“Viajero, ve a Esparta y cuenta que aquí hemos muerto en obediencia a sus leyes”, fueron las palabras con las que el poeta Simónides de Ceos evoca el heroísmo de los trecientos espartanos liderados por Leónidas que resistieron la invasión del ejército persa en el paso de las Termópilas.
Para tener una idea de la desproporción entre ambos ejércitos vale aclarar que el cuerpo de élite del rey Xerxes contaba con diez mil hombres llamados los “Inmortales”, porque cada vez que uno de ellos moría en batalla era inmediatamente reemplazado. Muchos de ellos eran mercenarios contratados para defender los enormes dominios del imperio. Sin embargo, fueron estos pocos espartanos quienes mantuvieron a raya a un ejército muy superior, ubicados estratégicamente en el paso de las Termópilas. De esta forma bloquearon el ingreso a un número nunca bien precisado de persas (desde 150.000 hasta 2.080.000 según Heródoto) que tenían a estos “Inmortales” como tropa de élite.
Leónidas, el rey de Esparta, bloqueó con sus hombres este sendero que apenas tiene 20 metros. A lo largo de seis días mantuvieron esta posición bajo el impiadoso sol de agosto en el Mediterráneo. A lo largo de esos días, Heródoto refiere que 25.000 personas murieron al intentar sortear este paso.
Leónidas eligió a 300 ciudadanos espartanos con hijos vivos para tenerlos motivados. Todos eran miembros de la guardia real llamada Hippeis. Antes de comenzar la batalla, Xerxes envió una embajada para ofrecer deponer sus armas. Leónidas rechazó toda negociación con una frase que se inmortalizó: “Ven a buscarlas tu mismo”.
La versión de Heródoto de la batalla, bastante exagerada, por cierto, sostenía que las flechas de los persas podían “cubrir el sol” y por tal razón los espartanos debieron luchar a la sombra.
La infantería persa no contaba con las armaduras griegas y menos aún con el riguroso entrenamiento de esta guardia real. Los persas usaban escudos de mimbre y espadas cortas poco efectivas contra la muralla de escudos metálicos y las largas lanzas de los espartanos. Como el ataque de la infantería ligera fue un fracaso, Xerxes envió a sus “Inmortales”. A pesar de su perseverancia los Inmortales se retiraron sin resaltados. Los griegos se mantuvieron hombro contra hombro; sus grandes escudos conformaban una muralla infranqueable. Para descansar de esta continua tensión, los hoplitas griegos rotaban periódicamente a fin de reponerse.
Los persas muertos se acumulaban frente a los espartanos, causando la desesperación de Xerxes, quien contemplaba atentamente el desarrollo de la batalla desde una colina cercana.
Al sexto día, el rey persa recibió la visita de un griego oriundo de Tesalia llamado Efialtes quien rebeló la existencia de un paso en la montaña que conducía a la retaguardia griega. El nombre Efialtes se convirtió en sinónimo de traición como lo es la palabra de Judas. El comandante Hidarnes condujo a un gripo de “Inmortales” durante la noche (según Heródoto eran 20.000 pero ya sabemos que las cuentas del historiador eran exageradas).
Algunas versiones dicen que Leónidas fue advertido de esta maniobra, lo cierto es que un grupo aliado de los espartanos, “los focidios”, descubrió la llegada de los invasores y advirtió a Leónidas, quien convocó a un consejero de guerra. Al enterarse de la llegada de los persas, algunos aliados se retiraron, pero Leónidas decidió resistir en el paso de la Termópilas, siguiendo la tradición de Esparta, de luchar hasta el final. La leyenda cuenta que Leónidas había consultado al oráculo de Delfos. La premonición sostenía que “un descendiente de la estirpe de Heracles” moría luchando… y Leónidas siguió su destino.
Los espartanos sostuvieron sus posiciones hasta que sus lanzas se quebraron. Después pelearon cuerpo a cuerpo con sus espadas cortas. Y “resistieron son sus manos y sus dientes”.
Leónidas murió en la contienda. Su cabeza fue decapitada y su cuerpo crucificado (tortura desarrollada por los persas).
Dos años después de la batalla, cuando los persas fueron expulsados de Grecia, se erigió la estatua de un león en el lugar de la batalla aludiendo a la bravura final de Leónidas. Sus huesos retornaron a Esparta cuarenta años más tarde.
“Cuenta a los lacedemonios, viajero, que cumpliendo sus órdenes, aquí yacemos”, rezan las palabras del poeta al pie del león esculpido.
Dicen que cuando Xerxes interrogó a un prisionero griego y preguntó porqué no todos habían asistido a este enfrentamiento contra el invasor, éste contestó que muchos participaban de los Juegos Olímpicos. Curioso, Xerxes quiso saber cuál era el premio por estos concursos. “Una rama de olivo”, fue la respuesta . Uno de los generales persas, al oír estas palabras, exclamó indignado “Por todos los dioses, ¿qué tipo de gente son estos contra los que luchamos? ¡No compiten por riquezas, sino por el honor!” Un valor que desconocen aquellos que no lo tienen.