus adversarios en cuanto a táctica y organización. Su dirección política, además de especializarse en la propaganda, había llevado a cabo una agresiva campaña de reclutamiento a base de un discurso incendiario que martilleaba sobre el peligro que representaban los marxistas, los bolcheviques y los judíos. A ello se unía el magnetismo de un orador capaz de llenar cervecerías y enardecer a las masas en una coyuntura en la que la sociedad alemana había encallado en la depresión.
Pese a ello, el putsch fracasó y tanto Hitler como el resto de sus artífices acabaron siendo procesados por alta traición. La operación, según King, “fue concebida con precipitación y su ejecución puede considerarse mediocre”. Aunque el golpe de la cervecería centra la primera parte, el capítulo medular del libro aborda el juicio al futuro dictador alemán. Porque fue precisamente en la vista oral, rodeada de una expectación extraordinaria que concitó el interés de la prensa de todo el mundo, donde Hitler encontró una plataforma para convertir el fallido intento de golpe de Estado en una herramienta para colocarse en el primer plano. Encontró vía libre para su irrefrenable retórica demagógica e incendiaria, y le situó en la senda del poder.
El juez Neithardt presidió el tribunal, el fiscal Ehard asumió el peso de la acusación y el abogado Lorenz Roder ejerció la defensa de Hitler. “El juicio tuvo tantas irregularidades judiciales que podría considerarse una comedia si los resultados no hubieran sido tan trágicos”, sostiene King. “El proceso le dio una segunda oportunidad a quien luego se convirtió en Führer. Casi se suicida después del desastre del golpe de la cervecería, pero se presentó ante el tribunal como un héroe nacional que defendía a Alemania de la opresión. Y la audiencia quedó encandilada”.
Tras el juicio, Hitler cumplió sólo nueve meses de los cinco años a los que había sido condenado. Ocupó la celda número 7 del penal de Landsberg. Recibió un trato preferencial y aprovechó el trance para pergeñar Mi lucha, el panfleto iniciático de la infamia nacionalsocialista. “El delito de alta traición es el único cuyo verdadero castigo es el fracaso”, le espetó al fiscal. Para entonces ya tenía allanado el camino hacia el poder.
CUATRO AÑOS DE EXHAUSTIVA INVESTIGACIÓN
Autor de varios ‘best seller’ de ensayo histórico, David King está reconocido como un consumado especialista en la Historia contemporánea de Europa. En ‘El juicio de Adolf Hitler’, resultado de cuatro años de investigación, aborda el proceso que pavimentó el paso del líder del Partido Nazi al poder a través de fuentes inéditas. Por ejemplo, varios cuestionarios realizados a miembros de las tropas de asalto que perpetraron el ‘putsch’ o el relato de la mujer que escondió a Hitler en su ático cuando éste huía de la policía. El autor también recurre a varios centenares de documentos de la prisión de Landsberg, donde estuvo recluido el genocida alemán, incluida una memoria manuscrita no publicada del carcelero de Hitler. A ello se suma el rastreo de las más de 3.000 páginas de la transcripción del juicio que marcó el futuro no sólo de Alemania sino del mundo, junto a los archivos policiales de la ciudad de Múnich, los documentos de los diferentes abogados y la “correspondencia del odio” que recibieron los fiscales por atreverse a sentar a Hitler en el banquillo por alta traición. Sin duda, el punto de inflexión que marcó el siglo XX.