Fue encarcelado durante más de un año -pero no tiene arrepentimientos.
Hace 34 años, el ministerio de Relaciones Exteriores de la entonces Unión Soviética anunció su rechazo a la apelación del adolescente alemán en contra de su condena a prisión.
Mathias Rust, de apenas 19 años, voló más de 750 kilómetros a través de cada escudo defensivo soviético en un avión de un solo motor para aterrizar a las puertas del Kremlin.
La idea se le había ocurrido un año antes, mientras veía la televisión en casa de sus padres en Hamburgo, en la entonces Alemania Occidental.
Una cumbre entre los presidentes de EE.UU. y la Unión Soviética en Reykjavik había terminado en un punto muerto, y el adolescente, que tenía pasión por la política, sentía que quería hacer algo para marcar una diferencia.
“Creo que todos los seres humanos en este planeta son responsables de lograr algunos avances y yo estaba buscando una oportunidad para hacer mi parte en ello”, dice.
“Estaba pensando que podría utilizar la aeronave para construir un puente imaginario entre Oriente y Occidente y mostrar que mucha gente en Europa quería mejorar las relaciones entre nuestros mundos”.
No creyó que sobreviviría
Rust ya tenía una licencia de piloto y sumaba 50 horas de vuelo cuando se le ocurrió poner en práctica su habilidad.
El 13 de mayo de 1987 les anunció a sus padres que se iba a recorrer el norte de Europa en un avión Cessna, con el objeto de sumar el número de horas requerido para obtener su licencia de piloto profesional.
Su primera parada fue en las Islas Shetland en el norte del Reino Unido, luego las Islas Feroe. Pasó una noche en cada una.
Después vino la capital de Islandia, Reykjavik, y Bergen en Noruega, antes de llegar a la capital finlandesa, Helsinki, el 25 de mayo.
Allí pasó varios días, tratando de decidir si realmente tenía el coraje de seguir adelante con su plan. Tenía buenas razones para estar nervioso.
La Unión Soviética poseía el mayor sistema de defensa aérea en el mundo. Menos de cinco años antes, un avión civil de Corea del Sur había sido derribado luego de extraviarse en el espacio aéreo soviético. La acción causó la muerte de los 269 pasajeros a bordo.
En la mañana del 28 de mayo, Rust le dijo al centro de control de tráfico aéreo en Helsinki que se dirigía a Estocolmo, en Suecia. Aún entonces no estaba completamente seguro de que haría lo que estaba pensando.
“Tomé la decisión final una media hora después de la salida. Cambié la dirección en 170 grados y me dirigí directamente hacia Moscú“.
En Helsinki, los operadores de control aéreo comenzaron a preocuparse. El joven iba en la dirección equivocada. Luego se desvaneció de las pantallas de radar, antes de que pudieran establecer contacto por radio.
La guardia costera finlandesa inició una búsqueda frenética de la avioneta. Al observar una mancha de aceite en la superficie del mar, trajeron buzos para hallar lo que pensaban era un accidente.
Mientras era buscado, Rust se hallaba cómodamente sentado en la cabina mientras su avión cruzaba el espacio aéreo soviético, sobre Estonia.
En cuestión de minutos fue registrado por el radar soviético y menos de una hora después un avión de combate MiG se acercó al Cessna.
“Pasó por mi lado izquierdo, tan cerca que pude ver a los dos pilotos sentados en la cabina y vi, por supuesto, la estrella roja del ala de la nave”.
Estaba aterrado.
En lugar de atacarlo, el avión pasó de largo y desapareció entre las nubes.
Una combinación de increíble suerte y de error humano llevó a que la avioneta de Rust fuese confundida con una nave amiga.
Un avión se había estrellado el día anterior y estaba en curso una operación de rescate, además de un vuelo de entrenamiento de nuevos pilotos.
Esto dio lugar a una confusión en el aire y en los centros de control.
De alguna manera Rust logró volar cientos de kilómetros a través del espacio aéreo soviético sin ningún otro contacto de la fuerzas de defensa.
“No podía creer que en realidad sobreviví”, recuerda.
Aterrizaje rojo
Pero el alivio que sintió al ver las torres y cúpulas de Moscú se desvaneció rápidamente, al darse cuenta de que el aterrizaje iba a ser difícil.
Él quería aterrizar en el centro de la Plaza Roja con el fin de generar un gran revuelo, pero el lugar estaba lleno de gente.
Sobre el terreno, los ciudadanos soviéticos se detuvieron y miraron con asombro cómo la pequeña avioneta blanca se desplazaba a sólo 10 metros por encima del suelo.
Finalmente Rust vio un puente de cuatro carriles al lado de la Catedral de San Basilio, por lo que dio otra vuelta y se posó en ese lugar.
A eso de las 19:00, justo cuando el sol se ponía, Rust rodó su avión hasta la plaza y salió de la cabina para saludar a las multitudes que se congregaron en torno a él.
Querían saber de dónde era el joven extranjero y por qué estaba allí.
“Estoy aquí en una misión de paz de Alemania”, les dijo.
Cuando estos estrecharon su mano, contentos de conocer a un aliado, él tuvo que explicar que venía de “la otra Alemania”, la Occidental, no la comunista del Este, como éstos creían.
Una vez que la policía se recuperó de la sorpresa de hallar aparcado un avión no autorizado a las puertas del Kremlin, Rust fue detenido.
Pasó horas tratando de convencer a las autoridades de que había actuado solo y que no formaba parte de un complot siniestro urdido por gobiernos extranjeros.
Conmoción
En el Kremlin había conmoción y un montón de caras rojas a medida que se hacía evidente lo humillante del incidente.
Es probable que el entonces presidente Mijail Gorbachov se diese cuenta de que podía aprovechar la oportunidad a su favor para librarse de algunos oficiales a quienes veía como un obstáculo en la vía de sus reformas.
En un par de días el ministro de defensa se vio obligado a retirarse, y el jefe de los servicios de defensa aérea fue despedido. En los meses siguientes, más de 150 personas perdieron sus puestos de trabajo.
Rust fue acusado y hallado culpable de violar las normas internacionales de vuelo y de cruzar ilegalmente la frontera soviética. En la corte, se declaró inocente de “conducta maliciosa”.
El juez lo condenó a cuatro años en un campamento de trabajo.
Pese a que se le permitió cumplir su condena en la prisión de Lefortovo, en Moscú, a Rust le cayó mal su confinamiento.
“Realmente fue muy duro tener 19 años y permanecer encerrado por 23 horas al día. Tuve muchas dificultades con la comida y perdí mucho peso”, dice.
Luego, en 1988, tras la firma de un tratado de no proliferación firmado por Reagan y Gorbachov, Rust fue liberado como un gesto de buena voluntad.
Había cumplido sólo 14 meses de pena.
Un año después de su regreso a Hamburgo, Rust apuñaló a un colega en un hospital donde trabajaba y terminó otra vez tras las rejas.
Hoy se gana la vida como analista financiero e instructor de yoga.
Dice que no se arrepiente de lo que hizo y cree que le dio una mano de ayuda al presidente Gorbachov con sus reformas.
“Estoy convencido de que le permití llevar a cabo su Perestroika y Glasnost con mucha mayor rapidez de lo que lo habría hecho sin mí”.