¿Qué nos dejan las pestes?

La epidemia más antigua registrada que, obviamente, no fue la primera, ocurrió en Atenas, en el siglo IV AC, durante las guerras del Peloponeso. Fue relatada por Tucídides y entre las 150.000 víctimas de la fiebre tifoidea que azotó la ciudad, se contaba Pericles.

Si bien los atenienses estaban situados por los espartanos, estos huyeron al ver los muertos por la epidemia. Los valientes espartanos criados para soportar guerras y enfrentar lanzas y flechas huyeron ante un enemigo minúsculo. Esta es la primera lección; el miedo nos empuja a tener actitudes espasmódicas e irracionales, las que van desde la negación hasta la agresión pasando por la ansiedad y el descontrol.

Fueron las pestes antoninas en el año 166 y las de cipriano en el 251 las que diezmaron los ejércitos romanos. La viruela mató a miles de soldados debilitando la defensa de las fronteras y permitiendo que los bárbaros derrotasen al Imperio. A esto debemos agregar que también murieron trabajadores rurales, entre las 10.000.000 de víctimas, cosa que redujo el rendimiento de las cosechas. La gente prefería gozar del distribucionismo impuesto por los políticos, quienes para sostener su prerrogativa recurrieron a envilecer la moneda, creando así un pico inflacionario.

Enfermedad e inflación derrumbaron al imperio (como decía Malraux, “Buenos Aires es la imponente capital de un imperio que nunca existió” y que seguramente no existirá).

En el año 735 DC un pescador japonés contrajo viruela durante su permanencia en Corea, al volver el virus se diseminó rápidamente y la isla se convirtió en una trampa mortal. Casi un tercio de la población japonesa murió (comprometió a casi un millón de personas) y desde entonces (y por varios siglos) el imperio del sol naciente se mantuvo cerrado al mando exterior. Una crisis de esta envergadura produce un cambio de mentalidad porque todos tienden a proyectar las culpas.

Cuando fueron las epidemias en Roma, se terminó culpando a los cristianos. Cuando fue la peste negra en Europa, del año 1346 en adelante, se inculpó a los judíos de sembrar la enfermedad ex-profeso.

A raíz de estos prejuicios, como cada vez que se desconoce el origen de un problema y la situación se torna compleja, la reacción de los individuos son irracionales y violentas, además de proyectar culpas en los otros, que generalmente suelen ser grupos minoritarios y ajenos a la idiosincrasia predominante.

En 1871, cuando fue la fiebre amarilla en Buenos Aires que se llevó a 14.000 personas en una ciudad de 120.000, a los inmigrantes italianos se les achacó ser los causantes de la enfermedad porque la mayor de ellos vivía en condiciones precarias y faltas de higiene. A raíz de una serie de agresiones, miles de italianos volvieron a su país de origen, desilusionados por el trato recibido, cuando ellos no tenían nada que ver con el contagio por que el virus de la fiebre amarilla es transmitido por un mosquito. Hoy la gente en Buenos Aires no va a los supermercados chinos por miedo a un contagio…

Después de la “Peste Negra”, los trabajadores hicieron valer su condición y fue el fin del régimen feudal.

Otra forma de discriminación se pone en evidencia por el nombre que se le da a la enfermedad. La sífilis era conocida por los españoles como el “mal francés”, los franceses le decían “el mal napolitano”, y los japoneses le decían “el mal chino”, y así sucesivamente proyectando las culpas en el vecino. Como decía Albert Camus, “La estupidez insiste siempre…”.

Por ejemplo, la Gripe Española no se generó en España, sino en EEUU. Con razón de la Primera Guerra Mundial, un gran contingente de tropas americanas viajó a Europa y allí desembarcó el virus, primero en Francia y de allí pasó a España. Como todos los países estaban en pugna, menos la península ibérica, la censura no fue tan estricta, razón por la cual la prensa difundiendo el problema que mató a 50.000.000. El país más afectado, curiosamente, fue China, con 30.000.000 de víctimas.

De acá se desprende la importancia de los medios tanto para difundir información útil y, a su vez, también sirve para proyectar prejuicios. En estas crisis los hombres toman conciencia de su vulnerabilidad y tratan de compensarla con medios reales o físicos y también mágicos y religiosos.

Dentro de las reacciones exageradas, están las compras por pánico. Una cosa es prepararse para un desastre y otra es acumular productos por ansiedad. Poseer stock de productos ayuda a las personas a sentirse en control de la situación (que realmente no pueden controlar), además de tener la necesidad de hacer algo proporcional a lo que perciben como el nivel de la crisis. Hemos sido testigos del furor adquisitivo en los supermercados: arroz, fideos, latas… y papel higiénico. Podríamos comprender el acúmulo de alcohol en gel, pero el tema del papel higiénico… ¿es un tema para el Dr. Freud y su concepto de fijación anal?

También influye en esta tendencia al acúmulo la mentalidad del rebaño: si el vecino y el vecino del vecino lo hace, ¿por qué uno no puede también hacerlo? Obviamente el desabastecimiento subsiguiente influye en los precios, circunstancia que muchos aprovechan sin culpa y hasta con orgullo.

Si bien muchos reaccionarán con conductas mezquinas, otros lo harán con heroicidad y desprendimiento. En la epidemia de 1871, cuando las autoridades (como el presidente Sarmiento y su vice Adolfo Alsina) abandonaron la ciudad, hubo un grupo que optó por organizarse y darle pelea a la enfermedad como Bartolomé Mitre, un general y ex-presidente que se sometió al mandato de una junta elegida ad hoc, presidida por José Roque Pérez y que contaba entre sus colaboradores a figuras como Guido Spano, y los doctores Argerich y Wilde, entre los 60 profesionales de salud que se quedaron a dar pelea. Van a ser casi 150 años que el 26 de marzo Roque Pérez muere asistiendo a los enfermos, como lo retrató Blanes en su cuadro sobre esta epidemia.

Cuando todo termine

¿Qué pasará cuando todo esto llegue a su fin? Primero, hay que saber que no hay un final, este coronavirus vino para quedarse (al igual que existen entre nosotros otros virus del mismo género). Lentamente se recuperará el ritmo habitual, con algunos cambios en las costumbres (¿volveremos a estrechar las manos y darnos besos?), aunque subsistirá el miedo a una nueva epidemia. Habrá sobre-reactividad – especialmente en nuestro país al que le espera una traumática recuperación económica o una crisis de default -.

Esto llevará a conductas agresivas o de protesta (como las que existieron durante la llamada peste negra), búsqueda de nuevos patrones (como surgió el Renacimiento después de la experiencia traumática de las muertes por la plaga), cuestionamientos al gobierno y la religión (Occam y Wycliff precedieron a Lutero).

Habrá actos delictivos, como cuando después de 1871 surgieron juicios porque las familias que volvieron encontraron las casas de sus deudos ocupadas por individuos que decían haber “recibido” la casa en donación.

La recuperación no será fácil porque no hay un final certero. No hay un “día 0”, no hay una meta, eso solo existirá en nuestra mente, porque el mal que existe en el mundo proviene, casi siempre, de la ignorancia, y la buena voluntad también puede ocasionar tantos desastres como la ignorancia.

El hombre, decía Camus en La Peste, puede ser virtuoso o vicioso, pero el vicio más desesperante es el de aquel que cree saberlo todo.

Y sin embargo a pesar de tanto drama, bajeza, ignorancia e imprecisiones, en el hombre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio.

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