Los cohetes fueron la forma más espectacular del desarrollo tecnológico alemán. Aun antes del ascenso de Hitler, el teniente coronel Karl H. Emil Becker (1879-1940) había reunido un pequeño grupo de ingenieros calificados que incluía a Walter Dornberger (1895-1980) y Leo Zanssen para desarrollar la cohetería en el país, uno de los pocos temas que el Tratado de Versalles no había prohibido, ya que en 1919 solo era una fantasía su utilización con fines bélicos.
Becker fue el primer militar en pertenecer a la Academia de Ciencia prusiana y fue miembro del Club Uranio. Dornberger también era oficial del Arma de Artillería y, al igual que Becker, se recibió de ingeniero. Anecdóticamente, durante la Primera Guerra, Dornberger pasó dos años prisionero de los franceses —la mayor parte del tiempo estuvo en confinamiento solitario por reiterados intentos de escape—. Desde 1930 se interiorizó sobre el uso de cohetes, especialmente cuando conoció a un muy joven Wernher von Braun. Entusiasmado por la posibilidad estratégica que se abría ante sus ojos, comenzó a juntar a un grupo de técnicos que, hacia 1937, llegaba a los noventa especialistas. Este es el grupo que reúne en Peenemünde, un área boscosa al norte de Alemania a orillas del mar Báltico. En ese lugar, alejado de centros urbanos, construirían la legendaria fábrica para el desarrollo de misiles.
Los escasos cohetes arrojados durante la Primera Guerra fueron de pólvora y, por lo tanto, proclives a mojarse y arder en forma irregular. De allí surgió la idea de utilizar otro propelente. ¿Líquido o sólido? Esa era la cuestión.
Hermann J. Olberth (1894-1989), un rumano de Transilvania que hablaba alemán, publicó el libro El cohete al espacio interplanetario en 1923. En el texto propuso el uso de una mezcla de alcohol líquido y oxígeno o de hidrógeno —líquido con oxígeno— líquido.
Un grupo de entusiastas pretendió aplicar este principio a todos los métodos de propulsión: Fritz von Opel (1899-1971) lo usó en un prototipo de automóvil y así encendió la imaginación de artistas como Fritz Lang (1890-1976), quien produjo la película muda La mujer en la Luna (1929). La luna y las estrellas estaban al alcance de la tecnología y Alemania a la cabeza de esas conquistas.
Muchas personas con poca preparación técnica también se lanzaron a experimentar con distintos combustibles para impulsar autos, cohetes y aviones. Entre ellos, un escritor e investigador aficionado llamado Max Valier (1895-1930). Valier construyó un automóvil impulsado por vaselina. Lamentablemente, Vailer murió tras intentar poner en marcha su invento. Pocos días después, otro joven dejó su vida al tratar de desarrollar un cohete.
Ante esta ola de muertes, el Reichstag dictó una ley por la que se prohibían dichos experimentos. No todos la respetaron y, para 1930, Olberth primero y Rudolf Nebel (1894-1978) después tuvieron algún éxito con pequeños cohetes a punto tal que Nebel se instaló al norte de Berlín, en un antiguo cuartel al que llamaban Raketenflugplatz. Entre los colaboradores de Nebel se encontraba un joven estudiante de ingeniería llamado Wernher von Braun, proveniente de una familia de la nobleza prusiana, que había generado en Becker una muy buena impresión. A von Braun le correspondía por herencia el título de barón que se resistía usar. A pesar de su juventud fue reclutado para trabajar en el programa de Becker y Dornberger, a la vez que terminaba su doctorado en Física en la Universidad de Berlín. En su tesis describió sus investigaciones sobre cohetes, aunque el ejército insistía en la confidencialidad del asunto. Cuando Hitler llegó al poder, esta unidad pasó directamente a la esfera del gobierno.
Después de dos años de trabajo y de haber fracasado en el modelo A1, desarrollaron dos prototipos a los que llamaron Max y Moritz por dos personajes populares de la revista Katzenjammer Kids.
Max fue lanzado el 19 de diciembre y el vuelo fue prefecto, llegó a los 2000 metros de altitud antes de caer en paracaídas a 800 metros de donde había sido lanzado. Los militares presentes le preguntaron a von Braun si este dispositivo podía ser usado como un arma, a lo que el joven ingeniero asintió sin titubear.
El rango de tiro de este cohete aún era menor al de un cañón y la carga también lo era, apenas unos pocos kilos de explosivos. ¿Cómo usarlos con finalidades bélicas?
