Lucio Vicente López, morir por honor

El 29 de enero de 1894, a los 46 años de edad, moría prematuramente Lucio Vicente López, hijo y nieto de próceres nacionales. ¿La causa? Una herida mortal producida durante un duelo con el coronel Carlos Sarmiento, sobrino segundo de Domingo Faustino. En sí la cuestión parece sacada de tiempo y de lugar, ya que resulta inconcebible y hasta absurdo pensar en dos hombres ilustres de la política disputándose su honor por las armas. Más aún, si se piensa que Lucio V. López era alguien a quien el manejo de armas de fuego le resultaba completamente ajeno. Hijo de Vicente Fidel López, el famoso historiador, había nacido en el exilio montevideano como Miguel Cané, Mitre y otros de sus contemporáneos y, luego de Caseros, había retornado a Buenos Aires con su familia. En su juventud estudió derecho, volviéndose un importante abogado y profesor, y luego incursionó en el periodismo, participando en medios como 13 de Diciembre, El Nacional y Sud-América. Ya reconocido y celebrado como escritor de las famosas crónicas mordaces Recuerdos de Viaje (1881) y La gran aldea (1884) – esta última, notable por su retrato de la transformación de Buenos Aires en el último medio siglo – para inicios de la década de 1890, Lucio Vicente López comenzaba a proyectarse también como político. Había participado, como tantos otros jóvenes, de la Revolución del Parque en 1890 e, imbuido por los vientos de renovación, comenzó a aceptar cargos públicos. La primera oportunidad le llegó a mediados de 1893, cuando Aristóbulo del Valle lo convocó para actuar como cabeza del Ministerio del Interior, cargo que ejerció por solo 36 días. A poco de dimitir y deseoso de seguir adquiriendo experiencia, en septiembre de ese mismo año accedió ejercer como Interventor de la Provincia de Buenos Aires. En esa capacidad, él se propuso no sólo mejorar las condiciones para asegurar comicios transparentes y sin violencia, sino también auditar las instituciones bancarias provinciales, siempre sospechadas de corrupción, para indagar sobre la falta de fondos. Fue en el curso de esta investigación que los problemas empezaron, especialmente cuando se descubrió que el Banco Hipotecario Provincial había beneficiado a muchos de sus deudores de forma espuria. En la larga lista de nombres se destacó el de Carlos Sarmiento, coronel Nacional con ansias políticas que en ese entonces ya secretario privado del Ministro de Guerra, el general Luis María Campos. En paralelo, en otra investigación sobre los usos de la tierra pública, se descubrió que el mismo Sarmiento había adquirido dos leguas de tierra en la zona de Chacabuco, también de forma fraudulenta. López – verdadero representante de un estilo político que, distanciándose de los desmanejos de la época de Juárez Celman, buscaba hacer de la honradez la regla – decidió anular la venta de las tierras y poner toda la evidencia que habían descubierto a disposición de la justicia. Como resultado de este proceso, Carlos Sarmiento terminó siendo condenado a prisión, sentencia que no cumpliría hasta el mes de octubre de 1894. En el ínterin, intentó defenderse sacando el conflicto de la esfera judicial y publicando solicitadas en diferentes diarios exponiendo las razones por las cuales consideraba que lo que estaba sucediendo era un agravio a su persona y su honor.

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Carlos Sarmiento al final de su vida.
Carlos Sarmiento al final de su vida.

