Existe en la historia rusa un antes y un después de Iván IV, también conocido como Iván el Terrible. Cuando llegó al trono, Rusia se conocía solo como Moscovia, el territorio que rodeaba Moscú. A su muerte, el suyo era un país grande y fuerte, que limitaba al sur con el mar Caspio y al este con los montes Urales, y con un pie al norte en la costa del Báltico.
Iván, además, abrió Rusia al mundo occidental. Estableció relaciones con Inglaterra y otras naciones del norte de Europa; permitió a los barcos mercantes británicos utilizar el puerto de Arcángel, en el mar Blanco; acabó con la amenaza permanente de los tártaros, instalados en Rusia desde los tiempos de Gengis Kan; emprendió reformas en el Ejército y la maquinaria administrativa; creó una Iglesia nacional; y puso los cimientos de una autocracia (zarismo) que gobernó sin interrupción el mayor país europeo durante casi cuatrocientos años, hasta su disolución en 1917 .
Su furia no respetó a nadie, ni siquiera a su hijo, al que mató con sus propias manos en un arrebato de ira.
Pero todo eso no es más que una cara de la moneda. Los enormes logros políticos del personaje fueron parejos a sus atrocidades. Sometió al pueblo y a los nobles (boyardos) con la horca y el látigo, y su furia no respetó a nadie, ni siquiera a su hijo, al que mató con sus propias manos en un arrebato de ira. Esta actuación contradictoria es la que ha hecho de Iván una figura histórica discutida.
Fue un personaje cruel y desquilibrado que, sin embargo, consolidó su estado, lo agrandó, lo unificó y forjó una potencia mundial. Gobernó como un déspota sin freno y sin ley, y selló la historia de una Rusia que, en muchos aspectos, resulta incomprensible sin conocer los hechos de su apocalíptico reinado.
Los primeros años
Iván IV Vasilyevich era el primero de los dos hijos del gran príncipe Vasily III de Moscovia, que murió dejando al pequeño huérfano y prácticamente indefenso, rodeado de boyardos que amenazaban su vida. El padre, Vasily, perteneciente a la casa de Rurik, la dinastía de origen nórdico que dio origen a Rusia, se había divorciado de su primera mujer, Salomonia Saburova (elegida, según la costumbre, entre 1.500 vírgenes), porque no le daba hijos.
Entonces volvió a casarse con una princesa de origen mongol, Elena Glinskaya, que fue la madre de Iván. El niño nació en 1530, y tres años más tarde murió Vasily. En sus últimos instantes pidió que su hijo gobernase Rusia al cumplir los 15 años, pero, una vez muerto, los boyardos (miembros de la aristocracia próximos en dignidad al príncipe) establecieron un consejo de regencia y descartaron los derechos al trono del pequeño Iván.
Elena, la princesa viuda, gobernó el país durante casi un lustro hasta que fue asesinada, y la vida del hijo, que entonces tenía ocho años, corrió serio peligro. Iván vivía en una corte dividida por las ambiciones y las rencillas de los boyardos, sometido a vejaciones que nunca olvidaría y que contribuyeron a madurar el lado sombrío de su personalidad. Se convirtió en un mendigo en su propio palacio del Kremlin, y la soledad se hizo más dura cuando la nodriza que le cuidaba, Agrafena, fue deportada.
“No solo no estaba en posesión de mi voluntad -escribió-, sino que todo lo que yo experimentaba era impropio de mis tiernos años”. No hay duda de que la conducta brutal de Iván estaba influida por las indignidades y el temor sufridos siendo niño. Como señala uno de sus biógrafos, Iván fue adquiriendo un carácter desasosegado y excitable. Su timidez natural se transformó pronto en terror nervioso, y el criminal desorden que le rodeaba le demostró lo poco que valía la vida.
El príncipe Andrei Shuisky fue arrojado a una jauría de perros hambrientos que lo despedazaron.
En su desvarío, dio rienda suelta a sus frustraciones torturando animales por simple diversión. Arrojaba perros al vacío desde las almenas del Kremlin para observar su dolor y su agonía. Los boyardos empezaron a respetarle a sus trece años. Los convocó un día de invierno, les reprendió por su abominable conducta y anunció que castigaría a uno de sus cabecillas como ejemplo. A una señal suya, un grupo de esbirros apresó al príncipe Andrei Shuisky. Ante una muchedumbre de habitantes de Moscú, el príncipe fue arrojado a una jauría de perros hambrientos que lo despedazaron.
