Escondida en el bosque de tumbas del cementerio de la Recoleta, se alza un monumento muy particular en honor a uno de los profesionales más lúcidos y versátiles que ha dado nuestra medicina, Francisco Javier Muñiz, médico, militar y naturalista.
Mucho le debemos a este hombre que comenzó sirviendo desde muy joven como miembro del “Cuerpo de Andaluces” durante las invasiones inglesas. En Corrales de Miserere fue herido de bala en una pierna. El joven Muñiz apoyó al movimiento patrio mientras continuaba sus estudios de bachiller en el Colegio Carolina. En 1813 inició su carrera de médico en el Instituto Militar creado por Cosme Argerich y finalizó sus estudios en la nueva Universidad de Buenos Aires en 1822.
A la vez que cumplía con sus tareas asistenciales, comenzó a escribir en algunos medios donde vertía sus opiniones federalistas. Fue médico de frontera sirviendo a las órdenes de Lavalle y Rosas, antes que las diferencias políticas los enemistasen .
En sus ratos libres, Muñiz comenzó con su otra pasión, la paleontología, y descubrió los fósiles del armadillo gigante, el oso fosil, el caballo primitivo de las pampas (Hippidium neogaeum) y el tigre bonaerense, entre otras especies que describe en sus artículos.
En 1827 estuvo al frente del cuerpo médico del ejército que marchó al Brasil y se destacó asistiendo a los heridos en Ituzaingó. Vuelto a Buenos Aires, fue docente universitario, pero después de casado se instaló en la Villa de Luján donde podía cumplir sus dos vocaciones, la de medico y paleontólogo.
Cuando al general Paz le fue concedida la Villa de Luján como prisión, después de haber sido capturado por las tropas de Estanislao Lopez, Muñiz atendió el parto de su esposa y sobrina, Margarita Weil, y asistió a la madre de Paz que se había mudado allí para estar cerca de su hijo. Tiburcia Haedo de Paz murió en febrero de 1839 asistida por el Dr. Muñiz.
En las vecindades de Río Luján existía un extenso yacimiento de mamíferos fósiles que el Dr. estudió con detenimiento, creando una interesantísima colección que remitió a Juan Manuel de Rosas y éste, a su vez, la obsequió al almirante Dupont que la donó a centros de investigación en París y Londres. Lamentablemente esa colección se ha extraviado pero el prestigio ganado por el doctor le gano fama mundial, al punto tal que Charles Darwin viajó a Luján para entrevistarse con el sabio.
La descripción que había hecho sobre la vaca ñata y su extinción durante la sequía que asoló al país en 1829, capturó la atención de Darwin. Dada la disposición de la mandíbula de esta vaca, no podía comer de los árboles, la única fuente de alimentación en esa atroz sequía. Este ejemplar se extinguió completamente, fenómeno que estuvo en la mente de Darwin, cuando años más tarde publicó “El origen de las especies” y el proceso de selección natural.
Fue Muñiz un entusiasta de la vacunación contra la viruela que entonces se practicaba brazo a brazo -es decir, de persona a persona se transfería este virus atenuado-. La experiencia de nuestro médico fue tan importante que la Real Sociedad Jenneriana en Londres reprodujo sus trabajos sobre el tema.
También fue Muñiz uno de los primeros profesionales en usar éter y cloroformo en los partos, casi al mismo tiempo que se lo utilizaba en Europa.
Sus intereses no se limitaban a paleontología y la medicina, porque en 1845 remitió a la Real Academia Española una serie de sugerencias para simplificar la ortografía y fijó el concepto de 94 americanismos.
En 1849, volvió a la docencia en su especialidad, obstetricia. También fue el organizador de la atención medica del ejercito que intervino en la batalla de Caseros, aunque no participo en esta contienda. Uno de sus dilectos discípulos, el médico y poeta Mamerto Cuenca, murió asesinado aviesamente mientras atendía a los heridos.
A pesar de ser diputado por la Provincia de Buenos Aires y Presidente de la Facultad de Medicina, intervino en la batalla de Cepeda donde fue gravemente herido mientras prestaba auxilios a los caídos en combate. Cayó prisionero de los confederados y se temió por su vida, pero su prestigio lo salvó y Mitre lo nombró coronel graduado honorario.
Su tarea asistencial continuó a la par de su actividad legislativa y docente, siendo autor de la primera monografía sobre obstetricia publicada en nuestro medio. A pesar de su edad, marchó junto al Ejército Nacional hacia el Paraguay para organizar los servicios sanitarios. El general Mitre, una vez más reconoció los servicios de este médico incansable.
Vuelto a Buenos Aires en plena epidemia de fiebre amarilla, se entregó a la tarea de cuidar enfermos afectados por este mal, falleciendo víctima de contagio, el 8 de abril de 1871.
En 1900 se inauguró este monumento en la Recoleta donde se leen las palabras que el Dr. Mallo le dedicara: “Derramó sobre esta tierra su sangre y su saber”. Ejemplo notable del altruismo y erudición, el ejemplo del Dr. Javier Francisco Muñiz alumbra el camino de muchos médicos en estos momentos aciagos.