Los últimos días de León Tolstói

“Estoy haciendo lo que suelen hacer los hombres de mi edad: dejando esta vida mundana para pasar mis últimos días en soledad y quietud”, le escribió el novelista ruso León Tolstói (1828-1910) en noviembre de 1910 a su esposa Sofía Behrs (1844-1919). La relación entre ellos se había deteriorado. No siempre había sido así. Quince años antes, ella manejaba la casa y criaba a los 13 hijos que tuvo la pareja (cinco murieron en la infancia), además de pasar en limpio los manuscritos del autor (incluida La Guerra y la Paz, de por sí, una tarea titánica).

Tolstói se había transformado de un escritor aristocrático, a un liberal recalcitrante. Renunció al derecho de propiedad, y era un defensor de la no violencia que se vestía como un campesino. Este desprendimiento, más sus dádivas y prédica casi revolucionaria, no era del agrado de la conducción de la Iglesia ortodoxa rusa, que lo había excomulgado en 1901.

La condesa Sofía no aprobaba las ideas de su marido. Las discusiones se multiplicaron en su casa de Yásnaia Poliana (Rusia). Las diferencias se hicieron irreconciliables cuando Tolstói decidió renunciar a sus derechos “Tus nietos morirán de hambre por seguir este deseo vicioso y vano”, le gritó Sofía, por entonces de 45 años. Decidido a dar por terminada la discusión, León le escribió una nota lapidaria y final. “Mi partida sé que te afectará. Lo lamento. Pero por favor comprende que no puedo actuar de forma diferente. Mi posición en esta casa es intolerable. No puedo vivir en estas condiciones de lujo…”.

Y sin más, se fue de la casa en pleno invierno… Si pensaba que estos días finales serían “quietos y solitarios”, se equivocó, porque la noticia de su partida se diseminó por el mundo, y hasta el New York Times habló de esta huida “patética”. Tolstói fue al convento donde se alojaba una de sus hermanas y su hija Alejandra (que conocía las intenciones de su padre), se unió a este viaje final.

Al día siguiente tomaron el tren en un vagón de tercera clase buscando un lugar para reposar. Dicen que, en este último viaje, Tolstói predicó el amor y la no violencia entre los pasajeros. Mientras tanto, su esposa llevó a cabo un fallido intento de suicidio.

El viejo cuerpo de Tolstói no toleró el frío destemplado: comenzó con fiebre y escalofríos. Al llegar a Astápovo (a 100 km de su hogar) debieron conducirlo a la casa del jefe de estación. Enseguida se conoció la noticia, y su esposa tomó un tren especial para verlo, pero él se rehusó a un último encuentro. Pronto Tolstói perdió el conocimiento, por la neumonía que lo aquejaba. En coma y en presencia de su esposa, se le escuchó murmurar “en verdad, tengo mucho amor”… Esas fueron sus últimas palabras.

El tema de la muerte, que él había presenciado tantas veces como oficial durante la Guerra de Crimea, era central en sus novelas como La muerte de Iván Ilich, la tan escandalosa Ana Karenina (esta obra fue prohibida en Rusia), la inmensa Guerra y Paz o La sonata Kreutzer.

“¿Acaso la percepción de la vida cambia a medida que nos aproximamos al final?”, se había preguntado Iván Ilich durante su agonía.

En la propia, Tolstói, quizás encontró la respuesta.

 

Esta nota también fue publicada en La Nación

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