Como si fuera un Rey descamisado que entrega su corona a un aspirante ajeno a su corte, el personaje de ficción Hyman Roth (Lee Strasberg) escenifica en su primera reunión con Michael Corleone (Al Pacino) su falta de fuerzas para continuar al timón de su imperio mafioso, concentrado en la zona de Miami y de La Habana anterior a Fidel Castro. En apariencia, el veterano gánster judío quiere que Corleone participe de su legado, pero se trata de una mentira para camuflar la conclusión del film: los mafiosos, como los roqueros, nunca se jubilan. La segunda parte de «El Padrino», la célebre saga de Francis Ford Coppola, presenta como enemigo de la familia a un astuto mafioso que vive sus últimos años en Miami. Un personaje que el escritor Mario Puzo creo inspirándose en Meyer Lansky, la mano derecha del más poderoso e implacable mafioso del siglo XX: Lucky Luciano.
Meyer Lansky nació con el nombre de Majer Suchowliński en Grodno (hoy, Bielorrusia), donde su familia había sufrido los temibles «pogroms» contra los judíos. En 1911, sus padres se mudaron a los Estados Unidos asentándose en el Lower East Side de Manhattan, Nueva York. Allí el joven entró en contacto con la legión de aspirantes a gásters que inundaban sus calles. Uno de ellos, el siciliano Lucky Luciano, aprovechó que era mayor y más alto que Meyer –bajito, raquítico y con orejas de soplillo– para robarle el almuerzo no sin darle antes una paliza. Nada extraño en un barrio donde las diferentes facciones de emigrantes mantenían un enfrentamiento continuo, salvo porque aquellos dos niños no tardarían en hacerse inseparables. Tras sufrir varios encontronazos más con Luciano, el niño judío, que siempre había resistido sin derramar una sola lágrima las agresiones del siciliano, sufrió el ataque de un grupo de adolescentes irlandeses. Al observar la escena, Luciano sacó su navaja y espantó a los irlandeses. Érase en aquel incidente el origen de la asociación criminal más influyente del siglo XX.
Lansky y Luciano, un desafío a la vieja escuela
Como otra obra de ficción –la serie de la HBO «Boardwalk Empire»– ha narrado en los últimos años empleando a ambos como personajes recurrentes, la prohibición en la venta de bebidas alcohólicas en territorio estadunidense engendró la edad de oro del contrabando. Lucky Luciano, el judío de origen alemán Bugsy Siegel – futuro creador del primer gran hotel de Las Vegas–, el calabrés Frank Costello y Meyer Lansky participaron de la lucrativa oportunidad criminal que ofrecieron los años veinte, bajo la tutela originalmente del judío Arnold Rothstein, famoso por estar involucrado en el escándalo de los Medias Negras de 1919. Tanto Meyer como Luciano encabezaban sus propias bandas, en función del grupo de inmigrantes que aglutinaban, pero la amistad entre ambos hizo que confluyeran en la mayoría de negocios. No en vano, la vinculación de un siciliano como Luciano con gánsteres de otras nacionalidades levantó el recelo de la vieja escuela italiana, el orden establecido que despreciaba a cualquiera que no fuese siciliano o, al menos, italiano.
Aunque también se dedicaban al contrabando de alcohol y al negocio del juego, el dúo criminal encontró por aquellos años la actividad que vertebró su imperio: la heroína y los locales de prostitución, que administraba con el empleó de la narcoprostitución, es decir, hacía a las prostitutas adictas a la heroína y las pagaba con droga. El instantáneo éxito de este negocio llamó la atención de la banda de Joe Masseria, que era por entonces el «Don» más poderoso de Nueva York y un miembro destacado de la vieja escuela. Mientras Lansky colaboraba cada vez más estrechamente con Arnold Rothstein, Luciano se vio obligado a enfrentarse a las críticas de su nuevo jefe, Masseria, por su amistad con judíos y calabreses. El siciliano nunca pudo entender que Masseria le obligase a romper su asociación con el astuto Lansky solo porque no era italiano, y se lo hizo pagar caro en la llamada guerra de Castellammarese, que transcurrió entre 1929 y 1931, involucrando al resto de familias italianas.
La guerra, que tuvo de trasfondo la lucha entre la visión más tradicional de Mafia italiana y la portada por una nueva generación sin el menor problema en colaborar con otros grupos raciales, finalizó con la muerte de Masseria en un restaurante de Coney Island a manos de hombres de Luciano. Tras la refriega, el siciliano asumió el control de la banda y se alió paradójicamente con el máximo rival del fallecido Masseria, Salvatore Maranzano, quien convocó a las Cinco Familias de Nueva York para garantizar la paz. Durante la reunión se autoproclamó «capo di tutti i capi», lo que significaba que cada «Don» habría de compartir los beneficios con él. A cambio de su apoyo, Maranzano aceptó que el joven siciliano volviera a trabajar con Meyer Lansky y el resto de gánsteres judíos, los cuales habían resultado enormemente rentables para sus bolsillos en el pasado.
