Si Lawrence de Arabia hubiera sido mujer se llamaría Isabelle Eberhardt, la leyenda de Argelia

Isabelle Eberhardt (1877-1904) nació dos veces, la primera en la majestuosidad de La Villa Neuve (Suiza), y la segunda en la Argelia francesa a la edad de 20 años. La mujer que escribiría «Los diarios de una nómada apasionada» nunca había encontrado su lugar en los despertares revolucionarios que darían paso a aquel nuevo siglo XX -el cual estaría lleno de contradicciones-, pero tampoco le tentaría permanecer esperando a las luces que traían consigo los grandes avances sociales en Occidente. Al igual que el corazón de Lawrence de Arabia, el de Eberhardt latía con ritmos diferentes a los sueños de la ambiciosa Europa, con esas percusiones que marcarían sus aventuras por el Norte de África.

Aunque este personaje no destacó por participar en la honorable causa feminista, ni tampoco legó ninguna obra destacable para el desarrollo civil, dejó un corazón abierto plasmado en su obra y que apasiona a la historiografía. La agitada vida de Isabelle ha inspirado tanto a los arabistas como a todas esas almas libres, sí, nada más por esa intensidad con la que sintió y vivió su amor por el Islam, religión a la que se convierte y a través de la cual encontraría su razón de vivir.

«Sí, nadie ha sabido comprender que en este pecho, al que parece que sólo mueve la sensualidad, late un corazón generoso, antaño desbordante de amor y de ternura y ahora colmado de una infinita piedad hacia todo el que sufre injustamente, hacia todos los débiles y los oprimidos… un corazón orgulloso e inflexible que se ha entregado entero por propia voluntad a una causa tan querida como es la causa islámica, por la que querría un día verter la sangre ardiente que hierve en mis venas» escribió Isabelle Eberhardt en su obra ««Los diarios de una nómada apasionada».

Cuando Eberhardt llegó a Argelia con veinte primaveras, se afeitó la cabeza y se vistió como un chico árabe para darse a conocer como Mahmoud Saadi. Pues ¿qué importaban ya su pelo rubio, los vestidos vaporosos o la aceptación de aquellas gentes que decidió dejar en Ginebra?, quería vivir aquel sueño oriental y para ello precisaba desnudarse de aquel pesado eslabón social con el que se había condenado a la mujer. No había tiempo que perder, si se presentaba como un hombre tendría acceso a un mundo que se le había negado a las de su género.

La revolución que mece la cuna

La extravagante personalidad de Isabelle estuvo marcada por el estrambótico entorno familiar. Su madre de origen germano se había casado con el general ruso Carlovisky de Moërder, quien le llevaba cuarenta años. El matrimonio tuvo tres hijos: Olga Pavlova, Vladimir y Agustín y duró hasta el primer arrebato de pasión adúltero de Nathalie Moërder, su madre, cuando conoció al anarquista Alexandre Trophimovsky.

El amante de Nathalie era un sacerdote anarquista de origen armenio que estaba escapando de la policía secreta del zarismo. Con la muerte pisándole los talones el religioso se vio obligado a exiliarse, y la germana, que era incapaz de abandonar a sus hijos, se fugó con él.

El sórdido camino adúltero los llevó a instalarse en una mansión en Meyrin (cerca de Ginebra) en 1873. La puesta de escena sería la siguiente: una señora respetable con sus tres hijos y el tutor de los chicos. Sin embargo cuatro años después venía al mundo la pequeña Isabelle, a quien su madre le pondría su apellido de soltera Eberhardt. De esta manera, nuestra protagonista sintió desde la más tierna infancia un abismo insoportable entre ella y su familia. Pues además de su condición ilegítima se vio privada del afecto de su padre.

Podrán imaginarse que Alexandre Trophimovsky contribuyó a la tarea de creación, y es posible que no haya reconocido a su hija para evitar que el escándalo que envolvía a M Moërder sobrepasara la estabilidad de la pareja. Pues si la gente desconocía que era el amante de Nathalie el sacerdote armenio podía seguir en La Villa Neuve en calidad de tutor, y ejercer de padre sin que los vecinos y la propia Isabelle se enterasen.

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La educación de los cuatro hermanos estuvo vigilada por el Trophimovsky, y tanto la revolución como el anarquismo mecían la cuna de la pequeña Isabelle. El padre que nunca lo fue armó a su hija con una sólida formación, incluso a la cualquier joven aristócrata de la época. La instruyó en diversos idiomas -entre los cuales destacó el árabe clásico-, ciencias, antropología y literaturas occidentales y orientales.

