Un Día del Médico muy especial

Todos los 3 de diciembre se celebra el día del médico en honor al nacimiento del Dr. Carlos Finlay y Barrés, médico cubano que postuló la teoría que el mosquito Aedes aegypti era el vector de la fiebre amarilla. Esta enfermedad periódicamente hacía estragos en distintas ciudades, como ocurrió en Buenos Aires en 1871. La fiebre amarilla tomó dimensiones colosales durante la construcción del canal de Panamá, siendo la responsable de la muerte de 30.000 trabajadores y la quiebra de la empresa presidida por Fernando de Lesseps. Cuando los norteamericanos se hicieron cargo de la construcción del canal, le encomendaron al coronel médico, el Dr. Walter Reed, que determinase el origen de la enfermedad que tantos desmanes ocasionaba. Hasta 1893 Reed había pasado la mayor parte de su carrera en el lejano Oeste. Fue él quien prestó apoyo sanitario a los apaches, incluido el célebre Gerónimo. Reed adoptó a una niña india.

En 1899 estuvo destinado a Cuba durante la guerra hispano-estadounidense, y había tomado contacto con este problema que ocasionó más bajas que las balas españolas (del otro lado se batía el Dr. Ramón y Cajal premiado años más tarde con el Nobel por sus estudios sobre el sistema nervioso).

En 1900 volvió a Cuba por disposición del cirujano Mayor del Ejército, George Sternberg, con la misión de poner fin a este flagelo. En Cuba conoció a Finlay quien en 1881 había publicado su hipótesis sobre el mosquito como transmisor de esta enfermedad.

Para confirmar una hipótesis hay que aplicar el método científico y a tal fin Reed llevó a cabo una serie de experimentos en Camp Lazear, así llamado por el médico Jesse W. Lazear, amigo de Reed, muerto meses antes por la fiebre amarilla.

Allí varios colegas como James Carroll y Clara Maass se ofrecieron como voluntarios para ser picados por el Aedes aegypti. De esta forma se pudo confirmar la teoría de Finlay.

Carroll también murió por la infección.

Reed fue reconocido con títulos honoríficos concedidos por la Universidad de Harvard y la de Michigan por este trabajo seminal. Un año más tarde moría de apendicitis.

Este año el día del médico adquiere una connotación muy particular, muchos colegas murieron a lo largo del mundo en cumplimiento de su deber. La misma pandemia se ha encargado de descubrir las falencias del sistema de salud, la fragilidad de nuestros hospitales y la hipocresía de una sociedad que aplaudía por las noches el accionar de los profesionales del arte de curar y durante el día amenazaba a los médicos que volvían a descansar a sus hogares por temor al contagio. Hoy probablemente se publiquen avisos recordando a los médicos en este día, pero esas mismas gerenciadoras pasaron meses sin aumentar los honorarios, ni reconocer los mayores gastos y riesgos que implicaba esta pandemia. El mismo gobierno ha gastado recursos en médicos cubanos (cuyo destino y remuneración desconocemos) y mantiene un conflicto gremial con los profesionales que trabajan en IOMA.

Este día del médico pasa a adquirir una connotación muy especial, un acúmulo de sentimientos encontrados. Por un lado, los profesionales de la salud fueron declarados trabajadores esenciales, pero esa “esencialidad” no fue reconocida en sus retribuciones. Muchos financiadores de salud demoraron meses en reconocer el alcance de la telemedicina, medio que ha llegado para quedarse y revalorizar una nueva relación médico-paciente.

Esta crisis podría haber sido una oportunidad de enmienda, de corregir un sistema que hace agua, pero sospecho que solo será, una vez más, “remendada con alambres”. No se corregirán los defectos de la educación médica, no se enmendará la distribución, empeorará la litigiosidad (que fue sugestivamente “eliminada” para los laboratorios en el caso de las vacunas) y menos aún se recompondrán las remuneraciones que ya, ni siquiera, incluye los aplausos perdidos en las sombras.

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