El 15 de agosto de 1769 nacía el segundo hijo del matrimonio de Carlos María Bonaparte y María Letizia Ramolino, miembros de la nobleza de Córcega. A pesar del ilustre linaje, la plata escaseaba para alimentar a la creciente prole, razón por la cual el padre, abogado de profesión, se dedicó a su trabajo, delegando en Letizia la conducción de la familia. Fue Letizia el alma del hogar y la inspiración de su hijo, que la adoraba (al parecer la devoción era mutua).
Carlos María era una persona impulsiva, que a veces llegaba al borde de la insensatez. Aunque el matrimonio se resistió a la invasión francesa, fue Letizia quien convenció a su marido que se resignara a los hechos y acepta el mandato de los franceses. La determinación e inteligencia de su madre fue la herencia más preciada de Napoleón.
No fue fácil la crianza de un jovencito que se rebelaba constantemente frente a sus mayores y se enfrentaba a sus compañeros, por su carácter dominante, que no cedía a los golpes, aunque llevase la peor parte de las peleas.
Estudió junto a su hermano José en el colegio jesuita de Ajaccio, donde prontamente desacolló en matemáticas y en el arte de pelearse con sus compañeros. Los libros fueron sus mejores amigos y los que encendieron el gusto por los héroes de la antigüedad.
Sus padres solicitaron una beca para la educación de sus hijos al gobernador francés, quien la concedió al poco tiempo. José y Napoleón marcharon con once y nueve años a Francia, lugar donde Napoleón aprendió a hablar esta lengua que pronunciaba con un fuerte acento italiano. Sus compañeros de Autum comenzaron a burlarse por la forma de hablar y por pertenecer a una nación que había sido sometida por el ejército galo.
Podría haberlo tomado en broma, pero Napoleón no lo veía así y juraba vengarse de esos insolentes. ¡Vendetta!
Con solo diez años ingresó a la Academia Militar de Brienne, gracias a las influencias que pudo mover su padre.
Una vez más, las bromas de sus compañeros lo obligaron a encerrarse en sus libros, dedicándose a leer a Rousseau, a Voltaire y Mirabeau, además de libros de historia clásica, especialmente Plutarco.
El joven Napoleón se convirtió, de la noche a la mañana, en el líder de sus compañeros cuando los organizó con determinación en una guerra de nieve. Las órdenes impartidas con precisión, hicieron que su bando fuera el vencedor de la contienda. Sus compañeros comenzaron a ver al joven corso con otros ojos.
También se destacó entre sus profesores, que descubrieron su talento e inteligencia superior. Uno de ellos lo describió “Es duro, pero dentro tiene un volcán… ya estallarán las llamas de su interior”. Una expresión premonitoria que llegó cuando, después de egresar de la escuela militar de París, Napoleón encontró la oportunidad para ejercer sus dotes de mando sobre los franceses, cuya lengua pletórica de R, RR, y G no podía pronunciar correctamente.