El hogar de los Moërder se había convertido en uno de los epicentros del exilio del régimen zarista de Nicolás II, por lo que la cultura revolucionaria se había impregnado entre los hermanos.

«Por ella pasaron numerosos revolucionarios que huían de la Rusia zarista, gente perseguida, conjurados, miembros de sociedades secretas, anarquistas más o menos famosos, seres oscuros que hallaron ayuda en aquella rara familia rusa. Allí impera el aislamiento, la nostalgia, la ensoñación, y una heterodoxa moral tolsoiana que lo envuelve todo de una irrealidad evasiva. Estos rasgos influyeron mucho en el carácter de Isabelle, que se acabaría convirtiendo en una desplazada social que sólo habitaba en sus fantasías» relata Adolfo García Ortega en el prólogo del libro de Isabelle «Los diarios de una nómada apasionada».

Sin embargo el sueño de fundirse con las noches del desierto no llegaría hasta leer a Pierre Loti. El escritor francés, hechizado por el exotismo oriental, contagiaría de ese sentimiento a Eberhardt.

Islam del alma mía

Después de cuestionarse durante años su identidad, Isabelle se encuentra a sí misma en Argelia en el momento en que pisa aquella tierra en 1877 acompañada de su madre. Desde el primer momento, se adaptó a las costumbres beduinas, dormía en el desierto, cabalgaba junto a los rebeldes, oraba con ellos y sentía la causa contra los colonizadores árabes tan suya o más que sus correligionarios de adopción.

Su madre, poco antes de morir, se abrazó al islam y fue enterrada en un cementerio musulmán. Tras el rito fúnebre su hija regresa a Ginebra con el alma hecha jirones. Sin recuperarse de todo de la pérdida, su hermano Agustín se suicida. Durante su última estancia en Suiza vería por última vez a Trophimovsky, quien estaba siendo masacrado por un cáncer de laringe -algunas fuentes aseguran que ella misma lo mató, duplicando la dosis de medicina, para evitarle el sufrimiento-.

La melancolía y los fantasmas volvían Ginebra un lugar cada día más insoportable, y por ello decidió regresar a la tierra que le dijo adiós por última vez a su madre.

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Isabelle tendría un par de romances -primero con un diplomático turco y luego con el escritor Eugène Letord– hasta conocer al gran amor de su vida con el que se casa, Slimène Ehnni. Su esposo era un lugarteniende argelino de la guarnición de El Oued. Desde ese momento ella se suma a la causa rebelde contra las injusticias de la colonización árabe.

«Cambió su nombre por el de Mahmud Essadi, encontró el placer y el dolor de la vida nómada del desierto sahariano, y amó locamente a Slimène. Con cada paso que daba se topaba con la rémora de su sexo, y para ello cambió sus atuendos por los masculinos de jinete bereber. Sufrió la pobreza y la frustración, padeció el rechazo de una parte de la sociedad árabe, que intentó matarla en un atentado».

Sin embargo para ese momento en que parecía que la vida le ofrecía una tregua, le sorprendería la más absurda de las muertes.

La riada que se llevó a la rebelde

El capricho del destino puso fin a su vida el 21 de octubre de 1904 en Aïn Sefra. Isabelle esperaba a su gran amor sobre un balcón mientras miraba contemplativa a la riada que se había formado en el poblado después de que cayese una tormenta pavorosa. Vio a las mujeres y a los niños corriendo pero jamás visualizó el verdadero peligro. La riada cobraría aquella vida que en su día no se apagó durante la resistencia rebelde en el desierto. Cuatro días después encontraron su cuerpo bajo los escombros, solo tenía 27 años.

La periodista Cristina Morató escribe la historia de Isabelle en su libro «Viajeras intrépidas y aventureras», en el cual recoge algunas declaraciones de importantes militares durante la ocupación francesa en Argelia: «A la muerte de Isabelle, el mariscal francés escribió sobre su buena amiga: «Ella era lo que más me atrae del mundo: una rebelde. Encontrar a alguien que sea realmente ella misma, que no tenga ningún prejuicio, ninguna concesión, ningún cliché, y que pase a través de la vida tan liberada de todo como el pájaro en el espacio».

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