Síndrome Genovese

Minutos más tarde Moseley volvió y la encontró caída en el vestíbulo de su casa. La apuñaló, la violó, le robó 49 dólares y la dejó moribunda. Segundos después llegó la policía, fue transportada a un hospital, pero murió en el camino.

La investigación ulterior mostró que por lo menos 12 personas habían sido testigos del ataque. Winston Moseley fue capturado días después. No solo confesó haber asesinado a Kitty sino a otras dos mujeres que también había violado después de matarlas. Los estudios forenses mostraron que el asesino sufría una perversión necrofílica.

Moseley fue condenado a cadena perpetua, pero en 1968, en un hospital de Búfalo, tomó rehenes y agredió sexualmente a uno de ellos. Le fue denegada la libertad condicional y murió en prisión a los 81 años en 2016.

La historia de Kitty se convirtió, casi instantáneamente, en una parábola de la insensibilidad y apatía por los problemas ajenos. La mayoría de los testigos que escucharon los gritos de Kitty confesaron que “no querían verse implicados”.

El artículo del New York Times que difundió la inercia de los vecinos, si bien fue exagerado (habla de 37 testigos en lugar de 12), creó una conmoción en la sociedad americana, convirtiéndose en un tema de debate.

John Darley y Bibb Latané analizaron el caso desde el punto de vista de la psicología social y desarrollaron la teoría sobre la dilución de la responsabilidad en las grandes urbes . Lo llamaron el síndrome del espectador.

Los espectadores de un hecho violento ó de una persona en apuros, tienden a dar por sentado que seguramente otro intervendrá, una manera de justificar su abstención para ayudar a la víctima. Los testigos se excusan pensando que siempre habrá alguien más idóneo para ayudar. La misma pasividad de los demás testigos justifica su falta de asistencia. La probabilidad de ayudar aumenta notablemente a medida que hay menos personas en la escena, y la falta de colaboración es más frecuente en las grandes ciudades que en las localidades pequeñas, donde todos están más relacionados. Las grandes urbes se convierten en un caldo de decadencia moral donde todos están solos y alienados. Georg Simmel llamaba a esta situación “la apatía de las urbes”, y Stanley Milgram sostenía que los espacios urbanos construyen corrientes “antisociales” de coexistencia. ¿Cuántas personas se detienen a ayudar a un ciego a cruzar la calle?

Voltaire sostenía que toda generalización es mala (aun lo que estoy haciendo en este párrafo), pero la muerte de Kitty Genovese (o debería decir las Kittys Genovese a lo largo de esta historia), demuestra cierta pérdida de la sensibilidad individual, de la inercia a salir de nuestra zona de confort, el famoso “no te metas”, ó como decimos en la jerga nacional “¿Yo? Argentino”. No todos sufren el síndrome de Genovese pero es un hecho, que una parte de la sociedad cae en esta apatía.

Muchas personas tienen cierto prurito al contacto personal, pero esas mismas personas pueden ser muy generosas en donaciones benéficas y anónimas. También influye en este síndrome de Genovese en que hemos sido criados en el “cuidado con los extraños”. No hablés con desconocidos, no aceptés nada de una persona que acabás de conocer. Es un condicionamiento social y familiar que pesa en estas circunstancias extremas, en las que hemos creado una especie de reflejo de desconfianza al prójimo.

En realidad, los psicópatas como Moseley son solo el 4% de la sociedad, pero ellos han distorsionado todas las relaciones entre personas, creando desconfianza, un sistema policial y toda una parafernalia legal, que (a veces) crea más desconfianza.

Todos podemos ser Kitty Genovese y, más seguramente, todos somos testigos que guardan silencio, aunque siempre habrá quien quiera ayudar y así generar la esperanza de que la humanidad tiene un futuro …

Quizás tomar conciencia de esta tendencia, de conocer este síndrome y su origen pueda ayudarnos a superar esta pérdida de solidaridad en la que nos sumergen las grandes urbes y los prejuicios.

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