San Mateo es el único de los cuatro evangelios que relata la llegada de los “magu”. Esta palabra fue traducida como “magos”, aunque no fuesen ni reyes ni magos, sino personajes con conocimientos de astronomía que arribaron a Belén en busca del rey de los judíos que acababa de nacer. La presencia de estos personajes no pasó desapercibida y llegó a oídos del rey Herodes quien se enteró de la profecía del nacimiento del monarca de los hebreos. Para evitar levantamientos y opositores, desató la persecución de los recién nacidos conocida como la Matanza de los Santos Inocentes. Sin embargo, no existen testimonios históricos de esta barbarie.
La historia de los Reyes Magos se difundió por el mundo cristiano y desató una proliferación de ritos que se consolidaron con el tiempo. Mateo jamás hace mención de número ni raza ni edad de los visitantes, solamente señala a la estrella que los guía a Belén.
Si bien es un tema controvertido y por lo tanto no existe una única respuesta sobre cuál fue el origen de la famosa estrella navideña (desde una supernova referida por astrónomos chinos, hasta la conjunción del Sol, la Luna, los planetas más brillantes y la estrella Regulus) fue el astrónomo Johannes Kepler quien, en 1614, sostuvo que esta estrella es la conjunción de Júpiter y Saturno en la constelación de Piscis. La coincidencia de las distintas hipótesis es que ninguno de estos fenómenos astronómicos se da en el año 0 de nuestra era, sino antes del nacimiento de Cristo (entre el año 4 a 8 antes del comienzo de la era cristiana). Los errores de almanaque calculado por Dionisio el Exiguo, quien consagró al año cero como el del nacimiento de Jesús y el inicio de la era cristiana, fueron corregidos por el jesuita sus Lyga.
Después de 800 años, la noche del pasado 21 de diciembre ocurrió el alineamiento que había descripto Kepler, y no volverá a repetirse hasta el 15 de marzo de 2080.
Para construir la curiosa historia de la llegada de estos sabios o magos (lo de reyes es poco convincente) en el siglo VI, Santa Elena la madre del emperador Constantino, visitó Jerusalén y se dedicó a buscar elementos que diesen fe del tránsito de Jesús en este mundo. Además de encontrar la Santa Cruz en el Gólgota y otros elementos de la crucifixión, ordenó buscar los restos de los magos y a tal fin envió a sus seguidores a Persia, quienes volvieron con un sarcófago con tres cuerpos que decían pertenecer a estos hombres sabios. El féretro fue conducido a Constantinopla y posteriormente llevados a Milán donde fueron sustraidos por las huestes de Barbarroja (en el año 1162) a fin de ser entregadas al obispo de Colonia (a estos robos de reliquias de decían furta sacra). Por siglos, multitudes de peregrinos de toda Europa fueron a adorar a los llamados Reyes, albergados ahora en una lujosa urna obra del orfebre Nicolás de Verdún.
Los datos de Kepler fueron confirmados por el erudito P. Schnabel en 1925, quien, al descifrar anotaciones babilónicas cuneiformes, encontró esta conjunción de planetas tres veces en el año 7 a.C.
Toda esta construcción histórica y religiosas asisten a entender la genesis una tradición que han convertido en un festival comercial basado en un pensamiento mágico.
Los “sabios y reyes” se postran ante la deidad y le otorgan regalos simbólicos de poder y capacidad sanadora, una construcción mítica que subsiste como parte de nuestra cultura potenciada por el recuerdo de nuestra infancia.