El problema de la historiografía romana es que está escriba, casi siempre, por senadores, que definen a un emperador como bueno o malo en función de su relación con el Senado. Y es que también en tiempos imperiales el trato con el Senado resultaba fundamental: saber persuadir en vez de intimidar a la aristocracia era un arte del que careció Tiberio y otros princeps. En “Las Vidas de los doce césares“, el historiador Suetonio presenta un retrato perturbador del Emperador Tiberio -sucesor de César Augusto-, al que se le achaca toda clase de monstruosidades en su villa. Unos excesos, probablemente inventados, que pretendieron adornar con sadismo la ligereza mostrada por Tiberio a la hora de eliminar a sus rivales.
Tiberio era hijo del primer matrimonio de Livia Drusila, que se divorció de su primer marido para casarse con Augusto, estando embarazada. No en vano, Augusto trató a los hijos de su esposa como parte de la familia imperial. Tiberio y su hermano Druso, fueron preparados desde pequeños para tareas militares e iniciaron carreras públicas convencionales, es decir, con los distintos cargos que le correspondían por edad. El imperio se ponía a sus pies.
La huida del Emperador melancólico
En sus destinos militares, Tiberio y Druso tuvieron ocasión de aumentar su reputación y de ganarse el aprecio de las legiones. Como explica Adrian Goldsworthy en ” Augusto, de revolucionario a emperador”, “Tiberio tenía un carácter reservado y complejo, más sencillo de respetar que de querer, mientras que Druso era famoso por su encanto y afabilidad y no tardó en ser popular entre la gente”. Augusto no ocultaba que prefería a Druso antes que a Tiberio, al que únicamente trataba con cordialidad. La sorpresiva muerte de Druso obligó al princeps a cambiar de opinión.
Tiberio dio un paso al frente y estuvo la mayor parte del tiempo ausente de Roma apagando incendios por el Imperio. Sin embargo, en el año 6 a. C., cuando estaba a punto de asumir el mando del Este y convertirse con ello en el segundo hombre más poderoso de Roma, anunció que quería retirarse de la vida pública para seguir con sus estudios en Rodas, argumentando que estaba agotado tras años de esfuerzo. Augusto le negó por completo esta posibilidad pero, tras una huelga de hambre de cuatro días, tuvo que resignarse.
Tras cinco años en Rodas dedicado a conferencias y debates, Tiberio obtuvo al fin permiso para regresar a Roma, sin que le fuera reservado ningún papel público. Fue con el tiempo que Augusto trazó un nuevo plan de sucesión con él en el epicentro: primero Tiberio adoptaría a su sobrino Germánico (el hijo del fallecido Druso) y posteriormente Augusto adoptaría tanto a Tiberio como a Agripa Póstumo (el nieto maldito del princeps). No había precedentes de una adopción de un excónsul, de 45 años adulto, y menos dentro de una adopción triple; pero la muerte del resto de familiares de Augusto obligaba a tomar una decisión extraordinaria. Tiberio Julio César fue adoptado, con ese nombre, en una ceremonia en el Senado en la Augusto afirmó un enigmático: “Lo hago por el bien de la res publica“.
Tiberio demostró estar a la altura de esta nueva oportunidad y durante el resto de su vida actuó con respeto hacia Augusto. No en vano, la juventud de Germánico, hijo de Druso, le dejó a él, con permiso del defenestrado Agripa Póstumo (nieto maldito de augusto), como único heredero del imperio.
El inicio de un reinado sangriento pero estable
El princeps murió en Nola a la avanzada edad de 76 años. Tiberio -que se hallaba presente junto con Livia en el lecho de muerte de Augusto- asumió la cabeza de Roma y pudo escuchar de primera mano las últimas palabras de Augusto: “Acta est fabula, plaudite” (La comedia ha terminado. ¡Aplaudid!). Ya entonces algunos historiadores le pintan como un hombre intrigante, que junto a su madre propiciaron la muerte de Augusto y poco después la de Agripa Póstumo. Una fama de maquiavélico que le acompañaría durante todo su reinado.
La transición entre emperadores apenas se sintió, dado que Tiberio llevaba tiempo con las riendas del imperio agarradas firmemente. El problema más acuciante al que debió enfrentarse brotó en Germania, donde, a la lucha con las tribus locales, se sumó el amotinamiento de cuatro legiones acantonadas en el Rin y tres estacionadas en el Danubio al enterarse de la muerte de Augusto. Lo hicieron en favor del nieto de Augusto, Germánico, al frente del poderoso ejército del Rin, al que consideraban el legítimo sucesor.
Germánico se negó, sin embargo, a secundar sus demandas y pidió que volvieran a la obediencia de Tiberio. Pero la cuestión más preocupante no es lo que hizo durante el motín, sino cómo lo hizo. El histrionismo mostrado por el nieto del emperador, llegando a amenazar con suicidarse si no le obedecían, puso en cuestión su buen juicio y su capacidad de liderazgo. Sorprendentemente, un soldado le ofreció su propia espada para que se matara allí mismo.
Aunque logró poner fin al motín, el momentum político de Germánico se hundió, junto a su prestigio, para siempre en la oscuridad de los tiempos. Cuando murió en octubre del 19 d.C, tras una súbita enfermedad en Antioquía (Siria), fueron inevitables los rumores de que había sido envenenado por orden de Tiberio, aún cuando su liderzgo estaba en declive.
¿Había comenzado ya la purga de Tiberio? El principal sospechoso de ser el asesino material de Germánico, Cneo Calpurnio Pisón, enemistado con él desde hace tiempo, se suicidó, supuestamente, cortándose la garganta un año después. Y en el año 23 d.C, Druso el Joven -hijo de Tiberio y de su primera esposa Vipsania- también falleció en extrañas circunstancias. La oscura mano de Lucio Elio Sejano, amigo y confidente de Tiberio, estuvo presente en todas las murmuraciones, así como la Guardia Pretoriana.
