La familia Bonaparte se trasladó a Marsella desde su Córcega natal, después de la graduación de José y Napoleón como oficiales del ejército francés. La joven Paulina frecuentaba la compañía de los camaradas de sus hermanos donde su gracia y su belleza encendían pasiones entre los militares.
Algunos, como el futuro mariscal Junot, alcanzaron a declarar su amor, pero Paulina, siempre independiente, prefirió la compañía de un veterano revolucionario, Louis-Marie Stanislas Fréron. Napoleón desaprobó esta relación y para asentar de una vez por todas a su hermanita, le presentó a Charles Leclerc, amigo y oficial de su entera confianza. La relación prosperó, se casaron, y un año más tarde nacía Dermide, su único hijo.
El incesante ascenso político de su hermano la convirtió en símbolo del poder de la familia y Paulina, lejos de convertirse en una ejemplar madre y esposa, prefirió el brillo de las fiestas. Cuando Toussaint Louverture se alzó como figura dominante en Haití, desafiando al poderío francés, Napoleón no dudó ni por un instante en enviar a su cuñado al frente de 40.000 soldados a la isla caribeña.
Obligada a dejar su dispendioso tren de vida y viajar con Leclerc hacia esa remota isla, Paulina se opuso en forma rotunda a abandonar sus lujos y sus fiestas. Pero Napoleón fue terminante, ella debía estar con su esposo. Paulina obedeció, pero se vengó de esta imposición durmiendo en la cubierta del barco escasa de ropa ante la mirada encendida de la tripulación, como cuenta Alejo Carpentier en su obra “El reino de este mundo”.
Una vez en Port-au-Prince, Paulina volvió a brillar en las fiestas que organizaba la sociedad local, pero también supo adaptarse a los tiempos que corrían y cuando la fiebre amarilla se ensañó con los soldados franceses, Paulina convierte las salas de baile en hospitales y ella misma se puso al frente de la atención de los enfermos, entre los que estaba su propio marido. El general murió y ella debió cruzar el Atlántico con su cadáver embalsamado y una amargura de la que se sobrepuso iniciando un comentado romance con el actor François-Joseph Talma, que prontamente será reemplazado por notables pintores, aristócratas venidos a menos y oficiales sedientos de gloria y aventura en el campo de batalla ó en el lecho de la Princesa de Francia (título que le había concedido su hermano).
Napoleón había iniciado el camino hacia el pináculo de su fama y bien sabía que estos escándalos de su querida hermana en poco ayudarían a su carrera. A fin de cortar esta trayectoria amorosa, le buscó a Paulina un marido que, además, le sirviese de aliado. El elegido fue el príncipe Camillo Borghese, descendiente de una prestigiosa familia romana que contaba con reyes y Papas entre sus ancestros.
Sin embargo, la elección no fue la correcta ya que el príncipe no estaba en condiciones de satisfacer las necesidades amatorias de su cónyuge, quien continuó coleccionando amantes y joyas.
Fue entonces que la princesa posó para Antonio Canova, el célebre autor de Las Gracias. Originalmente el príncipe Borghese había sugerido que Paulina se convirtiese en la diosa Diana y posase vestida para el artista, pero ella insistió en convertirse en la Venus Victoriosa, ya que los Borghese se decían descendientes de la diosa del amor y posó desnuda para el artista (como lo haría para otros artistas, que también fueron sus amantes).
Derrotado en Waterloo y condenado al ostracismo en una lejana isla del Atlántico, Paulina insistió en seguir a su hermano hasta los confines del mundo, aunque no se le permitió acompañarlo. Aquejada de un fulminante cáncer de útero, Paulina se reconcilió con el príncipe antes de morir.
Su último deseo fue ser enterrada con su primer marido y su hijo, sepultados en Francia, pero el príncipe prefirió que Paulina Bonaparte yazca entre los Borghese, donde permanece junto a pontífices y ancestros, en la Basílica de Santa María la Mayor, muy cerca del mármol de esta Venus Vencedora, que inmortaliza su belleza.
Esta nota también fue publicada en TN