Si tuviéramos que nombrar a un intelectual comprometido artísticamente con su tiempo, con una obra provocadora, original y trascendente, el nombre del italiano Pier Paolo Pasolini (1922-1975) es uno de los primeros que aparece. El cineasta, escritor y poeta es el prototipo del intelectual comprometido. Sobre todo, ser intelectual en la vertiginosa década del 60. Serlo en aquellos años, no es lo mismo que hoy en día. Hoy no existe, o al menos no se ve a un Pasolini del siglo XXI, por lo menos con su proyección internacional.
Generalmente, pero con matices, hubo una fuerte corriente de pensamiento que vio al fútbol y al espectáculo deportivo como sinónimo de fenómeno de masas, vacío, informe, interesado, frívolo, corrupto, entre otros males. Intelectualidad y fútbol eran malos compañeros de viaje, jamás iban juntos.
Sin embargo, para sorpresa de muchos, en Pier Paolo Pasolini, deporte y cultura son parte de una realidad en la que el intelectual se puede mover como pez en el agua.
Pasolini fue un muy activo jugador de fútbol, pero además un hincha fantático del Bolonia FC, el equipo de su cuidad natal.
Un pequeño y precioso libro titulado Sobre el deporte (Editorial Contra, distribuye Gussi) recoge varios artículos de Pasolini sobre fútbol, boxeo, ciclismo, Olimpiadas, en varias publicaciones, entre 1957 y 1960, además de una entrevista de 1975.
Para Pasolini “el fútbol es un sistema de signos, es decir, un lenguaje. Tiene todas las características fundamentales del lenguaje por excelencia, el que nos ponemos inmediatamente como término de comparación, o sea, el lenguaje escrito hablado. En efecto, las palabras del lenguaje del fútbol se forman exactamente como las palabras del lenguaje escrito hablado (…) Los cifradores de este lenguaje son los jugadores. Nosotros, en las tribunas, somos los descifradores: poseemos pues un código común. Quien no conoce el código del futbol no comprende el significado de sus palabras (los pases) ni el sentido de su discurso (el conjunto de pases) (…). Puede haber un futbol como lenguaje fundamentalmente prosístico, y uno como lenguaje fundamentalmente poético. Para explicarme daré —anticipando las conclusiones— algún ejemplo Bulgarelli juega un futbol en prosa: es un narrador realista. Riva juega un futbol en poesía: es un poeta realista. Corso juega un futbol en poesía pero no es un poeta realista, es un poeta un poco maldito, extravagante. Rivera juega un futbol en prosa, pero la suya es una prosa poética elegante, elzeviriana. También Mazzola es un elzeviriano que podría escribir en el Corriere della Sera, pero es más poeta que Rivera, porque cada tanto interrumpe la prosa e inventa en un santiamén dos versos estrepitosos. Nótese bien que no hago distinciones de valor entre la prosa y la poesía: la mía es una distinción puramente técnica (…) Así, precisamente por razones de cultura y de historia, el futbol de algunos pueblos es fundamentalmente en prosa, prosa realista o prosa estetizante. Este último es el caso de Italia, mientras que el futbol de otros países es fundamentalmente poético. En el futbol hay momentos que son exclusivamente poéticos: uno de ellos es el momento del gol Cada gol es siempre una invención, una subversión del código, cada gol es la ineluctibilidad. Tal como la palabra poética El goleador, rey de un campeonato, es siempre el mejor poeta del año En este momento lo es Savoidi. El futbol que expresa más goles es el futbol más poético.”
Como se lee, el escritor se metió en la esencia pura del juego futbolísico, a su corazón, parado desde la cultura. Desde su lugar de intelectual, analiza magistralmente un fenómeno popular, masivo y, por ciento, económico. “La gambeta es de por sí poética (aunque no siempre como la acción del gol). En efecto, el sueño de cada jugador (compartido por cada espectador) es partir de mitad de campo, gambetear a todos y marcar. Si se puede imaginar algo sublime, dentro de los límites permitidos, es precisamente esto. Pero no sucede nunca. Es un sueño que he visto realizado sólo en Machi del palone (Magos de la pelota), de Franco Franchi que, aun cuando a nivel primitivo, consiguió ser perfectamente onírico”
Según publicó en la revista española Cinemanía, el periodista Carlos Marañón “Bertolucci batte Pasolini (5-2) tituló el diario La Gazzetta di Parma tras un partido que ha dejado otras dos anécdotas (nunca confirmadas) para la posteridad. Una, que se trataba de una amistoso de reconciliación entre ambos: al parecer Bertolucci (19 años más joven que su maestro) estaría molesto con Pasolini, porque PPP había criticado El último tango en París alegando que prefería el estilo de La commare secca y de otras de las primeras películas de Bertolucci. Por otro lado, se ha escrito que Pasolini no acabó aquel partido: quizá molesto por la derrota, o por algún lance del juego, PPP abandonó el encuentro antes de tiempo. Todo un carácter, que tuvo que ver como Bertolucci, que únicamente se dedicó a animar a sus pupilos durante el partido, acabó alzando la copa, victorioso, sin haber dado una sola patada al balón: salvedad más que suficiente para justificar la victoria moral de Pasolini sobre su joven discípulo en el último partido de su vida.” Antes escribió “fue en la primavera de 1975, apenas unos meses antes de la muerte de Pier Paolo Pasolini, asesinado en la playa de Ostia el 2 de noviembre de 1975. Bernardo Bertolucci, fallecido hoy lunes 26 de noviembre de 2018, 43 años después de la desaparición de uno de sus primeros maestros (fue ayudante de dirección de PPP en Accatone), ganó el último partido de Pasolini. Bueno, en realidad lo ganó su equipo, su equipo de rodaje de Novecento, porque él no se vistió de corto en un encuentro amistoso que les enfrentó al equipo de rodaje de Saló o los 120 días de Sodoma. Pasolini, sin embargo, no perdía una oportunidad de honrar a su pasión irracional: jugar al fútbol. Aquel 16 de marzo de 1975, precisamente el día del 44 cumpleaños de Bertolucci, fue la última vez que se tiene constancia de que el extremo derecha Pasolini saltó a un terreno de juego seriamente, vestido (cómo no) con la camiseta del Bologna de sus entretelas. Las dos producciones se encontraban rodando a poca distancia de la ciudad de Parma y decidieron reunirse aquel domingo por la mañana en el campo de la Cittadella, donde entrenaba (y aún hoy lo hace) el Parma Calcio, muy cerca del estadio Ennio Tardini, sede histórica del club parmesano.”
A Pasolini jugar al fútbol lo hacía feliz. Es más, hubiera sido futbolista. “Recuerdo esos partidos en el patio de la escuela. Cuánta felicidad”. Es más, fue contundente: “el fútbol es, después de la literatura y el eros, el placer más grande del mundo”.
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Texto originalmente publicado en http://delicatessen.uy/