La virtuosa voz de Jenny Lind enamoró a todos aquellos que la escucharon. Atrapó el corazón de Hans Christian Andersen y Felix Mendelssohn, cuyo amor por ella se convirtió en inspiración para sus obras. El empresario norteamericano P. T. Barnum la encumbró a lo más alto en una gira vertiginosa por los Estados Unidos. Pero por encima de todo, la dulce voz de la que fue conocida como “el ruiseñor sueco” escondía una personalidad generosa, la de una mujer que donó buena parte de lo que ganó actuando por Europa y América para ayudar a los más necesitados.
Johanna Maria Lind nació el 6 de octubre de 1820 en Estocolmo. Su padre, Niclas Jonas Lind, era un contable que mantuvo una relación con Anne-Marie Fellborg, una maestra divorciada que se resistía a casarse con Niclas a pesar de haberse separado de su marido. Los padres de Jenny, como la llamaban cariñosamente, se casaron cuando el exmarido de Anne-Marie falleció. La niña tenía entonces catorce años.
Desde muy pequeña, Jenny demostró un gran talento para la música, y su dulce voz fue descubierta cuando solo tenía nueve años. Jenny fue admitida en el Teatro Real Sueco donde recibió clases de canto. Un año después ya se subía a los escenarios para deleitar al público con su talento. Con doce años sufrió una crisis vocal que amenazó con truncar prematuramente su carrera pero consiguió superarla y siguió estudiando y perfeccionando su voz hasta que en 1838 actuó por primera vez en la Ópera Real de Suecia. El público cayó rendido a sus pies y Jenny Lind se convirtió en una cantante de renombre. Dos años después era admitida en la Real Academia de Música sueca y cantó para la corte de su país y de Noruega.
En 1841 se trasladó a París donde se puso bajo la tutela del barítono español Manuel García con quien permaneció dos años hasta que inició una gira por Dinamarca. El escritor danés Hans Christian Andersen quedó prendado de la voz de Jenny y se enamoró de la joven. A pesar de que su amor no fue correspondido, Jenny inspiraría algunos de los cuentos de hadas.
La carrera de Jenny Lind continuó imparable. En 1844 cantó en la ópera de Norma en Berlín y realizó una gira por Alemania y Austria donde el público se rindió a sus pies. Jenny empezó a ser conocida como “el ruiseñor sueco” y ha recibir el reconocimiento público de personalidades del mundo de la música como Robert Schumann o Felix Mendelssohn. Al parecer, Mendelssohn se enamoró de Jenny como ya lo hiciera el escritor danés, y le dedicó una ópera que no llegó a concluir. Algunos de aquellos conciertos fueron organizados para recaudar dinero para causas benéficas en las que Jenny Lind estuvo implicada toda su vida.
Jenny Lind continuó actuando para los amantes de la ópera, entre ellos grandes personajes como la familia imperial austriaca o la reina Victoria de Inglaterra. En 1849, a pesar del gran éxito de una joven Jenny que aún no había alcanzado los treinta, anunció su retirada de los escenarios. Sin que se sepan las causas de su decisión, lo cierto es que, por alguna razón también desconocida, Jenny no dejó su carrera.
Aquel mismo año, Jenny Lind conoció al empresario P. T. Barnum, un norteamericano dedicado a los negocios del espectáculo que le ofreció realizar una amplia gira por los Estados Unidos. Jenny aceptó y decidió destinar parte de las ganancias para una escuela de niñas pobres en su país natal. Durante un año, Jenny Lind enloqueció al público americano pero el ritmo de la gira y las exigencias de Barnum terminaron por romper su relación profesional. Durante la gira, se casó con el pianista Otto Goldschmidt con quien regresó a Europa en 1852. La pareja tuvo tres hijos y se estableció en Londres.
Desde su regreso, fue restringiendo sus actuaciones hasta que se retiró definitivamente en 1883, aunque no se alejó del mundo de la música. Jenny participó en la redacción de una biografía de Chopin y trabajó como maestra de canto.
Jenny Lind falleció el 2 de noviembre de 1887.