El giro tiránico del emperador en esas fechas fue más que evidente. Como explica David Potter en su libro ” Los Emperadores de Roma” (Pasado y Presente), para silenciar a sus enemigos, reales e imaginarios, el Emperador invocaba cada vez más la lex maiestatis, es decir, la ley que regulaba el control de las acciones susceptibles de “menguar la soberanía del pueblo””. El equivalente al delito de alta traición, que además permitía al Estado recibir parte del patrimonio del reo, una vez ejecutado.
A diferencia de su padre político, Tiberio carecía de mano izquierda y de la capacidad para persuadir a los amigos y a los enemigos. Su impaciencia con las sutilezas políticas le hacía preferir métodos más agresivos para convencer a sus colaboradores. De ahí que los lazos de Tiberio con el Senado fueran tibios e incluso se mofara abiertamente de los senadores: “¡Qué hombres más propensos a la esclavitud!”, afirmó en cierta ocasión según Tácito.
En el año 28 d.C, tal vez asqueado de sus propias maquinaciones Tiberio repitió la espantada de su juventud. Se retiró a su villa de Capri, como hiciera a Rodas durante el periodo de Augusto. Dejó así las tareas de gobierno en manos de Sejano y el problema de su sucesión sin resolver. Los más evidentes herederos eran Nerón Julio César (hermano de Calígula, futuro Emperador) y Druso (otro distinto a los anteriores), hijos adolescentes de Germánico, pero tanto ellos como su madre, Vipsania Agripina, se oponían a Tiberio, al que responsabilizaba de la muerte de su marido. Los tres acabaron desterrados en una isla para que no causaran problemas, lo que emperó las previsiones de sucesión.
Mientras Tiberio se deleitaba en su retiro, Sejano decidió conspirar contra el emperador y los herederos varones de la familia, para acceder a la cabeza de Roma. Prevenido por sus pajaritos, la respuesta del veterano princeps fue tan rápida como cruel: condenó a Sejano a ser estrangulado y a que su cadáver fuera arrojado a la plebe, que le odiaba y temía a partes iguales. Después de que el Senado emitiera un “Damnatio memoriae” sobre Sejano, todos los recuerdos del pretoriano fueron eliminados.
A partir de la muerte de su amigo, el humor del emperador se amargó aún más y entró en periodos melancólicos, que le ganarían la fama del “tristissimus hominum” (el más apesadumbrado de los hombres). Los senadores y delegados políticos vivían, por su parte, con el temor de verse súbitamente acusados de traición por la mente cambiante de Tiberio. Uno de los que cayó en desgracia por aquellas fechas fue Poncio Pilatos, destituido en el año 36 d.C como gobernador de Judea por permitir demasiada manga ancha a las autoridades religiosas de esta región. Lavarse las manos nunca resultó tan caro.
Las mentiras sobre su vida sexual
El odio del Senado a este Emperador intransigente y tenebroso en sus maniobras hizo que se dibujara un escenario de perversiones sexuales en su Villa de Capri. Los propagandistas del Senado, y los de su propio sucesor, Calígula, extendieron una serie de bulos escabrosos sobre lo que ocurría en aquella villa. La imagen del adusto y erudito general fue sustituida por la de un anciano pedófilo, que, propagaron, se deleitaba con la contemplación del acto sexual entre parejas de adolescentes. Suetonio en su biografía describe situaciones de sadomasoquismo, voyeurismo y pedofilia en Capri:
“Tenía una habitación destinada a sus desórdenes más secretos, guarnecida toda de lechos en derredor. Un grupo elegido de muchachas, de jóvenes y de disolutos, inventores de placeres monstruosos, y a los que llamaba sus maestros de voluptuosidad, formaban allí entre sí una triple cadena, y entrelazados de este modo se prostituían en su presencia para despertar, por medio de este espectáculo, sus estragados deseos“.
En los mismos términos, Suetonio habla de una roca escarpada en Capri donde arrojaba al mar a sus enemigos, después de haberles hecho sufrir tormentos prolongados e inauditos:
“Abajo los esperaban marineros que golpeaban los cuerpos con sus remos por si acaso en ellos quedaba un soplo de vida. Entre otras horribles invenciones había imaginado hacer beber a algunos convidados, a fuerza de pérfidas instancias, gran cantidad de vino, y en seguida les hacía atar el miembro viril, para que sufriesen a la vez el dolor de la atadura y la viva necesidad de orinar“.
No obstante, se sabe que Tiberio, interesado en la filosofía y el estudio, se rodeó en su villa de una camarilla de académicos y astrólogos. Su evasión era la ciencia, más que la tortura o la perversión. Precisamente por la contemplación de las estrellas -se dice- comprendió que la sucesión iba a caer sobre su sobrino Cayo Calígula, hijo de Germánico, hiciera lo que hiciera. De ahí que se despreocupara de su propia sucesión y solo regresara dos veces a Roma.
En marzo del año 37 d.C, cumplidos los 79 años, falleció Tiberio por causas naturales, aunque no faltaron las sospechas de que había sido asfixiado por un hombre que respondía al nombre de Macrón, sucesor de Sejano como prefecto del pretorio y que ejercería un importante papel en el futuro. La muerte del segundo emperador fue celebrada por la mayoría de senadores, si bien solo lo hicieron hasta que descubrieron que habían salido de Málaga para meterse en el reinado del salvaje Calígula. Sus perversiones no iban a ser, en estre caso, fruto de la propaganda.
Texto extraído de: abc.es