La mayoría de los mapas y esquemas que se suelen ver nos muestran los planetas uno detrás del otro con intervalos y distancias parecidos, en un artificio didáctico para poder incluirlos a todos en la misma lámina. Por ejemplo, Neptuno no está un poquito más lejos que Júpiter. Está muuuuucho más allá de Júpiter, cinco veces más que la distancia que separa a Júpiter de la Tierra. Las distancias son tales que es imposible dibujar a escala el sistema solar en el que vivimos, aunque añadiéramos montones de páginas plegables. En un dibujo a escala, con la Tierra del tamaño de un botón de camisa pequeño, Júpiter estaría a 300 metros de distancia y Plutón, que sería del tamaño de una bacteria, a 2,5 km. En la misma escala, Próxima Centauri (Alfa Centauri), la estrella que nos queda más cerca, estaría a… 16.000 km de distancia.
El sistema solar es enorme. Si decidiéramos recorrerlo (salgamos temprano, por las dudas), al llegar a Plutón (que ha dejado de ser considerado un planeta), que está a 5.500.000.000 km de distancia, nos habríamos alejado tanto del Sol que éste quedaría reducido al tamaño de una cabeza de alfiler. Más nos vale ir para el otro lado, hacia el Sol, que está mucho más cerca, a 150.000.000 km (por las dudas llevemos protector solar).
Al llegar a Plutón, luego de tomar un refrigerio después del largo viaje, comprobaremos con algo de desazón que nuestro sistema solar no termina allí. Es más, no estamos ni cerca de llegar al borde del mismo. Para alcanzar el borde de nuestro sistema solar hay que llegar a la nube de Oort (o nube de Öpik-Oort), que al parecer es una especie de conglomerado de cometas a la deriva, que alberga entre uno y cien billones de objetos y que está a casi un año luz del Sol y a un cuarto de distancia en camino a Alfa Centauri, que está a 4,367 años luz (41,3 billones de km) del Sol (por suerte, de la Tierra está un poco más cerca). Ni siquiera con el telescopio Hubble se puede ver el interior de la nube de Oort; lo que se puede decir con certeza es que empieza más allá (bastante más allá) de Plutón y que se extiende por el cosmos a lo largo de unos dos años luz. La unidad básica de medición en el sistema solar es la “unidad astronómica” (UA), que representa la distancia entre el Sol y la Tierra (una unidad de medida solipsista, digamos); en estos términos, Plutón está a unas 40 UA de la Tierra y la nube de Öpik-Oort a unas 50.000 UA. O sea, bastante lejos.
Una vez llegados a Oort y después de descansar un poco, comprobaríamos que el Sol, nuestro Sol, no es ni siquiera la estrella más brillante a la vista. Los cometas se desplazan bastante rápido, algunos se “precipitan” al vacío, otros se enganchan en una larga órbita alrededor del Sol y unos tres o cuatro por año cruzan al sistema solar interior. Menos frecuentemente aún, alguno de ellos, errático, choca contra algo sólido; como la Tierra, por ejemplo.
Así que ahí parece que termina nuestro sistema solar. Hasta ahora se han encontrado más de 500 sistemas solares en este pequeño rincón de la Vía Láctea, pero el número aumenta año a año; de hecho, los científicos estiman que puede haber miles de millones de sistemas solares en nuestra galaxia, la Vía Láctea, que a su vez forma parte de un grupo de unas 30 galaxias llamado “Grupo Local” (curioso nombre que nos hace sentir como en casa) entre las que también se encuentra Andrómeda.
Pero no vayamos “tan” lejos; recién estamos saliendo de nuestro sistema solar. ¿Qué encontramos ahí? Nada. O mucho. Según como se mire. El espacio interestelar es el vacío perfecto. Y hay mucho que recorrer en él antes de llegar a nuestro vecino más cercano del cosmos, que es Próxima Centauri, una estrella que forma parte de un grupo de tres llamado Alfa Centauri. Un viaje en una nave espacial como las conocemos hoy en la Tierra tardaría en llegar ahí unos 25.000 años, pero al llegar comprobaríamos decepcionados que sólo hay un puñado de estrellas en medio de la nada; para llegar al siguiente punto importante, Sirio, habría que viajar una distancia de otros 4,3 años luz, ya que su distancia desde la Tierra es de 8,61 años luz.
Las distancias, como vemos, son enormes. Es posible que seres diferentes a los humanos decidan acercarse a nuestra zona, pero parece poco probable en los términos que conocemos. Sin embargo, la posibilidad estadística de que haya otros seres pensantes ahí afuera es bastante grande. No sabemos exactamente cuántas estrellas hay en la Vía Láctea (los cálculos oscilan entre 100.000 millones y 400.000 millones)… y la Vía Láctea es solo una de unas 150.000 a 200.000 millones de galaxias (¡perdón, ahora parece que hay diez veces más: 2 billones! …parece que quedaron algunas sin contar…). El profesor Frank Drake (universidad de Cornell), ante estos números descomunales, creó la “ecuación de Drake” para calcular las posibilidades de que exista vida avanzada en el cosmos. La fórmula es compleja y sigue varios pasos, pero incluso introduciendo los datos más conservadores, la cifra de las civilizacions avanzadas que puede haber sólo en la Vía Láctea es de… millones.
Lamentablemente (o afortunadamente, según como se mire) el cálculo de la distancia media entre dos de esas civilizaciones sería de casi doscientos años luz. Eso significa que, aún en el caso de que esos seres supieran que estamos por acá y pudieran vernos con sus telescopios, lo que verían sería la luz que abandonó la Tierra hace unos 200 años. Así que, aunque no estemos solos, desde un punto de vista práctico sí lo estamos.
Y ya nos las arreglamos solos para hacer bastante lío.