Cuando solo habían pasado ocho meses desde el cambio de régimen en Nueva York, Salvatore Maranzano planeó la forma de deshacerse de «Lucky» Luciano, cada día más peligroso a causa de su asociación con la brillante mente de Lansky. Precisamente fue el mafioso judío el que advirtió al siciliano de los planes de Maranzano y quien le ayudó a anticiparse con un movimiento definitivo. Adelantándose a la reunión donde el «capo di tutti i capi» planeaba asesinar a Luciano, Lansky envió a cuatro de sus propios hombres a eliminar a Maranzano.
Con los dos últimos capos de la ciudad asesinados por órdenes de Luciano y de su grupo multirracial, la corona quedaba en sus manos. La victoria de Luciano vino acompañada de la reforma del máximo órgano mafioso, la Comisión –formada por los jefes de las Cinco Familias de Nueva York y el jefe del Chicago Outfit, «la oficina» de Nueva Jersey y de las familias criminales de Kansas, Los Ángeles y Detroit–, donde todos los jefes tenían el mismo voto, pero el siciliano se designó como el primero entre iguales. Al mismo tiempo, reorganizó su propia familia, la Genovese, nombrando a Vito Genovese como su segundo y a Frank Costello su consiglieri. Lansky, por razones obvias, quedaba fuera del organigrama formal, pero estaba llamado a ser la auténtica mano derecha del Luciano en las siguientes décadas y el autor de la mayor parte del sistema financiero de lavado de dinero de la Mafia.
Mientras Lansky diversificaba su negocio criminal por la Costa Oeste, el Fiscal Especial Thomas E. Dewey consiguió en 1936 lo que nadie siquiera había rozado: una acusación en firme contra Luciano por proxenetismo. Condenado a más de 30 años de condena, la entrada de EE.UU en la II Guerra Mundial dio una oportunidad a Charles «Lucky» Luciano para salir de prisión, gracias a la mediación de Lansky, que, además de dedicarse a dar palizas a varios simpatizantes de Adolf Hitler por las calles de Nueva York, colaboró con el Ejército en la Operación Underworld, en la cual el gobierno de los Estados Unidos reclutó a criminales para buscar infiltrados nazis. Luciano fue liberado, pero le fue prohibida la entrada en EE.UU. durante el resto de su vida.
La Habana, el gran paraíso de la Mafia
Luciano se trasladó a vivir a Cuba hacia 1946, donde retomó el mando de las operaciones de la Mafia estadounidense. Lansky y Luciano comenzaron a administrar una serie de casinos en Cuba con la ayuda del dictador cubano, el general Fulgencio Batista, a pesar de que el gobierno de los Estados Unidos presionaba débilmente para que Batista deportara al siciliano. Allí se celebró, el 22 de diciembre de 1946, en el Hotel Nacional, la histórica Conferencia de La Habana, que representó una de las mayores reuniones de la Mafia americana en todo el siglo XX y un escaparate para invertir en lo que Lansky vislumbraba como Las Vegas latinas.
En los siguientes años, Meyer y Batista se convirtieron en dos socios inseparables. A cambio de gozar de vía libre para las licencias y mirar hacia otro lado incluso cuando se escuchaban disparos, Meyer Lansky facilitó el desembarco del dinero de la Mafia italiana en Cuba. Entre los casinos de Lansky, estaban el Habana Riviera, el Nacional –el cual dominaba el Castillo de los Tres Reyes del Morro en la Bahía de la Habana–, el Montmartre Club y otras muchas propiedades menores. No obstante, con la Revolución Cubana en 1959, el gobierno expropió todos los casinos y hoteles, forzando a los mafiosos a huir en desbandada. Y mientras Batista se preparaba para salir a la República Dominicana y desde ahí a España, donde murió en el exilio en 1973, Lansky celebraba sin inmutarse el año nuevo de 1959 en su hotel más preciado, el Habana Riviera, de 440 habitaciones. Un día antes de que Castro entrara en La Habana, Lansky salió del país para siempre dejando a su espalda buena parte de su patrimonio.
Con sus negocios bastante maltrechos, salvo en lo que se refería a Las Vegas, el mafioso judío llevó una vida discreta en su casa de Miami hasta que la asfixiante presión del FBI, que le acusaba de evasión de impuestos, le forzó a solicitar refugio en Israel amparándose en la Ley del retorno. Así y todo, este derecho le fue denegado basándose en su conocido estatus de mafioso y por la mediación de Estados Unidos sobre Israel para extraditarlo nuevamente y llevarlo a los tribunales. Sin conseguir que ingresara en la cárcel y con varios negocios todavía en marcha, Meyer Lansky murió de cáncer de pulmón el 15 de enero de 1983, a los 80 años, dejando una viuda y tres hijos en su casa de Miami Beach.