Pero la crueldad constituía solo una de las facetas de Iván. A los dieciséis años era un joven corpulento y musculoso, excelente jinete y aficionado a los libros. Conocía a fondo la Biblia, podía escribir con soltura y estaba dotado de elocuencia natural. Estudió retórica bajo la influencia de su maestro, el arzobispo Macario, que insistía en el principio bizantino de atribuir el poder terrenal al derecho divino y considerar Moscú como la tercera Roma, una vez conquistada Constantinopla por los turcos.
Pese su insaciable crueldad, Iván el Terrible era un cristiano devoto que cumplía escrupulosamente con el ritual de la Iglesia ortodoxa y se preocupaba en gran medida por los asuntos religiosos, aunque no vacilaba en ejecutar y torturar clérigos que creía sospechosos de deslealtad o desobediencia.
La coronación del zar
Tras una gira por los grandes monasterios e iglesias de Rusia, Iván fue coronado zar en la catedral de la Asunción del Kremlin. Macario le invistió con los emblemas de su cargo y le coronó dos veces, primero como gran príncipe y luego como zar, palabra derivada del título imperial romano de César, pero que en realidad significaba “rey que no rinde tributo a ningún hombre”. Iván es el primer zar de Rusia, ya que antes que él ningún otro gran príncipe ruso había sido coronado como tal.
Junto con el título reclamó también la cabeza del mundo cristiano ortodoxo. El reconocimiento de su legitimidad por los soberanos de otros países se convirtió en una idea fija de su acción diplomática. Pocos días después de la coronación se casó en la catedral de la Anunciación con Anastasia Romanovna, que sería la primera de sus ocho esposas y la más querida. La pareja emprendió una peregrinación penitencial al monasterio de la Trinidad, sesenta y cinco kilómetros al norte de Moscú.
Los tíos de Iván extendieron la corrupción y los abusos a todos los rincones de Rusia.
Al principio de su reinado las funciones del gobierno estaban en manos de la facción que encabezaban los príncipes Yuri y Mijaíl Glinsky, hermanos de la madre de Iván, que extendieron la corrupción y los abusos a todos los rincones de Rusia. “En su perfidia y sus prácticas diabólicas -atestiguó un cronista-, incluso exhuman los cadáveres recién enterrados y los arrastran hasta las casas de ciudadanos honrados, a los que unos informadores pagados acusan entonces de homicidio”.
A finales de la primavera de 1547, una serie de incendios provocados destruyeron distritos enteros de Moscú, ciudad muy vulnerable al fuego por estar construida casi enteramente de madera. Corrieron rumores de que los incendios eran obra de los Glinsky. En uno de ellos murieron más de dos mil personas, muchos miles quedaron sin casa y la iglesia de la Santa Cruz, una de las principales de la ciudad, ardió como una antorcha.
El desastre tuvo un profundo efecto en Iván, que decidió asumir toda la responsabilidad de gobierno y dejó que la cólera de la población descargara contra los Glinsky. A uno de ellos, Yuri, el gentío le dio muerte tras sacarlo de la catedral de la Asunción, donde había buscado refugio. Para restaurar el orden, Iván desterró al príncipe Mijaíl Glinsky y a su madre y empezó a reconstruir con rapidez el área central de Moscú, que había quedado arrasada.
Luego organizó un consejo electo, de carácter consultivo, con participación de mercaderes y pequeña nobleza, para consolidar la administración central y reducir el poder económico y político de las facciones boyardas. La primera oleada de reformas de Iván afectó al gobierno local y central, al sistema de justicia y a la Iglesia, que poseía cerca de una tercera parte de toda la tierra cultivable de Moscovia y disfrutaba de una serie de privilegios especiales.
Muchas leyes se modificaron, los castigos fueron reglamentados y se estableció un sistema de departamentos de gobierno o ministerios, como los relativos a asuntos exteriores, tierra, ejército, justicia y hacienda. Este último se dividió en varias cancillerías de impuestos, a las que se impuso una meticulosa contabilidad que aminoró la corrupción. Para reforzar el papel de los pequeños nobles en el ejército y la administración, se adjudicaron a muchos de ellos tierras cercanas a Moscú, donde debían estar disponibles para cualquier tarea administrativa, diplomática o militar que les fuese exigida por el zar.
El principado de Moscovia había adquirido peso, pero estaba rodeado por una serie de estados tártaros.
Al mismo tiempo se estableció el primer ejército permanente de Rusia, un cuerpo de 3.000 streltsi, o mosqueteros, cuyos jefes pertenecían a la pequeña nobleza. La concesión de tierras a los nobles que prestaban servicio obligatorio al zar tuvo consecuencias muy negativas para el campesinado. Mucha de esa tierra estaba trabajada por campesinos libres, que pasaron a ser siervos.
