París estaba sitiada, el ejército se había reducido a una masa de hombres vencidos, los sueños imperiales habían quedado hechos polvo, pero aún así los habitantes de París no se rendían. Pretendían matarlos de hambre, pero ellos comían ratas y gatos. Los grupos más radicalizados, los anarquistas y socialistas querían hacerse del gobierno. Era su oportunidad y los comuneros hicieron ondear la bandera roja sobre las barricadas, como lo habían hecho en el 1843.
Bismark, el gran vencedor, arregló con el ministro de relaciones exteriores, Jules Favre, para que hubiera elecciones en Francia. Fue un gesto magnánimo del vencedor. A Bismark no le interesaba demasiado meterse en los asuntos internos de los franceses, le sobraba con haber unido Alemania y Austria, y que Alsacia Lorena volviera a ser lo que siempre fue: alemana.
El nuevo jefe de Estado electo fue Adolf Thiers, político leal al Segundo Imperio e historiador de las glorias napoleónicas. Como París estaba “infectada” por los comuneros, instaló el gobierno en Versailles. Los pocos destacamentos con los que contaban fueron a París a recoger armas y municiones, pero este 18 de marzo de 1871, los comuneros creyeron que venían a reprimir y atacaron a los soldados. Dos ciudadanos murieron. La violencia se instaló en las calles de París, los insurgentes no iban a aceptar que Thiers, a quien veían como un títere del Kaiser. Desafiantes, los comuneros instalaron un gobierno revolucionario.
La situación se tornó caótica. La Guardia Nacional se unió a los comuneros y el gobierno de Versailles reclutó a un nuevo ejército. Se escuchaban las historias más insólitas de los excesos cometidos por los comuneros, estos resultaron ser tan salvajes como habían sido los sans-culottes de 1789.
El 21 de mayo el ejército entró en París, la lucha fue sin cuartel. Sobre las barricadas ondeaba el drapeau rouge y los combatientes entonaban la Marsellesa.
En esa “semana sangrante” murieron 18.000 parisinos. Los fusilamientos se sucedieron en las calles, en los boulevards y especialmente en el cementerio de Père-Lachaise. Desde entonces, en sus paredes periódicamente aparece escrito Thiers assassin.
Fueron apresadas 25.000 personas y 4500 fueron deportadas a Nueva Caledonia, en el Pacífico, donde tuvieron que soportar condiciones de vida duras, especialmente aquellos condenados a trabajos forzados. En 1880, a instancias de Víctor Hugo, el autor de Los Miserables (que relata la revuelta de 1832) se declaró una amnistía total, y muchos de los deportados volvieron a Francia, aunque algunos prefirieron quedarse en Nueva Caledonia, donde comenzaron una nueva vida.
El recuerdo de estas revoluciones populares, la de 1789, 1832, 1843, esta de 1871 (que fue la más violenta), la de mayo de 1968 y la reciente de los chalecos amarillos nos hace pensar que París, la Ciudad Luz, cada tanto estalla en eclosiones violentas, que dejan una estela de víctimas y resentimiento.
El Grito del Pueblo – Canciones de los comuneros: