Hijo de un médico cirujano pasó su infancia recorriendo distintos pueblos de Aragón. Dada su naturaleza inquieta y traviesa conoció el rigor de la educación decimonónica, bajo la consigna de “la letra con sangre, entra”. Desde joven mostró inclinación por el dibujo que le sería de suma importancia para el desarrollo de su carrera científica. Ramón y Cajal estudió en Zaragoza y a los 21 años fue destinado a Cuba, ultima porción del otrora inmenso imperio español, donde los capitales hispanos había hecho grandes inversiones, razón por la cual era menester defenderla de las aspiraciones independentistas. Como capitán médico fue destinado al peor destino posible, la enfermería de Vista Hermosa, en Camagüey, que no hacía honor a su nombre. Pronto el joven profesional cayó enfermo de paludismo y disentería, al extremo de ser dado de alta del servicio por caquexia palúdica grave. Según sus propias palabras al llegar a España en 1875, Santiago Ramón y Cajal era una ruina humana.
Para acceder a las pagas atrasadas debió recurrir al soborno de un funcionario. Con estos medios adquirió el microscopio y el modesto laboratorio con el que inició sus investigaciones, que volcó en su tesis “La patogenia de la inflamación“. En 1878 se casó con Silveria Fañanás García quien sería el apoyo indispensable para dedicarse al estudio y la investigación. Aunque no contó con el beneplácito de su padre, fue Silveria una mujer comprometida con el proyecto de vida de su marido y sostén del hogar ya que fue ella quién crio a los 7 hijos y la que veló la muerte de dos de ellos mientras Santiago se abstraía en su trabajo. Solía decir que las pérdidas células cerebrales solo se inspiran bajo el látigo de las emociones penosas
En 1888 estando en la Universidad de Barcelona, donde se desempeñaba como profesor de histología, es que descubre las uniones entre neuronas y esboza la teoría que le ganaría fama mundial. Viaja al año siguiente a Berlín donde expone sus descubrimientos, llamando la atención de las grandes autoridades mundiales, sorprendidas de que un español estuviese a esa altura del desarrollo científico. En 1901 logra que el gobierno de su país lo ponga como jefe del Laboratorio de Investigaciones Biológicas de Madrid. Entonces descubre la hendidura sináptica donde se produce la transmisión nerviosa.
Esta es una época plena de reconocimientos que llegan desde Moscú y Boston, desde París, Cambridge y Bonn. Los premios se suceden a punto de serle concedida la Legión de Honor francesa y la Gran Cruz de Alfonso XII. En 1906 llegó el Nobel, que según la fina ironía de Ortega y Gasset era una vergüenza para España y no un orgullo por ser don Ramón y Cajal “una excepción y no la regla”.
En vida se le hizo un monumento que aun puede verse en el Retiro de Madrid, pocos cientificos españoles fueron tan homenajeados en vida. “La gloria no es otra cosa que un olvido aplazado”, repetía el investigador en cada una de esas oportunidades en la que recibía un premio o un reconocimiento.
La muerte por tuberculosis de su compañera fue un duro golpe para don Santiago La sobrevivió 4 largos años en los que siguió enseñando y dando consejos a todos los que se acercaban. Su salud continuó un progresivo deterioro, un perseverante trastorno intestinal lo tenia a mal traer hasta que su discípulo y sucesor en la catedra, el Dr. Francisco Tello, lo encontró muerto en su hogar la noche del 17 de octubre de 1934. No fue una sorpresa, con la misma certeza que había hecho tantos estudios y diagnósticos, don Santiago había dicho: “Esto se acaba”.
Esa perseverante afección intestinal había llevado al cansado cuerpo de don Santiago hacia una descompensación cardíaca. Fue Tello quien cerró los ojos del maestro y debió dar la aciaga noticia a sus hijos y discípulos. Mientras la casa de Ramón y Cajal se llenaba de gente consternada por la noticia se hizo, siguiendo una antigua tradición de personajes célebres, una mascarilla mortuoria.
Muchos lo recuerdan a don Santiago como un huraño y no lo era. “No le gustaba perder el tiempo”, diría el mismo Dr. Tello. Uno de los últimos discípulos vivos que conoció a Ramón y Cajal, el oftalmólogo Galo Leoz, cuenta que cuando se acercaba un alumno con inquietudes, el profesor se daba por entero a quien necesitaba su consejo. “El hombre, decía don Santiago, es un ser social cuya inteligencia exige para exitarme el rumor de la colmena”. Sus alumnos eran esa comenta …
Consciente de su finitud y lo irrecuperable del tiempo perdido, don Ramón y Cajal sacrificó familia y amistades para aprovechar el tiempo que se le escapaba entre las manos. “O se tienen muchas ideas y pocos amigos o muchos amigos y pocas ideas”, solía decir .
Su última voluntad fue ser enterrado junto a su esposa. “He vivido con laico y quiero morir en laico. Si para mi muerte se consiguió la secularización de los cementerios, que me entierren junto a mi mujer”. Así se hizo .
Don Santiago Ramón y Cajal murió con la admiración de un pueblo, pero para llegar a ese reconocimiento paso estrecheces, conflictos, pérdidas personales y amargas disputas, esas luces y sombras que quedan enterradas en el pasado. Solía afirmar que “si no se tiene enemigos es porque jamás has dicho la verdad o jamás amaste la justicia” …y don Santiago amó la verdad y la justicia y aprovechó sus errores para enmendar su ignorancia.