El 15 de enero de 1919, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, fundadores del Partido Comunista Alemán (KPD), fueron asesinados brutalmente por grupos paramilitares sin juicio previo.
Aunque ésta lectura habilite muchísimas preguntas, una rápida mirada a su trayectoria permite entender que la decisión, ciertamente, no había sido casual. Tanto Liebknecht como Luxemburgo eran personajes importantes y sumamente activos en la izquierda que, desde años antes, venían siendo vistos como amenazas.
Luxemburgo, que aunque era polaca llegaría a ser una de las figuras más importantes de la historia alemana, había llegado a Berlín en 1898 desde Zúrich, a donde había pasado los últimos diez años de su vida estudiando y estableciendo contacto con otros marxistas prominentes de la época que se encontraban exiliados en Suiza. Convencida de que la revolución sería internacional y de que ésta empezaría en Alemania, sede de uno de los partidos socialistas más grandes y antiguos del mundo, había partido allí esperando ser parte de lo inminente. Se instaló en Berlín, se casó con el hijo de un amigo para conseguir la ciudadanía y se unió a las filas del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) en el cual participó activamente como periodista para su publicación, Vorwärts, y como docente en su centro de capacitación a partir de 1907.
Por su parte, Liebknecht, como hijo de uno de los cofundadores del SPD, llevaba con orgullo el hecho de ser parte de su tradición política. Se había criado en la pobreza y había sido básicamente autodidacta, llegando a estudiar Abogacía gracias a las contribuciones del partido. A lo largo de toda su vida participó activamente en las filas de la socialdemocracia y, finalmente, pudo acceder a un escaño en el Reichstag en 1912, dónde se destacaría especialmente por sus visiones antibelicistas.
En los albores del conflicto, cuando el SPD había decidido apoyar la entrada de Alemania en la guerra, Liebknecht y Luxemburgo se aliaron con otros radicales para formar la Liga Espartaquista, un órgano de oposición dentro del propio partido. Aunque la influencia de este organismo fue relativamente modesta, sus fundadores eran muy vocales acerca de sus ideas revolucionarias por lo que ambos terminaron siendo acusados de alta traición y condenados a dos años de prisión en 1916.
El encierro, no obstante, no parece haber afectado su posición. Para noviembre de 1918, con la inminencia del fin de la guerra, el estallido de la Revolución de Noviembre y la abdicación del Káiser, Liebknecht y Luxemburgo fueron liberados y el panorama político alemán era uno de caos. Ellos, por supuesto, se pusieron al frente de la agitación y, a pesar de la mesura que reclamaba Luxemburgo para evitar los desmanes que se habían visto durante la Revolución de Octubre, para el 1ero de enero de 1919 decidieron fundar el KPD sobre las bases de la antigua Liga Espartaquista.
Acto seguido, en los primeros días de enero se desató una nueva revolución y el SPD, que gobernaba el país a través de la figura del canciller, Friedrich Ebert, decidió apelar a medidas extremas para sofocarla. Los Freikorps – grupos paramilitares formados por soldados desmovilizados – se pusieron al servicio del orden y dieron lugar a una carnicería que duraría por varios días en Berlín y en Múnich, todo con el fin de acabar con lo que luego se conocería como el Levantamiento Espartaquista. Estuvieran o no realmente detrás de la revuelta, Luxemburgo y Liebknecht rápidamente fueron identificados como los cabecillas y como el perfecto chivo expiatorio al cual achacarle todas las frustraciones por las que estaba pasando Alemania en la inmediata posguerra.
En la clandestinidad, ocultos en un departamento de Wilmersdorf, un suburbio de Berlín, el 15 de enero por la mañana fueron descubiertos y apresados por la guardia civil de la zona. Se los trasladó al Eden Hotel en Berlín, lugar que estaba repleto de soldados y voluntarios contra revolucionarios, y allí fueron torturados por quienes sabían que la ley estaba de su lado. Al final del día, con la falsa idea de que serían llevados a la prisión de Moabit, dos autos salieron por separado llevando a Liebknecht y a Luxemburgo respectivamente. Al primero, luego de darle un culatazo en la cabeza con un rifle, lo condujeron al Tiergarten, uno de los parques más importantes de la capital alemana, lo hicieron bajar del vehículo y le dijeron que camine. Al hacerlo, Liebknecht fue abatido por la espalda. Su cuerpo, depositado en una estación de primeros auxilios, fue anotado como “NN, encontrado muerto”.
En el caso de Luxemburgo, que ya había llegado desvanecida y ensangrentada al auto, recibió otro culatazo y un tiro en la cabeza, directamente en el asiento trasero. El conductor fue hasta el canal de Landwehr y su cuerpo fue arrojado al agua, a donde estaría por los próximos cuatro meses hasta que un cuidador lo encontrara.
Finalmente, con total impunidad, los asesinos retornaron al hotel donde bebieron, festejaron y se fotografiaron. En el reporte final las causas de muerte quedaron asentadas como “abatido mientras intentaba escapar” en el caso de Liebknecht y “linchada por una multitud enardecida” en el de Luxemburgo.