Fue promulgado, incluso, un edicto que prohibía a estos campesinos cambiar de residencia, lo que equivalía a hacerlos dependientes de sus amos. En el nuevo código legal había, no obstante, algunas leyes que mejoraban la situación anterior. Se castigaba la corrupción judicial y se incluían medidas para reducir la esclavitud, al prohibir la venta de niños y establecer la emancipación de todo esclavo que huyera de la cautividad de los enemigos del zar.
Afán de conquista
Desde el siglo XIII, Rusia había sido ocupada por los tártaros, tribus turco-mongolas procedentes de las estepas asiáticas. Aunque el principado de Moscovia había ido adquiriendo peso e independencia, su situación era precaria, pues estaba rodeado por una serie de estados tártaros (khanatos, o janatos) que limitaban su expansión y constituían una amenaza permanente.
Los más importantes eran los de Astrakán, en el curso bajo del Volga; Crimea, al norte del mar Negro; y Kazán, en el curso medio del Volga. Reforzado su control interior sobre Moscovia, Iván se encontró al frente de un importante ejército, cuyo núcleo era la caballería, complementada con artillería, mosqueteros, cosacos, mercenarios y una masa de infantería auxiliar que arrastraba cañones, cavaba fosos, construía fortificaciones y desempeñaba cualquier tarea relacionada con el abastecimiento.
En total eran unos cien mil hombres, que, al preparar una campaña importante, se organizaban en cinco regimientos: el mayor en el centro, con un ala derecha y otra izquierda, una vanguardia y una retaguardia. Cuando entraban en lucha, el regimiento que había sido atacado primero se convertía en la vanguardia y los demás se desplegaban en relación con él.
En 1552, aprovechando una tregua militar con Polonia y Lituania en el oeste, Iván condujo a esta masa combatiente, siguiendo el curso del Volga, hacia Kazán, la capital del khanato del mismo nombre, que distaba unos 700 kilómetros de Moscú. En cuestión de dos meses, los rusos, con más de 150 cañones, sitiaron la ciudad, defendida por 35.000 guerreros tártaros.
La conquista de Kazán tuvo un tremendo impacto sobre el pueblo ruso, que llevaba tres siglos subyugado por los tártaros.
El asedio se prolongó hasta el asalto final, un mes más tarde, cuando los zapadores consiguieron abrir una brecha en la muralla por la que penetró el grueso de la fuerza del zar. Los rusos se abalanzaron sobre las ruinas y acabaron con los últimos defensores. “Nadie pidió clemencia -dice un cronista- y nadie la obtuvo. La flor de la nobleza tártara pereció aquel día”.
Iván hizo su entrada solemne en Kazán y colocó la primera piedra de lo que sería la catedral de la ciudad. La población musulmana fue sustituida por colonos rusos, y sobre las mezquitas se levantaron iglesias ortodoxas. Iván regresó por barco a Moscú, remontando el Volga. Pasó por Nizhni-Novgorod y, a la altura de Vladimir, recibió la noticia de que su esposa Anastasia había dado a luz a un niño, que recibió el nombre de Dimitri y que falleció al poco de nacer.
El zar hizo su entrada en Moscú con armadura e indumentaria plateada y una corona de oro en la cabeza. El arzobispo Macario le comparó con los héroes de la Antigüedad, y alabó a Dios, que por medio de Iván había destruido “al dragón en su madriguera”. La conquista de Kazán tuvo un tremendo impacto sobre el pueblo ruso, que llevaba tres siglos subyugado por los tártaros.
La gesta fue recogida por la tradición folclórica y se prolongó en baladas y canciones que se extendieron por toda Rusia. Fue a raíz de esta victoria cuando Iván empezó a ser conocido como el Terrible, aunque en ruso ese calificativo (Grozny) puede significar también temible o severo, y denota majestad. Iván no se conformó con tomar Kazán, y dos años más tarde emprendió una nueva conquista, esta vez sobre el khanato de Astrakán, que se rindió a Moscú.
El Volga era ya un río completamente ruso. Poco después envió una carta al patriarca de Constantinopla pidiéndole la confirmación de su título de “Zar de todas las Rusias”. Este, a cambio de una generosa donación, le designó “zar y soberano ortodoxo de toda la comunidad cristiana desde el este al oeste, hasta el océano”. El gesto fue seguido por el patriarca de Alejandría, quien comparó a Iván con Alejandro Magno y auguró que conquistaría muchos reinos: “Y su nombre será glorificado en Oriente y Occidente”.
