Rudyard Kipling, un autor incómodo

Para 1889, luego de años viviendo en su India natal, Rudyard Kipling llegó a Inglaterra con tan sólo 23 años de edad siendo ya una de las personas más famosas del mundo. Aunque más tarde caería en desgracia por sus puntos de vista chauvinistas, siendo criticado desde diferentes campos, sus colecciones de cuentos y versos sobre la vida en la India colonial, como Cantinelas Departamentales (1886), Cuentos de las colinas (1888) o El libro de la selva (1894), lograron apelar a un vasto público que, en la cúspide del imperialismo británico, encontraba en sus historias un atractivo exótico.

Desde muy joven se había dedicado a la literatura, principalmente, como forma de evasión frente a una infancia de abusos transcurrida en Inglaterra, a donde había sido enviado a recibir su educación, lejos de sus padres. A los 16 años, ya de vuelta en la India, comenzó a trabajar como periodista en el Civil and Military Gazette de Lahoe y, tres años después, en el Pioneer de Allahabad. Durante esta época escribió sus primeros cuentos y viajó en misión periodística por Birmania, Malasia, Singapur, Hong Kong, Japón y Estados Unidos, antes de desembarcar finalmente en Inglaterra.

La década de 1890 fue ciertamente la más exitosa de su carrera. En estos años experimentó con todo tipo de géneros, demostrando su versatilidad única en algunas de sus obras más famosas como la novela corta El hombre que pudo reinar (1890), su primera novela La luz que se apaga (1891) y la colección de poemas Baladas del cuartel (1892), que incluye los famosísimos “Gunga Din” y “Mandalay”. Por esta época, Kipling también se casó con Caroline Balestier, una mujer norteamericana, y juntos se mudaron a su propiedad en Brattleboro, Vermont, lugar en el que escribió los que serían sus trabajos más memorables dedicados al público infantil: Los libros de la selva (primera y segunda parte) y Kim, que se publicaría en 1901.

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Rudyard Kipling.
Rudyard Kipling.

 

Aunque mucha de su obra fue (y en algunos casos sigue siendo) popular, con el cambio de siglo empezaron a surgir las visiones críticas acerca de Kipling. Él retornó definitivamente a Inglaterra, ganó el premio Nobel en 1907 y continuó escribiendo – publicando libros infantiles como Los cuentos de así fue (1902) o Recuerdos y Cuentos (1910), que incluye su famosísimo poema “Si…” – pero el mundo de las letras le había dado la espalda. En el mejor y en el peor sentido de la palabra, Kipling ciertamente era un hombre de su época y siempre se había expresado como un ferviente defensor de las ideas imperialistas, tema del cual estaba imbuido su trabajo. Así y todo, después de la muerte de su hija Josephine en 1899 por neumonía, enfermedad que casi acaba con su propia vida, Kipling se entregó de lleno a ellas, llegando a escribir piezas tan controversiales como el poema “La carga del hombre blanco” (1899), en el cual abogaba por el rol civilizador del imperio. Un poco a contramano de la tendencia liberal que empezaba a surgir en el gobierno británico, desarrolló una amistad muy estrecha con el colonialista y magnate de los diamantes Cecil Rhodes, a quien conoció durante sus muchos inviernos pasados en Sudáfrica, apoyó enteramente la causa británica durante la guerra de los Bóer, y se expresó a favor de la militarización de Gran Bretaña. Sus actitudes jingoístas sólo se mitigaron después de la muerte de su hijo en los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial, a la que por supuesto apoyó, pero para entonces su descrédito entre los intelectuales era casi total.

Sin embargo, y a pesar de la facilidad con la que uno puede tachar a Kipling de racista y xenófobo, es interesante mirar un poco más allá de la superficie y explorar la miríada de contradicciones que existen en su obra. Aunque ciertamente ineludible, como muchos comentaristas han señalado, la lógica de Kipling es, en muchos niveles, la de su época y él escribió estando inscripto en un código de sólidas jerarquías de clase, de raza y de género. No obstante, al mismo tiempo sus cuentos permiten adentrarse en un mundo donde estas jerarquías, a veces, se doblaban y permitían un entrecruzamiento de mundos que habilitaba la aventura. Como ha señalado la profesora Jan Montefiore, el “otro” de las ficciones coloniales de Kipling se distingue de otras visiones del período en cuanto que éste es visto “con placer, no con ansiedad”. Es más, según esta misma autora, aunque sobren las opiniones imperialistas, en definitiva el sentido de sus cuentos es muy difícil de dilucidar. Especialmente si se mira más allá de su relatos de la India se descubrirá que estos “no ofrecen una visión totalizadora, sino una multitud de verdades provisorias y de efectos locales intensamente percibidos en una forma que hacen que Kipling sea tanto o más modernista que victoriano”.

Esta oscilación, esta sensación de que Kipling escribe en la cúspide de un cambio, es central para entender las variaciones en su literatura y en la forma en la que ésta fue percibida. Décadas después de su aislamiento del mundo literario y su posterior muerte en 1936, Kipling sigue estando en un lugar incómodo. En todos estos años fue celebrado, famosamente, por T.S. Eliot, Bertolt Brecht y Jorge Luis Borges, y ridiculizado por Virginia Woolf e incontables críticos post-colonialistas, pero, a pesar de todo, el público no lo ha abandonado. Aunque fuera un fanático del orden, la auto represión y otros valores victorianos, los mundos que Kipling imaginó y retrató con su prosa justa y medida continúan encantando y atrayendo a lectores de todo el mundo.

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