Saddam Hussein

Por las dudas, mató a los que no quedaron conformes con su decisión; Hussein, que era admirador de Stalin, llevó a cabo su propia purga: primero dentro de su propio partido, después en forma de persecución religiosa a los chiítas, quienes eran encarcelados, asesinados o deportados, y después contra los comunistas, lo que le generó problemas diplomáticos con la Unión Soviética.

Irak es una país “artificial”, cuyas fronteras fueron trazadas más para complacer a las potencias coloniales europeas (especialmente al Reino Unido) que para delimitar un país en función de fronteras naturales, de sus vecinos o de alianzas locales. En este espacio multiétnico, Saddam favoreció notoriamente a la minoría árabe sunita, concentrada sobre todo en el centro del país. A cambio de sus favores, obtenía su ayuda para mantener bajo control a la mayoría árabe chiíta.

Los métodos que usaba Saddam eran los de siempre: colocó en altos cargos a familiares y amigos de su ciudad, Tikrit, haciendo la vista gorda (favoreciendo, bah) los saqueos de sus feudos con impunidad absoluta (suena conocidísimo, el estilo). Eso sí: hasta ahí, eh. Cualquiera de sus compinches que amagara con tener alguna ambición política que fuera más allá de la codicia permitida era detenido y asesinado. Saddam era el único sentado en la cima del poder.

Erigió estatuas en honor a él mismo, los medios de comunicación iniciaban sus transmisiones con cantos de alabanza, su figura era idolatrada por las buenas o por las no tan buenas. Saddam mantenía un absoluto control sobre el pueblo iraquí mediante la propaganda, que difundía su imagen como la de un gran héroe. Quien se manifestara en contra era secuestrado; en las prisiones del país había decenas de miles (epa, se ve que eran bastantes) de “enemigos del Estado” que eran torturados y ejecutados, aunque algunos eran liberados para que sirvieran como advertencia a los ciudadanos (“no se metan con el jefe, la van a pasar mal”). Otro método eficaz de intimidación y advertencia era devolver los cuerpos mutilados de los ejecutados a sus familias para que los enterraran, difundiéndose así el rumor del salvaje trato que recibían los detenidos en prisión. Muchos familiares inocentes de los disidentes eran también secuestrados y troturados hasta morir.

Mientras la mayoría de los dictadores de la segunda mitad del siglo XX se conformaba con quedarse en casa y someter a su país, Saddam intentó en dos ocasiones expandir su territorio invadiendo a sus vecinos. La primera vez lo hizo con Irán (1980-1988) y la segunda con Kuwait (1990-1991). En las dos ocasiones fracasó, y después descargó su ira y su frustración contra su propia gente.

El mejor ejemplo es lo que sucedió con los kurdos. Irak se independizó del imperio otomano en 1919, fue mandato del Reino Unido en 1920 y se independizó del mismo en 1932. Desde entonces, la etnia kurda, que habitaba Irán, Irak y Turquía, había presentado una resistencia esporádica pero reiterada al dominio iraquí. Cuando la ciudad fronteriza iraquí kurda de Halabja cayó ante el avance de los soldados iraníes en 1988, sus habitantes kurdos recibieron jubilosamente esa “liberación”. Saddam, furioso con ellos, desató un infierno contra Halabja. Bombardeó la ciudad con explosivos, napalm y gas venenoso, matando indiscriminadamemnte a unos 5.000 civiles.

Saddam había hecho de los kurdos su chivo expiatorio; los culpaba del fracaso de su guerra contra Irán y descargó su ira contra ellos. Las tropas de Saddam destruyeron todas las poblaciones rurales kurdas, en una matanza conocida como Operación Anfal, en la que murieron entre 100.000 y 200.000 kurdos. Los adultos eran apaleados, ejecutados y arrojados a fosas comunes; los ancianos eran enviados a campos de concentración donde se los dejaba morir de hambre y las mujeres eran vendidas como esposas o traficadas para trabajar en clubes nocturnos del mundo árabe.

En 1991, cuando la coalición liderada por EEUU expulsó a Saddam de Kuwait en la guerra del Golfo (Operación Tormenta del Desierto), los norteamericanos alentaron a los iraquíes a derrocar a Saddam, que los había arrastrado a esa guerra. Entonces los árabes chiítas (otro grupo, en este caso religioso, que no quería nada a Saddam) se alzaron contra Saddam, pensando que serían ayudados por los norteamericanos en su rebelión. Pero los estadounidenses no querían involucrarse en una guerra civil, así que Saddam movió a sus fuerzas y masacró a 50.000 chiitas, junto con otros rebeldes o personas que simplemente estaban en el lugar equivocado en el momento equivocado. Los kurdos aprovecharon para alzarse también, pero Saddam los “empujó” hasta las montañas del norte, donde establecieron una especie de región autónoma.

Después de la guerra del Golfo el mundo aisló a Irak por haber invadido Kuwait y alterado el “orden internacional”. Pero no parecía muy satisfactorio (ni rentable) dejar reservas de petróleo tan valiosas como las iraquíes en manos de un dictador loco y peligroso como Saddam. Así que en marzo de 2003, confiando en que Irak se pondría de rodillas “por las buenas” para ser readmitido en la comunidad internacional, EEUU y sus aliados (pero principalmente EEUU, bajo la orden del presidente George W. Bush) invadieron Irak bajo la acusación de tenencia de armas de destrucción masiva y de que Saddam sostenía al terrorismo.

Saddam fue capturado y hecho prisionero, y lo que se suponía (para EEUU) que debería terminar con el descubrimiento de armas de destrucción masiva (que nunca fueron encontradas) o como una avanzada occidental estabilizadora (y lucrativa) en pleno territorio enemigo, terminó en un caos absoluto. Pero eso es el comienzo de otra historia.

Sadam fue capturado el 13 de diciembre de 2003 en la llamada Operation Red Down, en un escondite en Al-Daur. Fue declarado prisionero de guerra y su custodia fue traspasada al gobierno provisional iraquí meses más tarde. Su juicio comenzó en octubre de 2005, y a lo largo del mismo Saddam se mostró desafiante. El 5 de noviembre de 2006 se le dictó la pena de muerte, siendo sentenciado a morir en la horca por el Alto Tribunal penal iraquí (controlado por Estados Unidos).

Saddam fue ejecutado en la horca el 30 de diciembre de 2006.

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