En esta línea se puede entender porque, cuando el 26 de diciembre de 1894, fue sobreseído, decidió publicar una última solicitada en el diario La Prensa. Esta – “un acto de desahogo natural de todo hombre de honor en estos casos”, según Sarmiento – se distinguió de todas las anteriores porque incluyó sentencias difamatorias especialmente severas en contra de Lucio V. López, tildándolo de “díscolo, perverso y cobarde”. Esta última acusación, la cobardía, sería la que desataría el duelo y merece una nota aparte, dada su importancia y especificidad en este contexto. Sandra Gayol, que ha escrito extensamente acerca del honor como valor central en la vida política de fines del siglo XIX, se ha tomado el trabajo de analizar la forma en la que para alguien como López, que acababa de aceptar una nominación como candidato para diputado nacional, defender su valía personal era no sólo deseable, sino obligatorio. Hacerse valer, además de ser la marca del verdadero gentleman, también implicaba que, con la extensa cobertura que hacían los medios de estos eventos en esa época, un público más amplio entraría en contacto con él, actuando como propaganda. Por supuesto, el uso del combate individual como forma de proyectarse, implica una concepción bastante diferente a la que uno podría imaginar hoy sobre un episodio tal. Lejos de ser una mera curiosidad, los duelos eran comunes en el contexto finisecular (hubo unos 300 en la década de 1890) y actuaban como una marca de distinción. A pesar de la fatalidad de este caso particular, con sus reglas estrictas y sus protocolos, nadie imaginaba que en un duelo podía existir la posibilidad de la muerte y eran vistos más como una forma de contener la violencia y evitar desmanes y tumultos. Teniendo todo esto en cuenta, quizás no llame tanto la atención que, frente al agravio, López haya mandado a sus padrinos, Lucio V. Mansilla y Francisco Beazley, a reunirse con los padrinos de Sarmiento, el contralmirante Daniel de Solier y el general Francisco Bosch. Los cuatro hombres se reunieron el 27 de diciembre de 1893 por la noche en el Círculo de Armas y, sin poder llegar a un acuerdo que previniera el duelo, acordaron el encuentro para el día siguiente. A las 11 de la mañana del 28, en las cercanías del hoy extinto Hipódromo de Belgrano, todo estaba preparado. Las distancia de doce pasos había sido medida, las armas estaban preparadas para ser disparadas dos veces, y Sarmiento y López se vieron las caras por primera vez. El primer disparo – dado recién a la tercer palmeada en la que los duelistas bajaron las pistolas de la posición vertical, elegida a propósito para no apuntar – implicó un intercambio sin consecuencias. En el segundo, López cayó herido de muerte en los brazos de su padrino y amigo Mansilla, mientras habría exclamado: “¡Que injusticia Lucio!”.

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Recorte nota sobre duelos en Caras y Caretas del 7 de mayo de 1932.
Recorte nota sobre duelos en Caras y Caretas del 7 de mayo de 1932.

El herido fue llevado de urgencia a su casa en Callao 1852 y tratado por varios doctores, pero nada se pudo hacer: la bala había atravesado el hígado fatalmente. Por la madrugada del 29 de diciembre de 1894, López murió. El hecho de que el episodio hubiera terminado con la muerte de uno de los duelistas fue suficiente para generar un escándalo que halló eco en la prensa y en incontables expresiones de dolor. Especialmente, la pregunta que estaba en boca de todos se refería a por qué no había actuado el Poder Ejecutivo para defender a quien resultó muerto producto de una acción llevada a cabo en nombre del Estado. Frente a su tumba en el Cementerio de la Recoleta se pronunciaron todo tipo de discursos celebratorios y, años después, se erigió, como para capturar la indignación que todavía existía al respecto, un monumento titulado La Protesta financiado en parte por suscripción popular y por el Estado .

lucio v mansilla recoleta

En cuanto a las consecuencias concretas de la muerte de López, como muchas veces en la historia de este país, éstas fueron decepcionantes. La legislación respecto a los duelos se mantuvo igual, considerándolos un delito especial con penas leves. La mayoría de los involucrados fueron absueltos inmediatamente y Sarmiento fue el único condenado, recibiendo dos años de prisión a los cuales se debía descontar el tiempo que ya había pasado en al cárcel. Al año, igualmente, él también fue liberado y su tiempo en la penitenciaría no impidió que retomara su carrera política, llegando a ser diputado y gobernador en su provincia natal de San Juan.

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