La protesta tuvo lugar en marzo de 1766. El rey gobernante en España era Carlos III. El principal ministro del rey era Leopoldo de Gregorio, más conocido como el marqués de Esquilache, que era poco aceptado por los españoles, debido en parte a su origen italiano.
En aquellos años, el pueblo de Madrid sufría descontento debido a la subida del precio de los productos de primera necesidad como en pan, el carbón, el aceite, la carne seca debido a la liberalización del mercado del grano.
La pretensión de Esquilache era un cambio en la vestimenta de los habitantes para tratar de hacer a España más parecida al resto de Europa. Así, quería sustituir las capas largas y los sombreros de ala ancha por capas cortas y sombreros de tres picos, ya que, según él, las prendas utilizadas por los madrileños junto con la falta de luz en las calles permitían ocultar las armas y el rostro de los delincuentes.
En un primer momento sólo se aplicó en la Casa Real. Sin embargo, a pesar de los avisos recibidos por el Consejo de Castilla afirmando que no sentaría bien entre la población, Esquilache hizo caso omiso y el 10 de marzo de 1766 la ciudad amanecía llena de carteles en los que se prohibía usar este tipo de prendas. El descontento de los ciudadanos fue mayúsculo y, tras arrancar los carteles que encontraban a su paso, atacaron a las autoridades.
El domingo de Ramos, dos ciudadanos paseaban por la plaza de Antón Martín con las prendas prohibidas, por lo que fueron interceptados por los soldados. Tras un enfrentamiento verbal, los soldados trataron de detenerlos cuando de repente uno de ellos desenvainó una espada y silbó. Al momento apareció gente armada por todos lados, por lo que los soldados tuvieron que huir.
Mientras miles de habitantes se manifestaron en la Plaza Mayor en contra de Esquilache, pidieron al duque de Medinaceli que intercediese ante el rey, quién no era consciente de la gravedad del asunto.
La población destruyó miles de farolas que se habían instalado en las calles de la capital, saquearon la mansión del marqués, asaltaron las mansiones de los ministros italianos Grimaldi y Sabatini y ya por la noche la masa enfurecida quemaba retratos del marqués mientras que el rey permanecía impasible.
Tras este tiempo sin que el rey hiciese nada, el día 24 la población se dirigió al Palacio Real para tratar de hacer entrar en razón al rey. Las tropas que defendían el edificio abrieron fuego y una mujer falleció, lo que no hizo sino aumentar la cantidad de gente congregada. Después de un largo tiempo, un sacerdote logró presentarse ante el rey y hacerle partícipe de la situación en que se encontraba la ciudad. O respondía a las demandas o destruirían el palacio.
Entre las demandas se encontraban los siguientes puntos: Esquilache debía abandonar el país junto con toda su familia; los ministros debían de ser españoles; se tendría que disolver la Guardia Valona que tanto odiaba la población; se reducirían los precios de los productos básicos; debía permitirse el uso de las prendas prohibidas; los soldados debían volver a sus cuarteles; y por último, el rey en persona debía de proclamarlas ante el pueblo.
A pesar de la negativa de los ministros, el rey lo aceptó, calmando a la población. Sin embargo, cometió el error de irse al Palacio de Aranjuez con su familia y ministros, lo que volvió a enfurecer al pueblo madrileño pensando que se les había tomado el pelo. Miles de personas se dedicaron entonces a saquear cuarteles y liberar a los presos. El rey tuvo que volver y prometer que cumpliría las demandas que se habían estipulado, por lo que la gente al fin se tranquilizó.
Finalmente, el conde de Aranda logró que la población renunciase a vestir esas prendas. Esquilache volvió a su país, Italia, dejando claro su descontento afirmando que la población de Madrid debería haberle hecho un monumento en vez de echarle de España con tan malas maneras.