Acá entran a tallar los motivos particulares de von Braun, que no estaba interesado en los usos militares, sino en la “romántica” conquista del espacio. Después de la Segunda Guerra, Wernher von Braun evocaba su paso por el ejército como una asociación de mutuo beneficio ya que él había desarrollado su pasión espacial y el ejército, su capacidad bélica. La “búsqueda de beneficios mutuos” fue una expresión bastante usada entre varios científicos, que además restaban importancia a la capacidad destructiva de sus investigaciones.
Tres meses después de asumir el gobierno, Hitler repudió el Tratado de Versalles y el ejército alemán se lanzó a una desenfrenada carrera armamentista. El proyecto de cohetes aumentó su presupuesto y la Gestapo prohibió toda transferencia tecnológica hacia el exterior. Alemania debía ser la cuna de los cohetes, sin que otra nación pudiese enterarse de lo que estaba planeando.
El elemento sorpresa era parte de la estrategia en el desarrollo de sus Wunderbare Waffen, las “armas maravillosas”(1) del Reich.
El éxito de los cohetes superficie V1, V2, A9 y el Rhunbote, todos impulsados a combustible sólido, estimuló otros proyectos de cohetes tierra-aire, como el Schmetterling (mariposa) y el Wasserfall (catarata) como arma antiaérea, al igual que el Enzian y el Rheintochter, poco usados y de escasa efectividad.
Los misiles aire superficie como el Henschel Hs 293 (arrojados desde Focke Wulf Fw 200 C-6 y el Dornier Do 217 E5) eran muy difíciles de manejar, aunque el 25 de agosto de 1943 hundieron el crucero HMS Egret y dañaron al destructor canadiense Athabascan.
También se diseñaron otros cohetes aire-aire, como el Wurfgranate, el R4M y el misil X4, con menos éxito.
En este proyecto Alemania volcó todo su ingenio y aunque el resultado fue modesto desde el punto de vista operativo, la novedad del V1 y V2 fue que impactó la psicología enemiga y sembró el terror en Londres que ya no estaba tan lejos de la guerra y su población tenía miedo de ataques imprevistos. La superioridad tecnológica alemana más la incertidumbre que creaba verse atacados en cualquier momento, creaba una terrible desazón entre los ingleses.
La conducción alemana tomó conciencia de que la falta de comunicación, la confidencialidad obligada, la multiplicidad de proyectos —casi 2000—, la escasez de recursos y las restricciones burocráticas conspiraban contra el progreso y la integración del esfuerzo bélico.
Al mediar el conflicto distintos organismos comenzaron a intercambiar información, especialmente en el campo aeroespacial. El desarrollo del giroscopio —esencial para mantener el equilibrio de los cohetes— estaba a cargo de la compañía Kreiselgerate, cuyo dueño secreto era la armada alemana. La Luftwaffe también aportó importantes sumas de dinero y aseguró un intercambio tecnológico con mutuos beneficios entre el grupo que desarrolló el V1 y V2 y la aviación.
El V1 era lanzado desde plataformas muy parecidas a las usadas para el salto en esquí. Estas plataformas estuvieron ubicadas en la zona costera del departamento francés Pas de Calais. Se construyeron casi 30.000 V1. Aproximadamente 10.000 V1 fueron lanzados hacia Inglaterra; 2419 alcanzaron Londres y mataron cerca de 6184 personas e hirieron a 17.981. La ciudad de Croydon, ubicada en el margen sudeste de Londres, recibió la mayoría de los impactos.
Sin embargo, la consagración de Dornberger y von Braun llegó con el lanzamiento del primer V2 en octubre de 1942. El éxito de este misil de casi 15 metros de largo con 850 kilos de explosivos en su cabeza permitió que el general ingeniero y su equipo visitasen a Hitler en su casa de verano, donde presentaron la filmación del exitoso lanzamiento ante el regocijo del Führer.
El rango operacional era de 300 kilómetros y su velocidad máxima era de 5700 kilómetros por hora. Según las cifras de la BBC, los V2 fueron responsables de la muerte de 9000 civiles, pero en su construcción fallecieron 12.000 trabajadores esclavos alojados en el campo llamado “Dora” por las terribles condiciones de trabajo. Un costo demasiado alto de dolor y brutalidad.
(1). Hubo varios proyectos para crear estas “armas maravillosas”, algunos de ellos bastante disparatados, como “el cañón de viento” que emitía aire comprimido; un “cañón sónico”, que generaba una onda de choque; el “arma vórtice”, que creaba torbellinos para derribar aviones y el “cañón solar”, que concentraba rayos de calor sobre vehículos y aviones. Si bien no pasaron de proyectos, algunos autores afirman que llegaron a construirse prototipos.
Extracto del libro Ciencia y Mitos en la Alemania de Hitler (Ediciones B) de Omar López Mato.