En el año 794, el quincuagésimo emperador de Japón, Kanmu, estableció su corte en la capital de su Imperio, la ciudad de Heian-kyo (hoy Kyoto). Así se inició el período Heian, que duró hasta 1185, en el que se observaba el predominio de la aristocracia reunida en la ciudad imperial, se cultivaban diferentes expresiones artísticas y se tomaba como referencia la cultura china, auténtico modelo del Japón medieval.
Sin embargo, en las provincias más agrestes del país, empezaba a hacer su aparición un tipo de guerrero que acabaría encarnando el espíritu japonés durante más de un milenio: el samurai.
Durante el período Heian, Japón estaba dividido en provincias administradas por gobernadores enviados desde Heian-kyo, la mayoría de los cuales tenían sus propios séquitos de guardias armados conocidos como “samurais” (que significa “el que sirve”). Con el paso de las generaciones, estos gobernadores de provincias se fueron volviendo más independientes y sus familias se transformaron en clanes que dictaban las leyes y reglas de cada provincia. El número de samurais se expandía acorde a ello, evolucionando hacia una especie de casta de guerreros profesionales que también se transformaría en una “clase” que se transmitiría por herencia.
En el siglo X los samurais formaban ya una clase social muy bien definida que se caracterizaba por su actividad guerrera y que tenía su propia tierra. Los campesinos les temían, mientras que la corte imperial y la nobleza sentían cierto desprecio ante un guerrero que era considerado impuro por la sangre que derramaba.
A mediados del siglo XII los samurais tenían influencia en la vida política japonesa. En esta época, los líderes de las provincias más grandes y ricas empezaron a competir entre ellos por la hegemonía regional. Luego de la batalla de Dan-no-ura en 1185, luego de que el clan Minamoto y sus aliados derrotaron a la familia Taira, su líder, Yoritomo, estableció su gobierno en Kamakura (cerca de lo que hoy es Tokyo) y forzó al emperador a designarlo shogun (el título de shogun era concedido por el emperador). El shogun era el gobernante “de hecho”; si bien el emperador era el legítimo gobernante, este depositaba en el shogun la autoridad para gobernar en su nombre, delegando las atribuciones civiles, militares, judiciales y diplomáticas.
Yoritomo estableció un sistema feudal en el que recompensaba a sus aliados nombrándolos señores feudales de los territorios que administraban; estos soberanos feudales son los “daimyo” (“gran nombre”). Los shoguns, los daimyos y los samurais marcarían los destinos de Japón hasta 1868. Con el tiempo, las tres clases fueron llamadas “samurai” en forma generalizada.
En el siglo XV, la “clase samurai” representaba el 10% de la población. Sin guerras por delante, los samurais comenzaron a agregar aspectos culturales a sus destrezas de guerreros, combinando su rigurosa práctica diaria en artes marciales con el estudio de clásicos de la cultura china, poesía, pintura y cerámica. Mientras más alta era la jerarquía del samurai, más importante se volvía el aprendizaje.
La paz prolongada hizo que el gobierno de los shoguns fuera más laxo y los daimyos ejercían el poder en forma más personal. Eso se mantuvo hasta 1467, año en el que empezó el período Sengoku, signado por permanentes batallas y escaramuzas entre los daimyos más poderosos; por esa razón, este período se conoce como “período de los Estados en guerra”.
Debido a esto, las destrezas en el manejo de la espada, arco y flecha y otras armas se volvió especialmente importante y hasta urgente. En cada feudo se establecieron los “dojo” (“escuelas”), dirigidas por maestros en el uso de las armas, sobre todo la espada, en los que se aprendían además diferentes estilos de pelea. Es en esta época en la que se perfilan definitivamente los rasgos de los samurais, reunidos en el “Bushido” o “El Camino del Guerrero”, un código ético que modeló el carácter y la conducta de los japoneses en una forma nunca antes vista en ninguna otra sociedad.
Las fuentes del Bushido se encuentran en el budismo zen, el sintoísmo y las enseñanzas de Confucio; desde allí se generaron los códigos éticos que dictaban la vida de los samurais. El Bushido abarcaba enseñanzas y mandamientos sobre la rectitud, la justicia, el coraje, la audacia, la benevolencia, la cortesía, la veracidad, la sinceridad, el honor, el deber, el autocontrol, la reparación de ofensas, el suicidio, la lealtad, la espada (considerada el emblema del samurai), la educación y el entrenamiento del samurai.
En el siglo XVI, el Bushido influía (y hasta controlaba) cada aspecto de la vida del samurai. Además del código ético que marcaba la vida del samurai, el Bushido exigía el desarrollo de una extraordinaria destreza en el manejo de la espada y de otras armas, una vestimenta determinada y la exigencia de estar preparado para enfrentar la muerte en cualquier momento en servicio de su señor, incluso cometiendo suicidio.
Cuando la relación entre el samurai y su señor feudal era interrumpida (ya fuera porque el daimyo era derrotado por otro daimyo o porque el shogun le quitara su feudo), el samurai se quedaba sin su señor y eso lo transformaba en un “ronin”, un samurai independiente. El ronin recorría el país buscando trabajo, lo que a veces incluía ser guardia, luchador o espía. Hacia fines del siglo XVI cientos de miles de ronin vagaban por el país, y en las grandes batallas de esa época casi cien mil de ellos se unían a las fuerzas de un señor feudal o de otro. La reputación de los ronin era variable; algunos se mantenían honestos y rectos, obedeciendo en forma escrupulosa el código samurai; otros, en cambio, se volvieron mercenarios despiadados.
Otro pequeño grupo de samurais inpendientes eran conocidos como “shugyosha” (“guerrero entrenando”); peregrinos y viajeros que recorrían Japón enseñando sus destrezas individualmente o en dojos, buscando algún damyo que los admitiera, perfeccionando sus destrezas en duelos que eran habitualmente a muerte y eran arreglados por ellos mismos o por los damyos. Esos duelos eran aceptados si seguían las costumbres y leyes del shogunato, y la reputación de un shugyosha que ganaba muchos duelos se expandía por todo el país, lo que hacía que otros shugyosha pestigiosos lo retaran a su vez a duelo. Shugyoshas y ronin ofrecían sus servicios en batallas, buscando ganar reputación matando a muchos adversarios.
“El código de los samurais dicta que la vida sea considerada menos importante que una mota de polvo; en cambio, el aprecio por el propio honor debe ser tenido en más peso que el mayor tesoro del mundo”. En el Azuma kagami, obra histórica sobre los sucesos en Japón de los siglos XI y XII, se menciona una frase que se refiere a este menosprecio por la muerte: “los samurais lograron el poder de la muerte del guerrero”.