Camino del norte
Las conquistas de Kazán y Astrakán añadieron casi un millón de kilómetros cuadrados a los dominios de Moscú, y pusieron en guardia a los países que tenían fronteras septentrionales con Rusia. Los temores eran fundados. Cuatro años después, Iván volvió sus ojos al norte y cayó sobre Livonia. Esta pequeña y rica nación en la costa del mar Báltico, que abarcaba aproximadamente las modernas Estonia y Letonia, estaba defendida por la orden de los Hermanos de la Espada, a la que se unieron los caballeros teutónicos.
La conquista proporcionó a Rusia el importante puerto de Narva, que permitió abrir el tráfico comercial a los países de Europa del norte. Polonia, Lituania y Suecia, sintiéndose amenazados, también entraron en la contienda, que se prolongaría veinticinco años. Eso obligó al zar a pedir apoyo exterior y comprar armas a Inglaterra, regida entonces por Isabel I, quien envió artesanos, arquitectos y médicos a Rusia.
En Narva, los británicos construyeron para Moscú algunos barcos de guerra. También fueron contratados artilleros navales de Inglaterra y otras partes de Europa, a los que se pagó generosamente. Al final, la guerra de Livonia resultó un hueso demasiado duro de roer para Iván el Terrible. Los suecos reconquistaron Narva y poco después Rusia firmó una paz con Polonia, Lituania y Suecia que forzaba al zar a renunciar a los territorios bálticos ocupados.
A la muerte de Anastasia, el zar desató su locura contra muchos de sus consejeros, convencido de que la habían envenenado.
Además de combatir contra los polacos y los suecos, Iván tuvo que hacer frente a los tártaros de Crimea que periódicamente invadían Rusia, arrasando el país y capturando esclavos que vendían en los mercados de Persia y Turquía. Estos tártaros llegaron a saquear e incendiar los alrededores de Moscú, y solo pudieron ser rechazados a duras penas gracias a la superioridad de las armas de fuego rusas.
Pero mientras la guerra se desarrollaba en Livonia, en Moscú murió Anastasia, la amada esposa de Iván, y este enloqueció con la noticia. El zar desató su insania contra muchos de sus consejeros, convencido de que habían envenenado a Anastasia con el respaldo de los boyardos.
Sembrar el terror
Para extender su voluntad hasta el último rincón de Rusia, Iván el Terrible creó la Oprichnina, una especie de policía estatal y guardia personal que sembró el terror en el conjunto del país. Con la Oprichnina, Iván eliminó cualquier vestigio de poder todavía en manos de los boyardos.
Pocas de las antiguas familias nobles dejaron de ser golpeadas por el puño de hierro del zar, con diversos pretextos, y sus posesiones pasaron a engrosar el patrimonio estatal o cayeron en manos de los oprichniki, que además se hicieron con muchas ciudades, rutas comerciales y tierras de cultivo. Incluso en Moscú eran dueños de calles enteras.
Por medio de la Oprichnina, la Corona obtuvo el monopolio de la práctica totalidad del comercio, se gestó una nueva burocracia y un nuevo ejército estatal y se crearon grandes latifundios en los que los nobles no tenían ninguna influencia. Estos territorios eran propiedad del Estado, y por tanto estaban directamente sometidos a la autoridad del zar.
El entero sistema de la Oprichnina estaba pensado como un contrapeso contra la vieja nobleza rusa, que se oponía al poder absoluto del soberano. Las crueldades de Iván, cada vez más sediento de sangre, fueron en aumento y culminaron cuando mató a su hijo mayor, Iván Ivanovich. Algunas fuentes lo atribuyen a un ataque de rabia cuando este se atrevió a protestar por los maltratos del zar a su nuera embarazada.
Al parecer, Iván golpeó al zarévich con la contera de hierro de su bastón y le clavó la punta en la cabeza. El Terrible lloró esta muerte y los remordimientos trastornaron el resto de sus días. Se tiraba del pelo y la barba como un loco y por las noches arañaba con las uñas la pared de su habitación. El dolor, sin embargo, no le impidió continuar con sus miras expansionistas.
Envió expediciones cosacas hacia el este, al mando de Yermak Timofei, que cruzaron los montes Urales y emprendieron la conquista de Siberia. El zar murió en Moscú, corroído por múltiples enfermedades, cuando se disponía a jugar una partida de ajedrez. Lo enterraron con sus antepasados en la catedral de San Miguel Arcángel, en un lugar cercano al altar, junto a su primogénito. Y la leyenda dice que quienes pasaban junto al sarcófago oían gritos de dolor y se santiguaban y rezaban para que el terrible zar no resucitara nunca.