Objetores de Conciencia

Un objetor de conciencia es quien rechaza leyes o normas porque estas están reñidas con sus creencias religiosas o éticas. Muchos de ellos fueron perseguidos y sancionados por expresar su desacuerdo con lo que la sociedad sostiene que es la conducta idónea o correcta. Sin embargo, las perspectivas y la perseverancia de estas personas para defender su visión de la situación, lograron cambiar las ideas imperantes y generalizar una percepción diferente de esa realidad. Mark Twain decía que cada vez que nos encontramos del lado de la mayoría, es tiempo de hacer una pausa y reflexionar.

Para abarcar esta temática es indispensable definir algunos conceptos. Las palabras ética y moralidad suelen tomarse como sinónimos, aunque tengan diferencias implícitas. Tanto la ética como la moralidad analizan el bien y el mal, la primera proviene de una reflexión individual mientras que la moralidad son las costumbres o principios que rigen a una sociedad en un tiempo y lugar determinado. O tempora o mores

Mientras la ética es una escala de valores de cada persona en forma voluntaria y consciente, la moral apunta a la convivencia del grupo y a tal fin, tiene una implicancia impositiva. La moral puede responder a creencias religiosas o extenderse a normas de convivencia colectiva cuyo quebrantamiento está punido por leyes y códigos que deben obedecerse so pena de ser castigado.

Cuando una conducta es considerada correcta por el individuo, la sociedad, la justicia y la religión, esta coincidencia implica una armonía de dicho individuo con los que lo rodean. Cuando los valores individuales se enfrentan a los valores colectivos y la persona antepone su ética a la norma generalizada, estamos ante un objetor de conciencia.

Matar al semejante es un acto que no esta bien visto desde el punto de vista ético, moral, jurídico y religioso, pero existen excepciones a esta norma, como matar en la guerra. Esta excepción está contemplada desde un punto de vista moral, jurídico y hasta religioso (matar en una contienda no es pecado para la Iglesia Católica, por ejemplo). Muchos héroes nacionales se convirtieron en personajes notables por matar durante los conflictos armados. Hasta hubo santos que defendieron la fe matando a personas que atentaban contra ella (Santa Juana de Arco, los caballeros templarios y hasta los soldados de fortuna que peleaban para los estados papales, entre otros). Sin embargo, por siglos, cuando un individuo se resistía a ir a Iglesia por su país o por su religión (guerras santas) era considerado un traidor y merecía las sanciones más duras por mantener esta actitud.

Uno de los primeros casos registrados de objetor de conciencia fue San Maximiliano de Tébessa, en el año 295 de nuestra era. Al negarse a formar parte del ejército romano y al no poder ejercer la violencia alegando ser cristiano, fue ejecutado. Ya el apóstol Pedro, primer Papa cristiano, instó a desobedecer las órdenes de las autoridades políticas, porque su deber era “obedecer a Dios sobre todas las cosas”.

Tomás Moro, el canciller inglés, también antepuso su pensamiento religioso y concepción ética al rechazar la orden de Enrique VIII de anular su matrimonio. “debo atenerme a mi conciencia”, declaró antes de ser decapitado. Así se convirtió en el santo patrono de los políticos (aunque tengamos la impresión que muy pocos han seguido su ejemplo).

En el siglo XVI, en Holanda se exceptuó del servicio militar a los cuáqueros y los anabaptistas quienes argumentaban la prohibición bíblica de matar. En el siglo XIX aparecieron varios movimientos que rechazaron el alistamiento en los ejércitos por razones religiosas, como aconteció en la India en el año 1857, revuelta conocida como el Motín de los cipayos. Los soldados brahmanes se rebelaron contra los ingleses porque las balas que usaban tenían grasa de cerdo y vacas, animales que ellos repugnan. En Egipto durante el reinado de Muhammad Alí (1805 – 1848) se introdujo el Servicio Miliar obligatorio. Muchos hombres llegaron a automutilarse para evitar la conscripción en la llamada Revuelta de los campesinos. Paradójicamentee, Cassius Clay, el célebre boxeador norteamericano, tomó el nombre Muhammad Alí cuando se convirtió al islamismo y se resistió al alistamiento para pelear en Vietnam, convirtiéndose en el más famoso objetor de conciencia. “No tengo problemas con los Viet Cong – declaró – porque ningún Viet Cong me llama nigger” (una forma despectiva de llamar a la gente de color). Por rechazar el reclutamiento le fue suspendida su licencia para boxear, lo multaron con diez mil dólares y su pasaporte fue confiscado. Recién en 1971, la Corte Suprema de EEUU reconoció su derecho a esgrimir razones religiosas para evitar el alistamiento. Esta contienda legal le otorgó al púgil un prestigio internacional más allá de su valía como boxeador.

Desde 1921 existe en Holanda un movimiento antimilitarista, el IRG, que nucleaba a objetadores de conciencia que habían vivido las consecuencias de la Primera Guerra Mundial. El movimiento no solo esgrimía razones humanitarias, sino religiosas y políticas (socialistas y anarquistas).

El reconocimiento de este derecho se fue difundiendo a lo largo del siglo XX, Noruega lo reconoció en una ley promulgada en el 1900. Dinamarca en 1917. Curiosamente, Inglaterra permitió la objeción de conciencia cuando dictó la ley de Servicio militar, no obstante, muchos de los que expresaron dicha objeción fueron encarcelados durante la Primera Guerra Mundial. Obviamente esta actitud creó una enorme polémica en un país con una larga tradición militar y expansionista.

La objeción de conciencia se entronca con la desobediencia civil y la resistencia a la opresión expresada en la “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano”, proclamada al inicio de la Revolución francesa. Casi 200 años después la objeción de conciencia fue reconocida por la ONU (10 de marzo de 1987).

El tema resurgió en los últimos años con las leyes de aborto legal que en algunos países pretendían obligar a los médicos a realizarla. En Uruguay, la ley 18.987 exceptúa practicar la detención del embarazo a quienes expresen objeciones para realizar estos procedimientos abortivos, siempre y cuando la vida de la madre o el niño no estén en peligro. Este derecho a rechazar prácticas que van contra sus creencias, está contemplado por el art. 54 de la constitución uruguaya de 1934.

La lucha por la objeción de conciencia es un derecho humano cuya plena vigencia expresa la salud democrática de un país. La aplicación de esta capacidad de objeción no es absoluta, sino que está limitada por los derechos de los otros.

Ya lo decía Cicerón: “El testimonio de mi conciencia es para mí de mayor precio que todos los discursos de los hombres”.

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