Durante los últimos días de la II Guerra Mundial, – mayo de 1945 – miles de croatas abandonaron Croacia temiendo lo que luego se confirmó, las persecuciones y muertes que traería Tito, Josip Broz, el que se proponía como único y absoluto gobernante de Yugoslavia. Tenían sus razones para temer, ya que los partisanos de Tito ya habían cometido todo tipo de crímenes entre la población.
Fue así que, columnas enormes de personas iniciaron un éxodo hacia Eslovenia para alcanzar Austria y rendirse a las fuerzas aliadas y de esta manera salvar sus vidas; según las convenciones de Ginebra sobre la guerra.
Las cifras de los que intentaron esto es incierta, pero hay historiadores que hablan de 600.000 personas en esa situación.
El sur de Austria estaba en ese momento en manos de los británicos y su V Cuerpo dirigía todas las operaciones que tenían lugar allí. Si bien en un principio los británicos acogieron a algunas personas, fue enseguida que su política hacia ellos giró de manera drástica.
A partir de una reunión que tuvo Harold Mac Millan, luego primer ministro británico, empezó la masacre que se dio en llamar la Tragedia de Bleiburg. Bleiburg es una pequeña ciudad al sur de Austria donde se habían congregado los que querían refugiarse.
El 15 de mayo, las avanzadas de largas columnas de croatas arribaron a la pradera situada al sur de Bleiburg, en la región austriaca de Carintia. Allí, en el castillo que domina todo el valle, se había establecido el comando de la 38ª Brigada de Infantería británica. El comandante de las fuerzas croatas, el general Ivo Herenčić, llegó para negociar la rendición frente al brigadier Patrick Scott. A pesar de sus esfuerzos, los croatas fueron obligados a rendirse sin condiciones. Les dejaron bien claro que no permitirían bajo ninguna circunstancia que los croatas pasaran por Austria. Scott agregó que desplegaría las fuerzas necesarias para entregarlos al comisario político comunista Milan Basta. De manera que los croatas no tuvieron forma de acordar nada.
UNA MULTITUD ATERRADA
Mientras esto sucedía, una enorme multitud aterrada esperaba en las praderas, a la vista del castillo. Basta había asegurado al brigadier Scott que todo el que volviera sería tratado con humanidad y con decencia y que, por lo tanto, los croatas no tenían nada que temer. Scott reportó eso a sus superiores; si lo creyó, es otro tema. Terminada la reunión, el terror de la multitud se trocó en un pánico absoluto cuando los partisanos de Basta abrieron fuego desde ambos lados del bosque. Muchos murieron al instante y muchos otros fueron heridos, aunque la gran mayoría de las personas fueron masacradas durante los días, las semanas y los meses que siguieron.
¿Qué pasó? ¿Cómo fue posible? ¿Qué sucedió realmente?
Esos interrogantes desvelaron a los historiadores, especialmente al historiador inglés, el conde Nikolai Tolstoy, sobrino nieto del escritor León Tolstoy.
Tolstoy investigó esto durante 30 años y arribó a lo siguiente: Si bien al principio los Aliados acogieron a los que huían de Tito, fue con la llegada a Austria de Harold Macmillan, asesor de Alexander, el 13 de mayo, cuando se produjo ese vuelco radical en la política llevada hasta ese momento. Macmillan regresó a Nápoles y persuadió al general Robertson, director administrativo de Alexander, para que emitiera la orden de entregar a los cosacos a los soviéticos y a los croatas y eslovenos a los partisanos Es decir que, desde el 15 de mayo en adelante, la política del V Cuerpo hacia los croatas cautivos pasó de manejarse de acuerdo con las leyes de la guerra y los dictados de la humanidad, a una cooperación despiadada con el mayor crimen masivo del régimen comunista yugoslavo. Así fue que durante la tercera semana de mayo se hicieron arreglos para que todos los croatas fueran entregados a los partisanos de Tito. Dada la conciencia general de la actitud de Tito hacia el estado de Croacia en tiempos de guerra y el comportamiento atroz de sus tropas, no cabe duda de que quienes organizaron esa repatriación no se hicieron ilusiones sobre el destino que esperaba a los repatriados.
Miles y miles de croatas fueron entregados a los verdugos de Tito, que los estaban esperando. Fueron ellos quienes perpetraron la carnicería. Y los mataron de todas las maneras posibles, a cuchillo y a fuego; hubo violaciones y hubo degüellos; hubo metrallas y hubo latigazos. Murieron jovencitas y ancianos, esposas y niños, soldados y madres. Fue un genocidio que se prolongó durante semanas.
LAS MARCHAS DE LA MUERTE
Aunque a todo este holocausto se lo llamó la tragedia de Bleiburg, la mayoría de las víctimas no murieron en realidad allí, sino que ese fue el punto donde comenzó el calvario cuando fueron obligados a volver. Ese vía crucis tuvo muchísimas estaciones. Vía crucis croata Los que sobrevivieron a Bleiburg fueron apresados por doquier, encolumnados en filas de cuatro y obligados a marchar por el territorio. Fueron obligados a correr, a pararse, a volver a correr; mientras tanto, los guardias eran relevados cada diez kilómetros. Como fantasmas que no terminan de morir, marcharon días enteros y cayeron por todos lados; cayeron por hambre, por extenuación, cayeron golpeados o cayeron fusilados. Esas fueron las horriblemente famosas marchas de la muerte o vía crucis croata. Mientras tanto, Tito se sentaba durante horas frente a los mapas mirando las rutas de las marchas, calculando por dónde andaban esos mártires o dónde podrían hacer nuevas concentraciones y haciendo nuevos planes para apurar el aniquilamiento de croatas. Los ejecutores fueron miembros del Ejército yugoslavo, de la policía secreta, miembros del gobierno del pueblo y muchos serbios que lo hicieron con gran deleite. El propio Aleksandar Ranković, mano derecha de Tito, general del ejército yugoslavo y jefe de la sombría policía, el 1 de febrero de 1951 declaró al diario Politika de Belgrado: “Desde 1945 a 1951 por nuestras cárceles pasaron más de tres millones de personas: 3.777.776, y liquidamos 568.000 enemigos del pueblo”. Esto se condice con la investigación del historiador esloveno Franc Perme, que asegura que en el vía crucis hubo cerca de 600.000 prisioneros de varias nacionalidades, pero sobre todo croatas.
SILENCIO E IMPUNIDAD
Estos crímenes fueron absolutamente silenciados durante todo el período comunista, es decir, desde 1945 a 1991. De manera que aún hoy hay quien desconoce absolutamente estos hechos, hay quienes los niegan y hay quiénes no saben qué fue de sus padres y abuelos.
Las innumerables fosas comunes que se fueron descubriendo a través de los años y continúan descubriéndose hoy, confirman aquello de que el cementerio más grande de los croatas está en los campos y minas de Eslovenia. Sin cruces ni señalización alguna.
¿Cómo es que no hubo nunca un Núremberg para estos horrores? Porque realmente fue así, no hubo juicio alguno ni nadie fue interpelado jamás por todo esto.
Estos crímenes quedaron impunes.
Sobre la autora Carmen Verlichak Vrljicak:
Académica de la Academia de ciencias y artes de la comunicación.
Carmen Verlichak tiene publicados unos 15 libros, la mitad de ellos con temas croatas; entre ellos Los croatas de la Argentina, En el nombre de Tito, Croacia, cuadernos de un país.
Contacto: krivodolpress@gmail.com
Wapp 54 9 11 5 701 9408