Solo Lugones, y solo él, surcará las delicias del amor otoñal con voces de flores y espuma que cantan la ebullición de hormonas seniles brotando de olvidados rincones. Él cantará a ese amor para dar sentido a su vida árida y penosa, hasta que esa elegia crepuscular le fuese arrancada con brutal violencia por su entorno.
Lugones nos enseñó el dulce resonar de nuestra lengua, de sus asonancias y consonancias, de las rimas secretas y los sonidos melancólicos que arrancan suspiros y lágrimas a nuestras almas venturosas .
Él nos mostró el camino de las murmuraciones, el sendero de las palabras espesas, el suave fluir de versos y .estrofas. Usó las palabras como espadas y señaló sus hora con encendida verba, hija de los tiempos que corrían.
Más de una vez se batió con palabras y también con florete que usaba con endemoniado entusiasmo, defendiendo el honor herido con exaltación de león. Supo ejercitarse en la pedana como en la biblioteca donde navegaba casi a ciegas de tanto recorrer sus volúmenes de polvo y conocimientos que llegó a considerar inútiles, cuando quedó desolado su corazón quijotesto.
A pesar de tanta rima y tantos recuerdos que esquivaban al olvido, Lugones tuvo tiempo para el amor encendido cuando pensaba que no habría fuegos para atizar. Y cuando esas brasas fueron forzadas a apagarse, cuando su pasión fue helada por el desencanto filial, por las presiones monocordes y las intimidaciones soeces, Leopoldo Lugones buscó en su alma las respuestas a las preguntas que no la tienen.
Hastiado de sus días, bebió de un trago amargo su vida dejando sin palabras el fin de su existencia.
A Leopoldo Lugones le debemos este recuerdo.
Gracias Omar por su justo reconocimiento.
“El trueno a la distancia rodaba su peñón…”
El gran poeta nacional, junto a José Hernández, claro.
Lo saludo afectuosamente