Hasta el momento del golpe final, los tres jurados, el francés Georges Condré y Aime Leschot, de Suiza y el referí alemán Rudolph Drust (que también llevaba tarjeta) en forma insólita, tenían ventajas para el italiano, quien estaba recibiendo una tremenda golpiza.
Benvenuti ostentaba el cinturón de campeón de peso medio 1968 en el Madison Square Garden tras provocarle una caída en el noveno asalto a Emile Griffith, de las Islas Vírgenes.
En el ring, Carlos Monzón demolía a sus rivales. El pupilo de Amílcar Oreste Brusa fue el cuarto campeón mundial que nació en la Argentina y defendió el cinturón de monarca universal exitosamente en 14 oportunidades.
La derecha del santafesino sobre la mandíbula del italiano todavía está grabada en la memoria de todos los aficionados al box, en esta parte del mundo.
Ese día, Carlos Monzón, hasta entonces un santafesino desgarbado, comenzaba el camino que lo llevó a ser al final de su carrera, el mejor boxeador profesional que haya dado el pugilismo argentino en toda su existencia.
Por entonces, Monzón tenía 28 años. Benvenuti, en cambio, que había sido campeón olímpico, sumaba 87 combates entre los profesionales, contaba con 32 años. Debe señalarse que eran los tiempos que para llegar a una pelea de campeonato mundial había que sumar muchos combates y por ende numerosas victorias en su haber, además de ofrecer bolsas con sumas millonarias en dólares. Monzón cobró algo más de 8.000 dólares por aquella pelea, según contó luego en una biografía.
Es necesario recordar que, a principios de los años setentas, mandaban en el boxeo mundial sólo dos entidades: la Asociación Mundial (AMB), por entonces la más importante y prestigiosa y el Consejo (CMB) y, en consecuencia, los campeones eran menos y más sólidos y los retadores, menos y más creíbles.
De la mano de Tito Lectoure, Monzón consiguió la posibilidad de retar al campeón con una campaña armada en el Luna Park y logrando triunfos trascendentes en su récord: dos veces sobre Jorge José Fernández (a quien le ganó el título sudamericano) y otros sobre duros norteamericanos como Douglas Huntley, Charlie Austin, Johnny Broks, Harold Richardson, Tommy Bethea y Candy Rosa.
De sus 80 combates, Monzón solamente había perdido tres, ante Antonio Aguilar, el español-nacionalizado brasileño Felipe Cambeiro y Alberto Massi, de las que se había desquitado. Sin embargo, los especialistas, con excepción de los santafesinos, no creían en Monzón. La mayoría de los periodistas deportivos porteños daban por sentado que ese flaco antipático que nunca había conseguido llenar el Luna Park, iba a ser barrido por el rey italiano Nino Benvenuti, uno de los mejores campeones de entonces.
Una prueba más de la desconfianza que había hacia la figura del santafesino, es que ninguna de las radios líderes de entonces quería comprar los derechos para transmitir desde el Palazzo dello Sport de Roma. No tiene sentido, va a ser un papelón, va a perder muy fácil, repetían a coro, los gerentes de programación de esos medios.
El equipo argentino que viajó a Italia acompañando al flamante campeón mundial estaba conformado por su adiestrador Amílcar Oreste Brusa, el promotor Juan Carlos Tito Lectoure y el ex-boxeador José Menno.
También lo hicieron el profesor Patricio Russo Seibane quien se costeó el viaje por sus propios medios: “Nunca me voy a arrepentir de haber vendido mi Fiat 600”, reveló. El campeón argentino de los welter juniors Juan Alberto “Ardilla” Aranda, dijo: “Vine ayudar a Carlos, estoy loco de alegría, pleno de felicidad y para realizar algunas peleas en Europa”.
Juan Carlos Lectuore, un hombre apasionado, conocedor del mundo del boxeo en casi todos sus detalles y aspectos, defensor a ultranza de los púgiles nacionales durante varias décadas, pudo convencer a Bruno Amaduzzi y concertar el esperado encuentro.
Tito —como se lo conocía en el mundo boxístico al promotor del Luna Park— tuvo que buscar insistentemente durante dos temporadas a Amaduzzi —el manager de Giovanni Benvenuti— para lograr la oportunidad de concertar el encuentro por el título, porque tenía otros objetivos, entre ellos, con el promotor Rodolfo Sabbattini (ingresó al Salón de la Fama el 11 de junio de 2006), para concretar una nueva pelea con Emile Griffith.
Los festejos se prolongaron por las calles de la ciudad, por San Javier y continuaron una semana después, el 15 de noviembre, cuando Monzón aterrizó de regreso en Santa Fe y fue recibido por una multitud y una caravana espectacular e inolvidable.