“Y sólo donde hay tumba hay resurrección”
Así habló Zaratustra – Friedrich Nietzche
Sir Arthur Conan Doyle pasó los últimos años de su vida tratando de comunicarse con el más allá. Después de la muerte de su hijo, la de su hermano, su cuñado y sus dos sobrinos durante la Primera Guerra Mundial, el creador de Sherlock Holmes dejó a su detective de lado, y volcó todos sus esfuerzos en difundir la discutible ciencia de comunicarse con los muertos.
Esta actividad se convirtió en una obsesión, tanto para él como para su esposa y demás miembros de la familia. Creían fervientemente en el espiritismo, después de unas experiencias en las que un médium le había revelado al doctor cierto secreto que, al parecer, solo conocían Conan Doyle y su cuñado fallecido. Este convencimiento rayano con el fanatismo lo llevó a pelearse con su amigo Harry Houdini -el ilusionista y escapista-, siempre dispuesto a desenmascarar los fraudes en los que incurrían aquellos que decían comunicarse con el más allá.
A principios de 1930, la salud del doctor Doyle se había deteriorado notablemente. Su corazón y sus riñones comenzaban a fallar. Sin embargo, su robusta complexión le permitió cumplir con los varios compromisos que lo contaban como orador. Hacia el mes de junio, quedó confinado a la cama en su casa de Windlesham, Sussex. El 7 de julio lo ayudaron a sentarse en su mecedora para que contemplara las rosas que florecían en su jardín. Lentamente se fue apagando, mientras sostenía la mano de su esposa Jean y hablaba de esas rosas que tanto le gustaban. Así murió, mirando el jardín donde serían enterrados él, y unos años más tarde su amada mujer[1].
A la muerte del escritor una multitud de ocho mil espiritistas se reunió en el Royal Albert Hall de Londres para honrar su memoria. Una silla vacía esperaba la asistencia espiritual de sir Arthur Conan Doyle. Estelle Roberts, una reconocida médium inglesa, le aseguró a la viuda que pudo ver claramente entrar a la reunión y sentarse junto a ella.
Aún a pesar de estos contratiempos y fraudes, Lady Conan Doyle estaba convencida de que su Arthur le enviaba mensajes desde el más allá para guiar los asuntos de la familia.
En 1955, los hijos del escritor vendieron la casa de Windlesham y decidieron trasladar los cuerpos de sus padres al cementerio de Minstead en Hampshire, Inglaterra. Para despistar a la prensa que acechaba en la puerta de la residencia, los restos del autor de Sherlock Holmes y su esposa fueron transportados en un camión de lavandería, ¿Quién podía imaginarse que el doctor y su señora viajarían hacia su última morada entre sábanas y ropa para lavar? Ahora descansan sin ser perturbados en su nuevo enterratorio.
Debido a ruidos extraños y voces que se escuchaban en la ex morada de los Doyle, los nuevos dueños hicieron exorcizar la casa de Windlesham, que desde entonces no ha sido perturbada por los lamentos que decían oír por las noches.
[1] Jean Leckie era su segunda esposa, la primera Louisa Hawkins había muerto en 1906.
Texto del libro Trayectos Póstumos de Omar López Mato – Disponible en la tienda online de OLMO Ediciones.